Fui a Megacentro, a Megaplex, el complejo de diez salas de Caribbean Cinemas en Santo Domingo Este, a ver el nuevo documental de René Fortunato: “Triunfo de la democracia”. Una sala con capacidad para ciento cincuenta espectadores. Apenas éramos tres en aquella magna cámara oscura, casi lúgubre, con una pantalla que nos tragaba por momentos.

A la entrada al conjunto cinematográfico la cola era interminable. Dos filas tan largas como se puedan imaginar. Las familias, los amigos, los enamorados, los solitarios… con el entusiasmo en sus rostros de asistir allí para ver una película. Adentro, luego de compradas las boletas, se formaba una serpiente de varias roscas para adquirir las golosinas (bandejas ocupadas por refrescos, de palomitas de maíz, nachos con queso, hotdogs… y de todo lo que uno puede desear para comer y beber en el cine)

¡Éramos tres, solo tres tristes tigres! Sábado, 7:20 de la noche. La hora en que más gente va al cine; ni tarde ni temprano. Todavía queda el domingo para dormir toda la mañana o visitar a la tía más querida y disfrutar del almuerzo. ¡Es noche de película! El recibidor del cine que nos enfrenta a las gollerías estaba atiborrado, estallido y crepitar de palomitas de maíz, ese sonido característico de la soda cuando abren la cañería del tanque a presión. Y aun así, no llegó nadie más. Éramos tres, solo tres frente a una pantalla gigante y un sonido envolvente. Nadie más se presentó ni siquiera por confusión de sala o filme.

Pensé en la enajenación cultural de la que tanto se habló en los 80s.; los mensajes contenidos en aquellos filmes de finales de los 70s.,  como “Fiebre del sábado por la noche”; el crecimiento desmedido de las discotecas y los primeros porros de marihuana; la música norteamericana y la confrontación, casi racial, casi política, entre The Osdmons y The Jackson 5. Ahora no se trataba de eso, teníamos el control con teléfonos celulares, redes sociales, youtubers, influencers, tictocquers, periódicos digitales y tantas emisoras y canales de televisión como estrellas en el cielo… pero no era suficiente para atraer a nadie más a la sala a ver una cinta cinematográfica de factura nacional.

Triunfo  de la democracia”, documental histórico-político que deberíamos asistir a ver todos por su valor nacional, no tiene personajes que vuelan ni con súper poderes. La transición de los 12 años de Balaguer (1966-1978), a una nueva forma de gobierno, que es lo que retrata el filme, no les importa a las mayorías, ni se enteran. Ni siquiera las escuelas de cine se ven interesadas por este género y contenido audiovisual; ni siquiera las universidades en sus cátedras de historia, ciencias políticas o jurídicas. El problema de la atención del gran público parece ser más grave del que podemos imaginar. Nadie quiere tratar con el enfermo mucho menos con la enfermedad.

Se habla entonces, de las “nuevas miradas”; pero de las nuevas miradas para el cine dominicano que tiene cada vez menos espectadores, porque es justo reconocerlo, las salas están llenas de públicos, se pelean por una butaca para ver Superman o Misión Imposible. La situación de la usencia de multitudes es del cine dominicano.  Y es propicio afirmar, que hemos mejorado mucho, ¡un mundo! No tenemos nada que envidiarle ni copiarle a ninguna cinematografía de la región en materia técnica. ¡Hemos crecido!

Ganamos en festivales internacionales como La Berlinale, en Alemania; Locarno, en Suiza; Cine Latinoamericano en La Habana, Cuba; los festivales de cine de Huelva y Málaga, en España… más recientemente en Costa Rica obtuvimos varios reconocimientos; pero esas películas galardonadas, escasamente se conocen, porque casi nunca se exhiben a nivel local o se proyectan por una semana en Fine Arts (agradecidos de Caribbean Cinemas), y luego, a los archivos muertos.

Esas nuevas miradas están en las escuelas y los colegios, en la formación de los cineclubes escolares; en los pueblos, en los grupos audiovisuales y cineclubes provinciales. Estimular a las autoridades en la modalidad de artes del MINERD, a las alcaldías municipales. Esos jóvenes que inundan las salas de cine cada fin de semana; que siguen las series en las plataformas streaming; a ellos debemos conquistar y volver sus miradas a lo nacional.

Conozco las respuestas del Ministerio de Cultura, de DGCine, de la Cinemateca Dominicana, por lo tanto, insistir sobre el tema de cursos y talleres de apreciación cinematográfica es inútil, de producción y realización de cortometrajes; no es de su jurisdicción. Establecer convenios de trabajo y colaboración entre las diferentes entidades culturales y artísticas de la nación para formar grupos de “cine de guerrilla”, tampoco. Ciclos o muestras de filmes dominicano en las casas de cultura, las iglesias, clubes sociales, en los parques… no figura en los planes de nadie.  ADOCINE no parece enterarse del problema. Mientras tanto, nos apena ir a la exhibición de una buena película dominicana y tener como escenario una sala lúgubre, ajena… muerta.

Leo Silverio

Escritor

Leo Silverio. Quiero ser recordado por una película, ficción o documental, que le haya sido útil a alguien. Guionista, docente, gestor cultural, escritor. Creo en la educación y experimentación como valores humano. leosilverio@certv.gob.do

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