I
La narrativa de Danilo Rodríguez ha llamado poderosamente mi atención desde que, en noviembre de 2015, supe de su existencia. Era una mañana fresca y apacible de un domingo cualquiera, y yo estaba en un café compartiendo con unos amigos míos muy amantes de la pintura y la literatura. Por un momento, la conversación giró en torno al tema de los trabajos ganadores del Concurso de Cuentos de Radio Santa María de ese año, cuya antología recién había sido publicada con los cuentos premiados. Uno de mis amigos tenía ese libro encima de la mesa y, mientras se hablaba acaloradamente del tema, que no era de mi interés, yo pequé de ineducado al proceder a hojear el libro, o peor aún: al azar, comencé a leer uno de los cuentos, el que había quedado en tercer lugar, y de inmediato, como una fuerte premonición, sentí una especie de flechazo que me traspasó el cerebro y me dejó extasiado en una fiesta de oxitocina y dopamina; fue tan poderosa la energía literaria que sentí a través de las pocas palabras leídas, que le dije a mi amigo que me prestara el libro para llevármelo a casa sin más demora que la suficiente para leer con detenimiento el cuento merecedor del tercer premio. No me prestó el libro, sino que me lo regaló alegando tener otro ejemplar en el vehículo. Ese mismo día lo leí; fue una lectura de enorme placer, o, mejor dicho, de un embrujo de loco, puesto que, al menos en mí, la sensación que este cuento produce es indescriptible. Se titula Canciones para el silencio y su autor es Danilo Rodríguez.
En esos días, entre amigos y conocidos, hablé hasta el hartazgo sobre este fascinante cuento y pregunté una y mil veces sobre el autor, a quien yo —sin más prueba que el cuento y pese a no conocerlo en persona— me aventuré a calificar de artista. Algo en mi fuero interno me decía que se trataba de una de esas escasas personas que nacen o crecen con un don artístico; o sea, una de esas personas que con la misma facilidad con que están altamente dotadas para la música o la pintura, también lo están, si les place, para la literatura u otro tipo de arte. Afirmé que cualquiera que haya sido capaz de escribir un cuento como ese, no puede ser una persona del montón, y, en consecuencia, varias veces pregunté en vano por él. Ninguno de mis amigos cercanos lo conocía. Mas, una semana después, mientras visitaba una librería de Santiago, comparecí a una tertulia que en un rincón del lugar protagonizaban unos diletantes de las letras, cuyo tema ese día versaba casualmente sobre dicho libro, y, como yo conocía a más de uno de los presentes, me animé a participar en el debate; cuando se habló sobre el tercer premio, supe por vez primera que el autor era un joven treintañero de Santiago, que además era actor y profesor de inglés, o de matemáticas (si mal no recuerdo), y que había ganado otros premios, tanto en poesía, como en cuento. Desde entonces, quise seguir sus publicaciones.
II
Este cuento, Canciones para el silencio, es una de esas pequeñas joyas literarias —valiosas, admirables y exquisitas— con las que los lectores se encuentran de cuando en cuando en la República de la Lectura. Tan magistral me parece, que ojalá yo haberlo podido escribir. De hecho, tiene los méritos suficientes para figurar en las más exigentes antologías de cuentos dominicanos del presente siglo y, a la vez, constituye la carta de presentación del autor ante los más connotados cuentistas novísimos del país; con dicho cuento, el autor no ha quedado mal parado en el Parnaso dominicano y, al escribirlo, se nota claramente que, con fuerza, inteligencia y gallardía, ya agarró las maletas y las herramientas imprescindibles para emprender exitosamente las aventuras por el largo y pedregoso camino del cuento.
Ahora que ha publicado Principio de incertidumbre (2025), he quedado nuevamente impresionado con su talento artístico, pues ha escrito uno de los mejores libros de cuentos dominicanos que he leído en los últimos cinco años. Es un libro que da la impresión de haber sido escrito por un narrador experimentado. Además, es de carácter experimental, lo que, acaso, puede ocasionar algunas desavenencias ante los puristas, pero, por supuesto, el autor es consciente de los riesgos rupturistas que asume. En todo caso, me parece superfluo detenerme a ello en estas líneas, pues, en cambio, me interesa recalcar los rasgos fundamentales que giran en torno a la interconexión que complementa los cuentos. Asimismo, el libro se enlaza con Canciones para el silencio, puesto que este último dialoga con Delirio e infortunio del poeta Eulalio Días Badillo, Un posible final para Eddy, Tal vez Lidia y Paloma o las canciones del silencio.
