Los personajes protagónicos de las novelas Don Quijote de la Mancha y Madame Bovary son figuras díscolas que, conmovidas por el tifón de sus lecturas, enriquecidas por aventuras hiperbólicas, pretenden emparentar la vida real con el mundo que conocieron en los textos que leyeron. Figuras que se deslizan desde una realidad abrumadora y reglamentada hacia un ámbito donde la fantasía o la locura gobiernan. Si, como pregona la escritora Rosa Montero, la cordura es una especie de consenso social, el Quijote y Emma Bovary son unos desertores entusiastas.

En el caso de la obra de Flaubert opera el mito romántico. Ese amor intenso que Emma conoce en las novelas se convierte en su ideal. Su matrimonio con Charles no tiene nada de ese fuego. Ella sale a la calle, se libera de convencionalismos, en busca de una intensidad que preste verdor a la aridez de sus días. El resultado es nefasto. Emma no logra resignarse, se desespera. La fricción violentísima entre la ficción y la realidad la aniquila. La noción del amor como una certeza estable es la que determina las actuaciones de Emma, que tropieza y no levanta el pie, que no se da por vencida, imbuida por la ¿locura? Si está loca, es al estilo de Don Quijote: no una patología, sino una perspectiva atrofiada por la quimera.

La situación de Alonso Quijano, aunque análoga, tiene diversas diferencias. Quijano es la prehistoria del Quijote. De él no sabemos nada, salvo su hidalguía y su condición apacible en una aldea junto a su ama y su sobrina. Una vida donde no pasa casi nada. Lo único que ocurre es que lee novelas de caballerías y en ese acto se concentra el estallido espiritual que le alterará. Todo lo que ocurre con Don Quijote es un intento de homologar la ficción con la razón y esa simbiosis es abrupta porque sería una negación de la historia. Nunca hubo caballeros andantes. Pero la realidad no es otra cosa que un pacto. Cuando los duques ponen en ejecución una farsa colectiva para entretenerse con Don Quijote y Sancho, ese acuerdo se ha logrado, aunque sea de forma fugaz y socarrona. La aspiración de un mundo justo es utópica, pero Don Quijote daría su vida por ella. En Don Quijote el cálculo y la diplomacia son imposibles. Es una mente cuadrada en una geometría incorruptible.

Don Quijote y Sancho.

Recordemos que el primer acierto de Don Quijote de la Mancha es que por primera vez en la historia de la literatura el narrador es un ser falible. No podemos creerle al narrador, además de que la historia ha llegado a sus manos por caminos tortuosos desde la pluma de un tal Cide Hamete Benengeli. Aquí hay también una superstición: la del heroísmo y la del triunfo del bien. Cuando Don Quijote deja al joven Andrés a merced de su verdugo, creyendo que éste cumplirá con una palabra de honor, es porque el honor ha adquirido para él una categoría divina ante la cual ni los gigantes son poderosos. Pero una y otra vez la realidad le embiste, hasta el trance de Barcelona.

Hay un diálogo permanente entre estas obras. Pueden ser y han sido leídas desde miradas infinitas, registros interpretativos divergentes; también en clave mitológica.

Don Quijote de la Mancha y Madame Bovary, Alonso y Emma, Cervantes y Flaubert. No son novelas. Son todas las novelas. Son la vida. Son la potencialidad de la desgracia que sucede a la esperanza. Porque es desgraciado quien renuncia a la realidad y no se saldrá con la suya. Como ha señalado el académico Ramón García Pradas:

«En ambos casos, la lectura irá degradando al personaje hasta convertirlo en objeto de burla en el caso del ingenioso hidalgo o hasta someterlo a un continuo proceso de degradación moral que irá paralelo a la degradación económica en el caso de Mme. Bovary. La lectura hace que ambos personajes se crean lo que no son, Don Quijote un caballero medieval culmen de fuerza y valentía y Mme. Bovary una bella heroína muy por encima de la mediocridad provinciana que la rodea, producto de una imaginación que se ha dejado en todo momento llevar por sus lecturas de juventud, lecturas que, exactamente igual que ocurre en el caso de Don Quijote, Emma ha llevado a cabo sin el menor espíritu crítico. Resulta, pues, lógico que ambos personajes terminen siendo penalizados al haber querido transponer la ficción al ámbito real en el que les ha tocado vivir».

Hay un diálogo permanente entre estas obras. Pueden ser y han sido leídas desde miradas infinitas, registros interpretativos divergentes; también en clave mitológica. Sobre Sancho Panza y Charles Bovary, personajes psicológicamente complejos e imprescindibles en el destino compartido de los dos clásicos, también hay mucho que explorar. No es casualidad que estemos hablando de dos novelas que han orientado la historia de la literatura, que han inaugurado etapas imprescindibles en la historia de lo que hoy conocemos como novela, la más difusa, la más abierta de las tipologías textuales.

Juan Hernández Inirio

Escritor, profesor y gestor cultural

Juan Hernández Inirio es escritor, profesor y gestor cultural. Nació en La Romana, República Dominicana, en 1991. Ex director provincial de Cultura de La Romana, fundador de la Feria del Libro de esa ciudad y de la Fundación Modesto Hernández (MODHERNA). Es Licenciado en Educación mención Letras, Magna Cum Laude, por la Universidad Dominicana O&M. Tiene un máster en Cultura Contemporánea: Literatura, Instituciones Artísticas y Comunicación Cultural por la Universidad Complutense de Madrid y la Fundación Ortega-Marañón. Ha publicado los libros Cantar de hojas muertas, Musa de un suicida, El oráculo ardiendo, La insurgencia de la metáfora. Treinta poetas de los años sesenta y El nieto postizo. Textos de su autoría han aparecido en periódicos, revistas y antologías latinoamericanas. Ha dictado conferencias en República Dominicana, España e Italia. Su trayectoria le ha merecido diversos galardones, entre los que se destacan ser declarado como ¨Hijo distinguido de La Romana¨ en 2017 por el ayuntamiento de esa ciudad y ser reconocido por la Academia Dominicana de la Lengua en 2019. jhernandezinirio@gmail.com

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