Al día de hoy, probablemente escuchar la palabra astrología te lleva a pensar en los horóscopos del periódico, las predicciones de destino personal o ciertos consejos prácticos sobre cómo atraer el amor y el dinero. Sin embargo, esta visión contemporánea, entretenida y simplificada, está muy lejos de la complejidad que la astrología ha tenido a lo largo de su historia. Para entender realmente qué representa esta práctica ancestral y las controversias que la han acompañado, me gustaría que nos fuéramos a Mesopotamia, la región entre los ríos Tigris y Éufrates, lugar y momento de la historia donde tenemos registro inició este profundo diálogo entre lo humano y lo celestial.
¿Por qué miramos al cielo?
Como astróloga, mirar al cielo es algo que hago constantemente; inclusive, hay momentos en los cuales le recomiendo a mis clientes llevar un diario durante algún movimiento planetario para que observen cómo eso se manifiesta en su cuerpo físico o en su diálogo interno. Pero la realidad es que la mayoría de nosotros vivimos en lugares extremadamente iluminados y no experimentamos la bóveda celeste de la misma manera que en lugares sin contaminación lumínica.
Imagínate entonces, cómo se experimentaba el cielo hace 4,500 años y lo abrumante de poderlo observar en su total esplendor: ver la luna llenarse y vaciarse a lo largo de 28 días, cometas volando a gran velocidad o grandes figuras híper luminosas observables por el ojo humano. Si a eso le agregas vivir en un mundo sin respuestas científicas claras sobre ciertos fenómenos naturales, podemos estar de acuerdo en que puede ser una combinación compleja.
Por lo que no nos debe sorprender que, frente a esta coyuntura, los antiguos mesopotámicos comenzaran a observar el cielo no solo con curiosidad, sino también con reverencia y temor; interpretando que los movimientos de los planetas y las estrellas pudieran ser mensajes directos de sus dioses, señales capaces de predecir desde el destino de sus comunidades, el movimiento de las mareas, los cambios de estación, hasta posibles conflictos bélicos y la producción de sus cosechas. Pero este diálogo, aunque presente en el modus vivendi, también estuvo rodeado de polémicas y restricciones.
No cualquiera podía ser astrólogo
Ser astrólogo no era una tarea sencilla ni, mucho menos, abierta a todos. Se requería pertenecer a una clase específica de sacerdotes y escribas que, desde muy jóvenes, se dedicaban a estudiar meticulosamente el cielo, para luego aprender complicados métodos de interpretación. Esto significaba que sólo una élite intelectual y religiosa tenía acceso a esta práctica, excluyendo a la mayoría de la población. Además, equivocarse en la interpretación astrológica podía tener consecuencias graves, incluso fatales, pues se consideraba que se malinterpretaba la voluntad de los dioses.
¿Cómo recibía la población estas interpretaciones?
Aunque su práctica estaba reservada para ciertos grupos, las predicciones astrológicas afectaban la vida de las personas comunes. Ellas no recibían predicciones personalizadas, como nosotros hoy; más bien, las interpretaciones se integraban en la vida social a través de rituales públicos, festividades religiosas y decretos oficiales de los gobernantes. De este modo, aunque no tenían acceso directo al conocimiento astrológico, vivían continuamente influenciadas por él, integrándolas en su día a día y en sus creencias personales y colectivas. La astrología, más allá de sus aspectos técnicos, formaba parte integral del tejido social mesopotámico.
Entre la devoción y la desconfianza
A pesar de ser una práctica aceptada y respetada oficialmente, también generaba desconfianza en algunos sectores. No era raro que ciertos gobernantes dudaran del consejo astrológico o que la población común tuviera recelos sobre la exactitud de las predicciones. Esta percepción ambivalente revela que, desde sus orígenes, la astrología ha estado envuelta en un desvarío permanente entre lo material y lo etéreo, entre el poder religioso y la lógica práctica del día a día.
Más que predicciones: poder y política
Estas predicciones no eran simples consejos, sino decisiones de Estado cruciales. Por ejemplo, un eclipse en el año 763 a.C., registrado durante el reinado asirio, fue interpretado como señal de conflictos internos y revueltas. Esto influyó en decisiones políticas concretas, demostrando el gran peso que tenía en la vida pública. Esta influencia generaba divisiones entre quienes la veían como una herramienta valiosa y quienes la consideraban peligrosa o manipulable. Por igual, si los sacerdotes anunciaban tiempos prósperos según las estrellas, se organizaban celebraciones y festividades populares para honrar a los dioses y asegurar la buena fortuna. Por el contrario, un anuncio negativo, como una sequía o una guerra inminente, generaba preocupación colectiva, provocando rituales expiatorios y plegarias comunitarias para apaciguar la ira divina.
El reto de interpretar a los dioses
Imagínate ahora la presión que recaía sobre esos sacerdotes-astrólogos. Ellos sostenían que podían comunicarse con lo divino, lo que implicaba una enorme responsabilidad. La sociedad dependía de sus interpretaciones, y un error podía ser catastrófico; por lo que la astrología no solo era cuestión de técnica astronómica, sino también de ética profesional y espiritual.
La percepción negativa o escéptica hacia ella que aún existe hoy tiene profundas raíces históricas. Desde sus inicios, esta práctica ha sido objeto de admiración y desconfianza simultáneamente. Al analizar cómo vivían aquellos antiguos astrólogos y cómo la sociedad percibía su papel, podemos comprender mejor por qué, después de miles de años, seguimos debatiendo sobre su validez y significado.
¿Cómo ha sido útil?
Pues lo primero sería señalar que en la antigua Mesopotamia, no existía la distinción que hoy hacemos entre astrología (asociada a creencias) y astronomía (considerada una ciencia empírica). Ambas disciplinas eran partes inseparables de una única práctica. Los astrólogos, al observar el cielo y registrar fenómenos como eclipses y ciclos planetarios, desarrollaron cálculos avanzados y precisos que sentaron las bases para futuras tradiciones astronómicas. Desde aproximadamente el tercer milenio antes de nuestra era, los sacerdotes-astrólogos comenzaron a registrar sus observaciones que quedaron plasmadas en miles de tablillas de arcilla, siendo el “Enuma Anu Enlil” una de las más destacadas. Esta obra contiene miles de presagios astrológicos que relacionaban eventos astronómicos con consecuencias políticas y sociales específicas. Gracias a estas observaciones, los babilonios llegaron a predecir con notable exactitud eventos astronómicos importantes, por lo que la astrología no solo influye en decisiones políticas y religiosas, sino que también estimula los avances en matemáticas y calendarios.
Mirar atrás para entender hoy
En resumen, la astrología ha tenido que persistir entre lo divino y lo humano, el presente y el futuro, el conocimiento y el desconocimiento, el destino y el libre albedrío, el control y la entrega; todas interrogantes humanas culturalmente transversales. Ha sobrevivido la revolución científica a tal punto que, en algunos contextos culturales, visitar al astrólogo es parte de la cotidianidad.
Pero lo importante, quizás, no sea definir si la astrología es verdadera o falsa, sino reconocerla como un instrumento que es reflejo constante de nuestra necesidad humana de encontrar significado en un universo vasto y misterioso, y que ha traído sus beneficios. En una siguiente entrega, continuaremos explorando estos aspectos.
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