Con la lectura de estos cuentos, el lector descubre detalles nuevos sobre Canciones para el silencio, el cual se convierte ahora en el monólogo interior del fotógrafo Mario Vidal, quien, en agosto de 2009, asiste a un congreso de fotografía celebrado en un hotel de Sosúa. Éste ha quedado prendado de una hondureña, a la que, de momento, no tiene el valor de cortejar con palabras. Sin embargo, logran ser novios. Pero Canciones para el silencio está, sobre todo, en comunicación directa con Paloma o las canciones del silencio, puesto que el primero es casi un extracto del segundo. No obstante, existen ligeras diferencias en la historia que funge de hilo conductor entre ambos relatos. Es obvio que el autor está consciente de ello y, por ende, ha procedido de forma intencional. Por ejemplo, en Canciones para el silencio, tiene lugar lo siguiente: a) la compañera de viaje, con la que Paloma comparte el asiento trasero del carro de Mario, se llama Ana; b) el amigo de Paloma se llama Rafa, quien la lleva al congreso de fotografía; c) Rafa es —de Mario—un "amigo de viejo"; d) Ana y Paloma ya habían hablado entre sí, antes de que Paloma fuese presentada ante Germán y Mario; e) Paloma llega al congreso con Rafa, pero Ana es quien la presenta ante Mario, que, a través de una señal, le había requerido semejante solicitud cuando ella estaba en conversación con Paloma; f) Paloma asiste al congreso porque deseaba conocer gente nueva que hiciera arte, por lo que Ana le ha recomendado conocer a Germán y a Mario; g) Paloma, durante la presentación, saluda a Germán y a Mario con un "Mucho gusto, mucho gusto"; h) luego de la invitación de ir a la playa, Paloma insinúa estar a merced de Ana; i) Paloma menciona la necesidad de que haya alcohol para beber en la playa; y j) Ana persuade a Paloma de que vaya a la playa junto a ella en el carro de Mario, alegando la fuerte calor del país y la falta de aire del vehículo de Rafa.
Por el contrario: en Paloma o las canciones del silencio, respectivamente, ocurre que: a) la compañera del viaje a la playa se llama Anna, no Ana; b) el amigo de Paloma se llama Moreno, no Rafa; c) Moreno y Mario no son viejos amigos, pues Moreno no lo recuerda, aunque Germán recalca que se conocieron en el congreso anterior y que Mario era el fotógrafo de los retratos en blanco y negro presentados tres años atrás en Casa de Arte; d) Anna y Paloma se conocen por vez primera luego de que Moreno presentara a Paloma ante Anna, Mario y Germán; e) Moreno —no Anna— presenta a Paloma por vez primera ante Mario y Germán; f) dada la necesidad de que Paloma conociera gente nueva que hiciera arte, Moreno le presenta a Anna, a Mario y a Germán, aunque mira para todos lados y dice sarcásticamente que tal vez llegaron tarde para conocer "la crema y nata de la región"; g) Paloma, cuando Moreno la presenta —ante Mario, Anna y Germán—, saluda con un "Hola a todos"; h) luego de la invitación de ir a la playa, Paloma insinúa estar a merced de Moreno; i) es Moreno —no Paloma—, quien plantea la necesidad de que haya alcohol para tomar en la playa; y j) Paloma le pide directamente a Mario el favor de que la lleve en su carro, alegando el fuerte calor del país y la ausencia de aire en el vehículo de Moreno.
