Cuando en Pedernales se habla de Clemente, todos piensan en una sola persona, la de siempre: Clemente Pérez Ferreras, 98 años, un mulato espigado, enérgico y lúcido como un niño. Peluquero, monteador de cerdos y chivos salvajes, agricultor y político, sin más escuela que su memoria, atesora parte de la historia fundacional y política de esta provincia sudoestana, en la frontera dominico-haitiana, ya como actor, ya como testigo.
Segundo de la prole que completan Lilian, Dulce, Lucila, Manuel (Pipí) y Aquiles, Clemente ha cargado pesado desde pequeño, pero, aun en la bajada de la vida, no se rinde. Está consciente de ser el último de la camada que llegó a inicios del siglo XX a poblar la sabana luego llamada Juan López. Se acerca al centenario, pero deslumbra con su capacidad descriptiva y su fluidez salpicada de humor pueblerino.
Nació en Duvergé, provincia Independencia, igual que su hermana Lilian. Detrás de buenas nuevas, temprano migraron a Pedernales junto a la madre María Francisca Pérez (Mandín) y el padre Alfredo Ferreras, del Estero, provincia Baoruco.
Habían llegado en una travesía de leyenda, entre los pinares de Sierra Baoruco, a caballo, durante tres días y tres noches, bajo lluvia.
Doña Mandín vivía en su casa de la simbólica calle Juan López esquina Braulio Méndez, y, justo en el patio, la casita de tablas del simpático Clemente, padre de tres: Tina María, 50 años, Miguelina, de 26, y Diomar, de 25.
Su voz ronca con signos de desgaste no amilana a Clemente. En tono alto, como saboreando las palabras, cuenta el secreto de tanta resistencia al paso de los años.
“Oh, comer comida criolla neta, esooo: plátano sancochao y guineo con carnee, con un ají montesino aentro, y un grano de cebollín, y un pedazo de cebolla. Comí mucho chivo, aguacate, mucho guineo maduro. Yo soy campesino de verdá, pero un campesino que me mantuve en el pueblo. Hice el Club 27 de Febrero; junto con otros jóvenes hicimos logia y nos mantuvimo en el medio…y, claro, me daba mi juguito, digo, mi traguito” (risas).
No para de contar historias. Es como si quisiera dejar constancia escrita de toda su oralidad rica en historias del pueblo. Pese a los 98 sobre sus hombros, asegura que aún le quedan fuerzas. “Tengo un brazo como un látigo, que le doy una trompá a cualquiera y cae”.
De él, Leonardo Pérez, vecino de la calle, Juan López, tiene mil anécdotas. La de los patos es una que aún va de boca en boca.
“En el patio de su casa, bebía tragos con un grupo de amigos, algo muy en la época. Cuando ya Clemente estaba caliente, en un descuido, Batín agarró dos patos ajenos y los mandó a su casa, a unos cuantos pasos, hacia el norte, para matarlos, pelarlos y colocarlos en el refrigerador.
Cuando en el grupo, como siempre, llegó la propuesta del “cocinao”, el menudo Batín fue el primero en hablar. Dijo que en su casa tenía un par de patos disponibles. Y mandó a Arturo Boíto a buscarlos. Entre todos saborearon el guiso del ave. Clemente no supo hasta el final que se comía sus crías.
Clemente tenía sus amores. Como en Sitio Nuevo, Las Mercedes, parte alta del municipio, donde Humberto Matos (Beté), y él cultivaban sus tierras. Eran amigos íntimos, como hermanos.
Adalgisa Matos, hija de Beté, con voz timbrada relata sonriente: “Una haitiana se enamoró de papi, pero Clemente la quería y dizque él se la quitó. Ellos eran dos padrotes del sitio. Casi se matan por una mujer, después que tenían tanto tiempo viviendo uno del otro en Sitio Nuevo, como hermanos. Lo que gocé más fue que, antes de mi papá morir de cáncer, en 2014, a los 94 años, Clemente fue allá y se abrazaron, y lloraron, y yo lloré con ellos, y se perdonaron, y la mujer la mujer por la que se pelearon, sigue viva en el mismo lugar. Yo admiro a Clemente por su lucha en la política con el PRD”.
En política, a Clemente le llamaban “titán de hierro”. Lucía imbatible, incansable.
Elías Acosta considera que “junto a otros viejos robles del PRD, formó un muro inquebrantable que estaba al unísono de esa buey que arrastraba al jacho”.
Precisa: “Fue firme y tenaz, servicial y trabajador. Su barbería fue un local del PRD. Miembro prominente del Comité, no tuvo un día de descanso. Algunos nombres de sus compañeros: Paisito, Tiquito, Papito, Marchena, Lucho, Ana Luisa, Santo Color, Julito, Marión”.
INCERTIDUMBRE CON EL RÉGIMEN
De pequeño, Clemente vivió con su familia en la fértil colonia Aguas Negras, en la Sierra Baoruco. Trujillo había ordenado el desalojo de los haitianos que minaban el lugar, para enviarlos al otro lado del río Pedernales, límite entre los dos países. El chapeo le llamaron los lugareños a esa operación. Y dispuso la construcción de 32 casitas, más las quitadas a los extranjeros que habían ocupado la zona. Así, a los colonos les asignó viviendas y parcelas.
