Los viajes suelen inspirar. En esta ocasión, mientras esperaba un vuelo en una escala, recibí una llamada inesperada. Al otro lado de la línea, una persona que había comprado mi libro Un viaje inmemorial quería ponerme en contacto con su ahijada, a quien se lo había regalado. Se trataba de una niña de nueve años que lo había leído y tenía preguntas para mí.

Sus preguntas iban desde ¿Por qué Hitler no podía llorar cuando era niño? y ¿Qué pasará con el niño que murió ahora que…? hasta ¿Habrá una segunda parte de la historia? Eran preguntas profundas, reflexivas, de esas que desmontan cualquier prejuicio sobre la capacidad de los niños para comprender lo complejo.

A pesar de que ya era momento de abordar el vuelo, cedí mi lugar en la fila y me quedé al final, solo para seguir escuchando a la niña. Hacía conjeturas sobre la historia que ni siquiera yo, el autor, había considerado. Su entusiasmo me atrapó. Naturalmente, llegó el momento en que tuve que despedirme, pero no sin antes agradecerle por leer mi libro y por esa llamada que, sin que ella lo supiera, había iluminado mi día.

Una vez en el avión, con el motor rugiendo y el paisaje de nubes desplegándose tras la ventana, recordé una de las ilustraciones del libro. En ese instante, caí en cuenta de lo privilegiado que soy por haber recibido esa llamada. Pensé en cuando escribí Un viaje inmemorial y en cómo, por un momento, dudé en incluir a Hitler como personaje. También dudé, aunque fugazmente, de si los niños serían capaces de comprender la historia. Me tentó la idea de dejar de lado esa trama, que entrelaza la muerte y el duelo, que presenta personajes controvertidos, y optar por otra más sencilla. Pero como siempre he creído que subestimamos a los niños más de lo que deberíamos, decidí seguir adelante. Aposté por la convicción de que cada libro encuentra a sus lectores, o viceversa.

En mi otro trabajo, el de educador infantil, siempre les digo a mis colegas que no podemos asumir que los niños no entienden. Y ahí estaba la prueba. La niña me confesó que hubo una palabra en el libro que no comprendió del todo, y eso me pareció maravilloso. Porque, al final, para eso también es mágica la literatura: para abrirnos la puerta del conocimiento, para que nos pique el mosquito de la curiosidad, para que lo desconocido nos seduzca y nos lleve por el desierto de la certeza en busca del agua que nos hace libres.

La llamada de aquella niña fue un abrazo a mi visión literaria, un recordatorio de la literatura que aspiro a crear para los niños del mundo.

¡Qué buenos son los viajes que inspiran!

¡Qué buenos son los lectores que llaman!

Patricio León

Educador y artista multidisciplinario

Patricio León. Educador y artista multidisciplinario. Educador, actor, escritor y músico. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad Anáhuac (México), con experiencia en formación docente, educación infantil, gestión curricular y literatura infantil. Ha publicado ensayos, ficción, poesía y teatro. En escena, ha interpretado personajes clásicos y contemporáneos en obras de autores como Beckett, Lorca y Sábato. Su trabajo integra arte y pedagogía, fomentando la formación integral a través de la palabra y el escenario. patricioleoncruz@gmail.com

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