III
En Tal vez Lidia, Mario llega al cumpleaños de Lidia acompañado de la que ahora es su novia: Paloma, la cual le amarga la noche al poeta Eulalio, alias el Gapo, uno de los personajes más divertidos que conozco de la cuentística dominicana (un personaje bien logrado que constituye un logro equiparable, o superior, a Canciones para el silencio). En Sopor de Flor, Mario y Paloma son mencionados de forma esporádica. En Delirio e infortunio del poeta Eulalio Días Badillo, Mario tiene escasa participación. No así Paloma, la cual desarrolla una escena junto al Gapo, quien, en su imaginación, la convierte en musa y en diosa mitológica que lo ama locamente. Mario y Paloma son personajes secundarios en este cuento, pero se revela que Paloma trabaja en una tienda de ropa de moda ubicada en la Plaza Internacional y que Mario es amigo de uno de los personajes más recurrentes del libro: Francisco Olivo (apodado Frank, 28 años, catedrático universitario, lector voraz y escritor de cuentos; por ejemplo, es "autor" de [Un cuento de Frank sin título todavía], que constituye un sueño premonitorio de lo que en Tal vez Lidia sería la tragedia de su esposa cuando regresa a Santiago conduciendo desde Santo Domingo). También, es amigo de Gregorio Landes, alias el Diablo, que aparece en Tal vez Lidia y en Delirio e infortunio del poeta Eulalio Días Badillo, protagoniza Los sueños de Landes y es mencionado de forma esporádica en La anunciación de Esteban. Otro amigo suyo es Pedrito el Cuate, que aparece en Tal vez Lidia y Delirio e infortunio del poeta Eulalio Días Badillo y coprotagoniza Julieta vuelve sola a casa, en donde se nota su pusilanimidad ante los vientos huracanados de la tormentosa Julieta, cuyo trágico final es revelado en un desenlace ambiguo y de gran nivel artístico, comparable a otros desenlaces bien trabajados en el libro (Tal vez Lidia, Sopor de Flor, Un posible final para Eddy y [Un cuento de Frank sin título todavía]).
Ana, de Canciones para el silencio —o mejor dicho: Anna, de Paloma o las canciones del silencio—, tiene 25 años y es novia de un exjugador de baloncesto, personaje junto al cual protagoniza Un posible final para Eddy, cuya acción transcurre el domingo en que ella hace el viaje a la playa junto a Mario. Eddy no asiste al congreso ni, por ello mismo, a la playa, pero esa noche visita a su novia Anna en casa de sus padres con el fin de fijar la fecha de boda y, por desgracia, encontraría allí el móvil del problema que pocas horas después le costaría la vida. En Don Tomas Minier y la criatura, la noticia se convierte en uno de los titulares del Listín Diario, periódico que lee don Tomás, quien es amigo de los padres de Lidia, la mejor amiga de su hija Flor (cariñosamente llamada Florcita). Flor aparece en Tal vez Lidia y en Sopor de Flor. Es la amante de Arnaldo Villamar, quien aparece en Sopor de Flor y protagoniza De cómo Arnaldo usa las palabras como uñas. Los padres de Florcita son, como se puede leer en Don Tomás Minier y la criatura y en Jorge me sueña soñándole, Nuris y don Tomás Minier, los cuales eran, desde jóvenes, amigos íntimos de Jorge Luis y Sandra (los padres de Lidia). Pero hay otros personajes recurrentes en el libro.
IV
Como se puede colegir, la interconexión en Principio de incertidumbre opera casi en forma de intertextualidad y es de carácter interno. También, es de carácter externo (Canciones para el silencio es una prueba). Asimismo, son muestras de ello las expresiones "jeep dorado" y "jeepeta dorada", que, en casi todos los cuentos, aparecen como un recordatorio de que los personajes son vigilados por el Autor, o sea, el Danilo Rodríguez que funge como personaje casi invisible. Pero este último, alter ego del autor, no puede ser confundido con el Danilo Rodríguez de la vida real, puesto que, a pesar del parecido intencional, no son —ni pueden ser— iguales. Lo cierto es que el autor de Principio de incertidumbre es una de las plumas más acrisoladas de la novísima cuentística dominicana, sitial que ocupa con justificación, tanto por la destreza técnica y la interconexión de los cuentos, como por la cosmovisión que presenta. De modo que el lector puede salir de la lectura del libro —que no es una novela, por supuesto— aleccionado sobre la condición humana y sintiendo las mismas inquietudes que sentiría al finalizar la lectura de una novela bien lograda.
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