El sentido de la celebración y la fiesta está presente en la vida cotidiana en nuestra cultura popular.

El día inicia con la música, que se mezcla con el trabajo y la rutina diaria. La música acompaña las labores domésticas, la venta de pollo, comida, el colmado y el tránsito por la ciudad. Carros públicos, guaguas y taxis mantienen el ambiente musical presente en los barrios. Nunca falta el reguetón ni la bachata.

La festividad en la cultura popular no supone una ruptura con el trabajo ni con las actividades rutinarias. Un lunes en la tarde podemos encontrar en el barrio a las personas tomando cerveza y conversando, igual ocurre un sábado o un domingo. Eso no significa que no se haya trabajado en el día. Los domingos no son días festivos per-se, la gente trabaja en la agricultura o en la venta informal, en estos días al igual que los otros días de la semana se intercala trabajo y diversión.

Este contenido festivo de la cotidianidad en los sectores populares no significa  “vagancia” ni falta de esfuerzo como se tiende a calificar en algunos sectores. Por el contrario, las personas están realizando múltiples actividades  y un gran esfuerzo para conseguir algo de dinero para comer, pero las oportunidades de ingresos cada vez son más reducidas casi inexistentes.

La festividad presente en nuestra cotidianidad tiene que ver con una cultura que no establece límites entre la celebración y la esfera laboral. Es una lógica donde cada momento de la vida es una razón para celebrar.

En los rituales vinculados a la muerte, como velorios, entierros, nueve días y cabo de año se canta, se toca y baila la música que le gustaba al difunto/ difunta, puede ser: atabales o palos, dembow, balada, bachata u otros géneros.

La celebración se convierte así en un espacio para compartir con amistades, vecindad y familiares. Este sentido de “compartir”  con el otro es un elemento fundamental en la rutina diaria. La afectividad aflora en la cotidianidad.

La mirada a la religiosidad popular nos muestra la integración de la festividad en sus distintas dimensiones. En los rituales vinculados a la muerte, como velorios, entierros, nueve días y cabo de año se canta, se toca y baila la música que le gustaba al difunto/ difunta, puede ser: atabales o palos, dembow, balada, bachata u otros géneros.   Hay  brindis de comida y juego de domino. Estas actividades se combinan con el duelo y los rezos, tristeza-alegría se mezclan,

La integración de la festividad y la afectividad en la vida cotidiana favorece en la cultura popular la cohesión social desde el microterritorio. La presencia de una fuerte cohesión social en la interacción social es un elemento necesario para el desarrollo humano. Los gobiernos locales y el estado deben fomentar y convertir estas prácticas en  plataforma de empoderamiento social y acceso a oportunidades.

Este articulo fue publicado originalmente en el periódico HOY

Tahira Vargas García

Antropóloga social

Doctorado en Antropología Social y Profesora Especializada en Educación Musical. Investigadora en estudios etnográficos y cualitativos en temas como: pobreza- marginación social, movimientos sociales, género, violencia, migración, juventud y parentesco. Ha realizado un total de 66 estudios y evaluaciones en diversos temas en República Dominicana, Africa, México y Cuba.

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