«¿En qué preciso momento se separó la vida de nosotros, en qué lugar, / en qué recodo del camino? / ¿En cuál de nuestras travesías se detuvo el amor para decirnos adiós?», grita Jacques Viau en el primer poema de su libro Permanencia del llanto.
Si bien no eligió este título, que representa sus poemas, debió sentirse complacido con la elección, pues su llanto, el llanto de su pueblo, es algo interminable. ¿Acaso Jacques vio el futuro o sencillamente lo intuyó? Y miento por haber usado anteriormente el verbo gritar, porque los sentimientos que yacen en cada uno de esos versos no pudieron ser gritos, sino lamentos, quejidos, un desgarramiento que nunca le da tregua al alma.
Me imagino a ese héroe haitiano que, esté donde esté, abandonó su pluma en algún rincón de alguna mesa, para cargar al hombro su fusil, ceñir sus botas militares de charol, sin miedo a la muerte, caminar con toda valentía, en compañía de sus ¿hermanos? dominicanos para salvaguardar la soberanía dominicana de manos de los gringos, mientras le llega una voz lejana —proveniente del futuro, más bien de nuestro tiempo—, que le susurra, «¡cuidado Jacques, cuidado, por ahí viene migración! Ya sabes que no importa lo que hagas por este país, ni tu estatus legal ni tu piel clara te salvarán de su racismo y su odio».
Entonces ahí va Jacques Viau, el corazón hecho trizas, resignado a su suerte, sin remordimiento ni arrepentimiento, ya que sabe que en esta guerra hay otros guerrilleros haitianos que esperan a cambio la ayuda de sus hermanos dominicanos para derrocar a Duvalier. Porque, como dice Mateo Morrison, « … los pueblos que conforman la ISLA[1] han tenido momentos de identificación y de solidaridad que son hermosos aportes a la confraternidad». ¡Oh, querido Jacques!, sabiendo que esta frase de tu amigo Morrison y las de muchos otros quedarían tiradas en el vertedero del odio, nos dejaste la permanencia de tu llanto. Te sobra razón, porque aquí, en varios lugares de este país, el gentilicio que te define: haitiano, es usado para insultar a ciertos dominicanos.
Por haber sucumbido ante el encanto del odio, o ante el encanto de hombres odiosos, el amor nos ha dicho adiós y no podemos recordar cuándo, ni cómo, ni en cuál de nuestras travesías; porque hemos sido tan culpables como los hombres odiosos que la memoria no pudo percatarse de la transición. Banalidad del mal.
En medio de tantos abusos cometidos por Migración, no pude resistir, con el pecho constreñido, volver a estos versos de Jacques Viau, el haitiano que dio su vida por la República Dominicana, en la guerra de abril del 1965, como tantos otros del comando haitiano. «Nada ha dolido tanto a nuestro corazón / como colgar de nuestros labios la palabra amargura». Son dolorosos estos versos, porque el poeta verdaderamente conoció la amargura, la vivió en carne y hueso. Olvidó la masacre de Trujillo en el 1937, escupió en la cara de la historia para decir «Estoy tratando de hablaros de mi patria, /desde aquí, /desde mi guarida salina, /desde Santo Domingo, quizás os hable de ambas:/son dos terrones complementarios/puntos cardinales de mi tristeza/ caídos de la rosa de los vientos/como amantes cuyo abrazo se rompieran».
Es como si dijera no, historiadores y politiqueros, ustedes con sus mentiras no decidirán mi suerte. Hizo las paces consigo mismo y con la tierra que lo acogió, dio su vida por el país que, cincuenta y tantos años después, trataría a sus compatriotas como basura. «Y ahí estaba Jacques, el poeta —cuenta Mateo Morrison—, devenido en combatiente, formando parte de las trincheras que impedían el paso de las tropas norteamericanas […], el 15 de junio cayó mortalmente herido y expiró el día 21. Su muerte fue un acontecimiento en la zona constitucionalista. Miles de combatientes de las más variadas tendencias lo acompañaron, constituyéndose en uno de los funerales más conmovedores que recuerda la antigua ciudad de Santo Domingo». Aquello fue el momento perfecto para que los dos pueblos escribieran el lema que habría de cambiar para siempre el devenir de esta ISLA: El Caribe para los caribeños. Y acaso ¿es tarde? ¡Ah, querido Viau, cuánto me duele tu llanto que se derramó y seguirá derramándose en vano, y que no escampa ni siquiera en la muerte! ¡Cuánto me apena que mi pluma no posea la fuerza para seguir tu legado!
El poeta Juan José Ayuso juró haberte visto montado en una estrella, «Pasa Jacques Viau montado en una estrella / junto a los helicópteros por el cielo invadido», cantó, pero, ¿no será que te vio montado en la Camiona —empujado por agentes brutos, defensores del mal—, junto a los nadies que vienen cortando la caña de este país y elevando sus edificios desde hace más de un siglo…, y para esconder la vergüenza de su pueblo escribió «en una estrella»? Oh, mi querido Ayuso, fuese como fuera, sé que tus sentimientos han sido buenos, sanos —como el de muchos otros dominicanos—, y qué bello canto le has dedicado; Viau también lo sabe, pero cuánto le habría dolido esa nacionalidad que le impusieron póstumamente si viera la moneda con que le pagan, si viera cuánto mendigó Félix Cumbé antes de que se la limosnearan. Me pregunto, ¿le habrían dado esa nacionalidad si la piel que le dio cobijo hubiese sido negra? ¡Epopeya de Hipocresía!
Algunos dirán ¿qué crítica literaria es esta?, pero esto no es una crítica ni tampoco un estudio de la poesía de Jacques Viau, mucho menos de este poema cuyos versos analizo en el presente texto; no, no lo es; pero sí un estudio de la permanencia de su llanto, que no ha cesado de derramarse por la estupidez del nazionalismo, que trata de vestir su odio, su racismo, su haitianofobia y su seudoduartianismo con la seda del patrioterismo. Pero ese orgullo patriotero no es más que una máscara detrás de la cual nos escondemos para alimentar el miedo y la ignorancia.
Notas, artículos relacionados:
https://acento.com.do/opinion/haiti-en-el-recuerdo-de-la-gesta-de-abril-8270009.html
https://eldia.com.do/lionel-vieux-otro-haitiano-que-lucho-por-soberania-dominicana/
https://acento.com.do/cultura/santo-domingo-1965-la-solidaridad-internacional-5-de-5-9195660.html
[1] La mayúscula es mía, no del autor mencionado.