Su padre murió cuando él tenía ocho años. Junto a su madre cogió las riendas de la familia.
“Aquí me crie, en el pueblo, no en la loma, porque Trujillo nos sacó como perros de nuestras tierras, en Aguas Negras, para dárselas a los japoneses. Pero como los japoneses no vinieron todos, al año Trujillo votó un decreto diciendo que quienes quisieran volver que lo hicieran, pero yo no quise, ya yo taba plantao aquí, ya yo comía, tenía una barbería. Me quedé sin pai, chiquito, pero aquí no hay quien tenga una queja mía, ni cuando joven ni después”.
En aquellos días, en Pedernales escaseaba todo. Lo describe en estilo campechano:
“Había que mandar a un muchacho a Ansapito a comprar un jarro de sal; guayábamo un coco si íbamo a Ansapito a comprarlo. Luego Trujillo mandó a construir cuatro hileras de casa, de diez cada una, comenzando en la Juan López. Formaban como un cuadrado y en el centro un montón de guasábara, mucha culebras y muchas iguanas. Ahora se ve progreso, pero hay muchas cosa malas. El que ayer tenía un par de zapato se sentía bien calzado, pero hoy, el que tiene seis pare dice que está descalzo. Hay muchas cosa que están mal aunque se vea muchas casa”.
Recuerda sus tiempos de monteador de chivos y cerdos, desde que se hizo “hombrecito”.
Como otros de su generación, se internaba por días y noches en el Baoruco, y dormía en cuevas, a la espera de la presa para conseguir carne de comer y vender y así ayudar su madre. Tiene nostalgia de sus perros y de la escopeta de pistón comprada por 14 pesos a Fonsito Mancebo.
SANGRE BLANCA
Clemente asombra con su firmeza política. La expresa sin miedo. Jamás se zafa de su PRD original, aquel que luchó sin tregua por la democracia al caro precio de sangre y cárcel. Fue una época peligrosa. En los 12 años de Balaguer, la represión había sido normalizada. Y su vida siempre peligró. No se ha borrado la imagen del escape vestido de mujer.
“No, no, no… Nací en el PRD y estoy en el PRD, porque al PRM le veo un ala en el PRD y un ala en el PRM. Mis sentimientos son revolucionarios. Soy perredeista hasta el tope y ahora estoy en la sombra del PRM. Soy del Partido Revolucionario Dominicano, criado por el profesor Juan Bosch”, precisa.
Recuerda a perredeistas auténticos, de los viejos: Euclides y Ángel Pérez, Chechén, Pimpón, Librado, Aquiles, Cucuyo, Manuel Salvador Pérez, “y Curú, que era perredeísta, pero no podía decirlo porque era Oficial Civil y lo cancelaban… Había mucha gente en el partido”
Por sus venas y arterias circula “sangre blanca”. Luego de la victoria del partido blanco, en 1978, él llegó a la comunidad agrícola Las Mercedes y saludó a unos que jugaban dominó mientras otros miraban la partida.
“Saludos, compañeros”, les dijo recio, al estilo Peña Gómez y Casimiro Castro.
-“¡Compañeros son los perros!”, le respondieron.
Un Clemente dispuesto a todo, ripostó: “¡Compañeros somos los del PRD!”.
Uno de los jugadores, guardia vestido de civil, se levantó en actitud violenta aunque en segundos se enfrió. Pero no reparó en que Balaguer ya no era gobierno. Clemente lo reportó vía la Gobernación, y fue cancelado.
Ese hombre transpira política. Ve que en el pueblo, “la cosa va regular, no tan mal como antes, con los otros”. Igual piensa del presidente Luis Abinader.
“Pero podría terminar tan mal como los anteriores, si continúa tímido con el ataque a los corruptos. Él sabe quién tiene el dinero robado, incluso en Pedernales, y entonces se queja de que no tiene dinero para hacer cosas. Tiene que empantalonarse”.
El nombre del carismático líder nacional del PRD, Pablo Rafael Casimiro Castro, es recurrente en su discurso.
Recuerda orgulloso: “Hicimos unas elecciones y lo sacamos como primer senador de Pedernales. No sé qué vio él en mí porque me echó mano y me llevaba a todos los lugares. Cuando venía y se iba para la capital, me llevaba y, al otro día, me enviaba para acá con su chofer de nombre Manganagua”.
Una anécdota sobre su cercana relación con el carismático dirigente nacional del PRD, vive en el imaginario colectivo de la comunidad con los brillantes colores del humor pueblerino.
Cuentan que el senador llegó una noche al municipio, se apeó del carro y se sentó a compartir con seguidores. En un momento le pidió a Clemente que le buscara una bebida en el baúl.
Él corrió a cumplir la misión. En la oscuridad de la noche, palpó y notó que había muchas botellas de bebidas, y se entusiasmó. Dada la confianza, agarró una, la destapó y se dio un trago. Se atragantó y soltó un escupitajo. Asustado exclamó: “Ay mi madre, me envenené! ¿Qué diablos fue lo que bebí?
Se trataba de un vino seco que él jamás había probado. Es un hombre de aguardiente pura.