Pai: cuando en su física agonía el Déspota Ilustrado
Te embistió desde su repugnante silla de alfileres
A tu cuello amenazándote con la hoz
Ante las borrajas soberbias del verdugo:
“A mí la muerte me sabe a fresa”, toda tu voz, desafiante,
Dignidad, dedo y alabarda en ristre.

Precisamente, como la muerte a todos nos toca
Tú invocaste los frutos que también del sabor nos toca,
Mientras que el devoto altagraciano, a un paso fiambre,
Imploró a Caco Pelao que hasta su lecho de muerte
Cargara con el Pai como su último castigo.
Dijo, masticando cada palabra: “Tanto mal que a ese hombre le hice”,
Frente a la estatura de un hombre despojado de los miedos.

Eligio Antonio Blanco Peña, mucho más que todos encima o debajo de la tierra.
Irrefrenable, a campos través, en cada recodo del camino
Quebrando con tus puños todo ángulo de piedra.
Siembra íntima de palmeras, arroyos, raíces y hasta de nubes.
Ese, tu arado imaginario que habrá de parir la tierra
Olvidados los prontuarios de plomo creados por la infamia.

Clemen, aureola que labra como tu nombre de guerra,
Aunque solícito a propósito del abrazo y el sosiego.
Muerto, sí. Pero bogando donde solo cabe lo sencillo
Expulsados los putrefactos peces que todavía merodean a su antojo.

A tu partida, inconmensurable, vivirás en la permanencia de lo imborrable
Hasta que tus sueños conjurados, en cada boca,
Succionen la fragancia de la fresa
Y la luna no se la apropie un banquero disfrazado de poeta.
Amen, por los siglos de los siglos
Y los malditos escombros que tú desmoronaste
Para el regocijo incontable de la siembra
Desandado hasta hoy día en tu tránsito.

Trinidad regia y existente:
Antonio Eligio Blanco Peña,
El Pai,
Clemen.
¡Ja!, todos a una: nosotros y tu presencia.