La conversación pública contemporánea está dominada por problemas relacionados con la cultura. No cultura en su acepción más estrecha y anacrónica -la de los conocimientos individuales, la de ser ¨culto¨ – sino en su dimensión colectiva y determinante: la cultura como forma de vivir en sociedad. Bastaría ver que el popular politólogo argentino Agustín Laje ha escrito un libro titulado La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha. Cultura y política llegan a parecer temas intercambiables. La expresión ¨batalla cultural¨ es antigua: se origina en el término alemán Kulturkampf, a raíz de las tensiones entre fe y secularismo durante el mandato del Canciller de Hierro, Otto von Bismarck (a partir de 1871).

Actualmente, los debates dominantes en muchos países sobre feminismo, migración, identidad sexual o ecologismo tienen una gran connotación cultural que, si bien no estuvo ausente absolutamente en otras épocas, sí se ha manifestado con mayor exclusividad tras el final de la Guerra Fría debido a la victoria global del modelo económico liberal. En los años sesenta, por ejemplo, la batalla cultural era ferviente, pero había una batalla económica y geopolítica que marginalizaba la primera. La desaparición del comunismo propició un desplazamiento de los discursos de las izquierdas hacia el territorio de las libertades individuales, con algunas de las cuales antes no se identificaba de forma unitaria. Tan dicotómico se presenta hoy el panorama político, cultural e intelectual, que la palabra favorita de las derechas es precisamente ¨libertad¨, esta vez no desde la necesidad de afirmar el liberalismo occidental, sino como reivindicación de las elecciones éticas y familiares sin la intervención del Estado.

Pero la cultura es más que es un eslogan político o artístico…

En su ya antológico libro de 1952, Culture: A Critical Review of Concepts and Definitions, los antropólogos norteamericanos A.L. Kroeber y Clyde Kluckhohn recogieron más de doscientas definiciones de cultura. La clasificación de las definiciones de cultura propuesta por Kroeber y Kluckhohn da cuenta de una variedad de aspectos de la vida en sociedad que no pueden quedar fuera de una visión organizada y armónica del mundo, entendido ese mundo como el ambiente y el grupo en el cual se desarrolla el individuo. Este sistema axiológico es el que permite, como entendió Bronislaw Malinowski, ver la cultura como la base de la cooperación y la unidad que mantienen a una sociedad en equilibrio, como fuente de cohesión social. Siendo los seres humanos diferentes, es por medio de la cultura que podemos cooperar y sobrevivir unidos. Fue Franz Boas quien, al crear la teoría del relativismo cultural, entendió por primera vez que en la cultura -desde la perspectiva de los hábitos compartidos por la comunidad- se manifiesta un código de conducta y una mirada del mundo que poseen un valor esencial y propio, no dependiente de un parámetro ajeno. La comunidad se hace única en su cultura porque es su forma singular de reaccionar al devenir de la vida.

Sobre los aportes conceptuales y los trabajos de campo de estos y otros científicos sociales se explaya el antropólogo Marco Aime en su libro Cultura, que he leído con gran interés.

Aime nos cuenta que ¨el proceso de hominización condujo, a través de fases evolutivas, al Homo sapiens, un proceso que ha llevado a los seres humanos a sustituir los instintos con una serie de acciones y de estrategias que hoy acostumbramos a llamar culturas. Y culturas en plural, porque la variedad misma de situaciones en las que se han encontrado los distintos grupos humanos es la que ha dado origen a diversas formas de lectura del mundo. Podríamos decir que, frente a cuestiones comunes relacionadas con la existencia, las diferentes sociedades han dado respuestas diferentes. De allí la multiplicidad de pensamientos, lenguas y comportamientos que distinguen a nuestra especie¨. Aime interpreta la cultura como una sustitución del instinto y una tecnificación del acto de la supervivencia. Cada grupo, por razones ambientales, políticas, etc., se ha visto ante circunstancias diversas que han hecho que sus respuestas ante las problemáticas de la existencia resulten originales, distintivas. Y estas diferencias entre grupos o países son aprovechas por los discursos extremistas para imponer una visión etnocéntrica -en la cual la cultura propia es superior a la de otros.

La cultura puede ser pensada como la manifestación total de lo humano. Solo nosotros podemos concebir la belleza en unos labios, en Las meninas o en el crepúsculo sobre Bayahíbe. Solo nosotros podemos tener cultura: está en nuestra naturaleza. Solo nosotros diseñamos la política. Lo que hacemos y cómo lo hacemos ha modelado nuestra complexión física en una larga cadena evolutiva y también delinea nuestras convicciones. Como animales culturales en la selva política que es hoy el mundo, la aldea global, nos tocan ingentes retos de integración sin exclusión, sin estigmas.