El gagá, conocido en la República de Haití como Ra-Rá, es una manifestación mágico-religiosa con ribetes seculares que la hacen muy especial, pues no es estrictamente sagrada. Se trata de una reinterpretación caribeña de los cultos a la fertilidad que se celebran al inicio de la primavera. En estas islas del Caribe, a mi modo de ver, esta manifestación coincide con el inicio de la Cuaresma y se mezcla con la Semana Santa, aunque no tenga relación directa con esta.
En algunas culturas africanas, la primavera marca el comienzo de la buena cosecha, un período al que se le rinde especial atención para asegurar que el proceso productivo de siembra y cosecha esté bendecido por los dioses. Este tiempo se celebra con ritos y ceremonias de distintas significaciones, en los que es evidente la música, la danza, la teatralización escénica de personajes que mantienen un diálogo social. Estos rituales, a veces, transmiten valores comunitarios, escenifican situaciones de la aldea y todo ello se mezcla con lo sagrado, elemento nunca ausente en las manifestaciones colectivas del grupo.
En nuestro país, el gagá llegó a través de la inmigración haitiana desde finales del siglo XIX, pero tomó forma sobre todo después de la muerte de Trujillo, particularmente en los bateyes. Sus principales nichos se encuentran en San Pedro de Macorís, La Romana, Higüey, el Batey Central de Barahona y en bateyes cercanos a la capital, además de en zonas más alejadas como Elías Piña, Monte Llano, Amistad y otros bateyes de Puerto Plata.
Como puede verse, el gagá está muy relacionado con la industria azucarera y sus enclaves. Es una expresión originalmente propia de los bateyes, pues estos eran las residencias iniciales de los inmigrantes haitianos, aunque su distribución territorial ha cambiado con el tiempo.
Aunque el gagá se celebra en los inicios de la Semana Santa, sus cultos y ritualidades no se alinean con el mundo católico; siguen caminos litúrgicos distintos. En el caso del gagá, que denominamos mágico-religioso, su ceremonia —organizada unos diez días antes de su inicio formal— incluye elementos mágicos, sagrados, vinculados al vudú, así como acciones rituales con dimensiones lúdicas y seculares.
El gagá comienza con un acto mágico-religioso: se solicita el espíritu de un difunto en el cementerio local, una petición hecha en horas de la noche al Barón del Cementerio, jefe de la división de los guedés. Este préstamo ritual busca proteger al gagá durante su recorrido y mientras dure la ceremonia.
Luego de esta petición, lo solicitado se coloca en un macuto, y se procede a la recolección de plantas con poderes mágicos que se introducen en la llamada “botella mágica”. Tras su preparación por un o una experta, esta se utiliza para bendecir a los miembros del grupo la noche del Jueves Santo, protegiéndolos para el recorrido que comienza el Viernes Santo. Durante este tiempo, los santos del altar vudú están boca abajo, en descanso o de "vacaciones", lo que representa una ruptura en la continuidad del culto sacro.
Asimismo, a medianoche se bendicen los trajes y toda la parafernalia usada en la parte escenográfica y ritual del gagá: trajes, fuetes, la botella mágica, pitos, bastones, instrumentos musicales, pañuelos, etc. Todo esto se hace con oraciones católicas, lo que evidencia el carácter sincrético del gagá.
Aunque el gagá se deslinda en parte del vudú, debe ser presidido por un sacerdote de esa religión, dada su fuerza espiritual. Además, en el transcurso del recorrido, suele escenificarse la lucha entre el bien y el mal, representada en enfrentamientos entre distintos grupos de gagá.
El Jueves Santo en la madrugada se inician los rituales de naturaleza secular: se busca a la Reina del gagá, se despierta a otros miembros del grupo y comienza la parte festiva con música, cánticos (algunos relacionados con deidades del vudú) y la puesta en escena de bailes. Los mayores y las reinas desfilan por distintos lugares de la comunidad, se consume alcohol y se disfruta como si fuera una fiesta.
Durante los tres días del gagá —que culminan el Domingo de Resurrección con la devolución del espíritu prestado al cementerio— está prohibido que Reinas y Mayores (el cuerpo de bailadores y bastoneros) sean poseídos por deidades. Estos días se viven con tanto fervor que, con los desfiles por distintas comunidades y las demostraciones de destrezas danzarias y musicales, todo se asemeja a un carnaval o un teatro callejero danzante, lo cual introduce un profundo contenido secular a la vez que ritual.
En nuestro país, el gagá se relaciona con la inmigración haitiana. Es de procedencia haitiana, pero ya ha sido dominicanizado. Así lo afirmó la antropóloga estadounidense June Rosenberg en su obra El gagá: Religión y sociedad de un culto dominicano, donde lo denomina un culto dominico-haitiano. Muchos Mayores, Reinas, músicos y participantes de la société (como se denomina al grupo que sostiene la tradición) son dominicanos que ya han hecho suyo este legado.
Muchos presidentes de gagá son dominicanos. Aunque los dueños espirituales del gagá son los sacerdotes de vudú, existen apoyos diversos: riferos, autoridades locales, terratenientes y dominicanos residentes en el exterior que contribuyen materialmente a la realización de la ceremonia. Dependiendo de la fuerza y parafernalia del grupo, un gagá puede costar más de 300,000 pesos.
En antropología, todo préstamo cultural procedente de otro grupo en convivencia se convierte en parte de la identidad cuando se asume y se le imprime un sello propio. Es decir, cuando una tradición externa es apropiada y reinterpretada según los códigos locales, pasa a formar parte del abanico cultural del grupo. La apropiación conlleva adecuación, y eso enriquece y diferencia.
El gagá haitiano tiene diferencias con el gagá dominicano en lo ritual, musical, en su estructura mágico-religiosa y en la forma de desplazarse. Además, la versión haitiana es más masiva, lo que la convierte en un verdadero jolgorio popular.
Como ejemplo, el espagueti italiano ya forma parte de nuestra dieta nacional, aunque lo cocinamos diferente. Aquí lo preferimos más blando, mientras que en Italia se sirve al dente. Esa es la apropiación cultural: adaptar un hecho externo e integrarlo a la identidad del grupo.
Por tanto, no es incorrecto asumir que el gagá, que ya no se limita a los bateyes, sino que también se encuentra en barrios de grandes ciudades del Este, de Barahona y del entorno de la capital, es una manifestación dominico-haitiana. Tampoco podemos obviar que el control mágico-religioso del gagá requiere un conocimiento estricto de los códigos del vudú, y hasta ahora, dicho control ha estado en manos de ciudadanos dominicanos de origen haitiano, haitianos residentes en el país y, en menor medida, dominicanos.
Si hemos de rechazar el gagá por su origen haitiano, también deberíamos eliminar de nuestra dieta nacional el arroz (proveniente de China), el quipe (árabe), el plátano (africano), el ñame y el molondrón, así como el cocido español, por solo citar ejemplos culinarios. El marco analítico para el gagá es el mismo.
Un hecho cultural externo, apropiado y aplatanado a la manera dominicana, ya es parte de nuestra cultura. A fin de cuentas, la cultura se reproduce mediante el intercambio, las adecuaciones y las apropiaciones que la enriquecen, dándole continuidad y proyección en el tiempo. El hecho cultural no tiene dueño ni exclusividad. Termina por ser universal, aunque en su origen exprese la particularidad de quien lo creó. Su desplazamiento es inevitable para aquellos que lo asumen como parte de su reproducción social y cultural.
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