Título original: The Phoenician Scheme. Año: 2025. Género: Drama. País: USA. Dirección: Wes Anderson. Guion: Wes Anderson. Historia: Wes Anderson, Roman Coppola. Elenco: Benicio del Toro, Mia Threapleton, Michael Cera, Tom Hanks. Duración: 1 hora 41 minutos

Reconozco que la obsesión del director Wes Anderson por la geometría visual, la paleta cromática saturada y los encuadres simétricos que convierten cada plano en una miniatura autosuficiente, lo hacen poseedor de un sello muy particular y distintivo en términos creativos.

Esto vuelve a ser confirmado en su más reciente producción titulada “El esquema fenicio” (The Phoenician Scheme) la cual se erige como una exploración estilística y temática de las relaciones familiares disfuncionales y cuya trama sigue a Zsa-Zsa Korda, un magnate europeo de origen incierto que arrastra consigo un pasado de sospechas y alianzas secretas, mientras intenta traspasar su imperio a su hija Liesl, una monja de clausura cuya resistencia a los deseos de su padre dinamiza el conflicto central.

Anderson vuelve a las correrías que hizo en “El Hotel Budapest” (2014), con su mezcla de nostalgia centroeuropea, arquitectura neobarroco y códigos visuales de los thrillers de espías, articulando una tensión constante entre lo íntimo y lo geopolítico, y moviendo un guion con deliberada lentitud como es habitual en él. Esta dicotomía se manifiesta en la relación padre-hija, donde Zsa-Zsa, interpretado con ironía glacial por Benicio del Toro, intenta domesticar el mundo religioso y ascético de Liesl, encarnada por Mia Threapleton.

La obsesión de Korda con el control y el legado revela una dimensión trágica disfrazada de comedia de modales, con diálogos donde la afectación verbal esconde viejos traumas, traiciones empresariales, contención que recuerda la interpretación de Gene Hackman en “The Royal Tenenbaums” (2001).

En “La trama fenicia”, los espacios funcionan como trasfondo atmosférico que como motor real de la acción. Al igual que en “Life Aquatic” (2004), Anderson ofrece una reflexión melancólica sobre el fracaso de la voluntad individual frente a las estructuras familiares y políticas. Los escasos momentos de acción son resueltos con una deliberada falta de verosimilitud, como aquella escena en donde la resolución de un asunto de negocios se realiza a través de una competencia de encestamiento de baloncesto, cuestión que acentúa la teatralidad impregnada en toda la obra.

No obstante, aunque esta obra exhiba la maestría formal y habitual de este director, su narrativa no está exenta de ciertas debilidades estructurales que afectan la intensidad dramática del conjunto.

Una de las principales limitaciones radica en la sobrecarga estilística que, en varios momentos, relega la progresión de la historia a un segundo plano. El estilo simétrico y el preciosismo visual, si bien son utilizados adecuadamente, diluyen el conflicto central entre Zsa-Zsa y Liesl, cuyo enfrentamiento ideológico y emocional nunca alcanza un verdadero clímax narrativo.

Resulta innegable que la película amplía el alcance simbólico de su filmografía, proponiendo una parábola sobre el poder, la herencia y la imposibilidad de reconciliación entre generaciones.

Una película que dialoga no solo con la tradición de Anderson, sino también con el cine europeo de autor, de Bergman a Fellini, cuyas huellas son perceptibles en este particular autor.

Esta obra representa una pieza más en la filmografía de Anderson la cual combina el refinamiento formal de sus obras anteriores con una carga emocional y política adecuada.

Félix Manuel Lora

Profesor de cine

Periodista, crítico de cine, catedrático e investigador. https://cinemadominicano.com/author/fmlora/

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