Aclaro: estar en contra del genocidio judío en Gaza y en el Líbano no significa estar de acuerdo con Hamás y el 7 de octubre del 2023. Jamás se puede validar crímenes como los perpetrados por Hamás contra civiles, incluyendo mujeres y niños. No hay causa que justifique semejantes atrocidades, que además fueron un grave error político, que afectó considerablemente la justa causa palestina. Si ésta volvió y adquirió niveles de simpatía y legitimidad internacional, se debió sin duda a los crímenes israelíes en Gaza. Arrasar a Gaza, matar 42 mil personas, entre ellos 17 mil niños, incentivó el odio a Israel y en cierta forma reivindicó a Hamás.
En Occidente se piensa que todos los árabes apoyan a Hamás y a Hezbolá. Grave error. Yo soy dominico-libanés, viví en el Líbano doce años, mis padres son libaneses de pura cepa, amo al Líbano, y no apoyo a Hamás ni a Hezbolá. Por convicción soy contrario a ligar la religión con la política. Y menos con la guerra. Hamás y Hezbolá son dos organizaciones religiosas, políticas y militares. Nada bueno produce esa mezcla.
II
Occidente hizo algo muy bueno. Sus revoluciones burguesas y anticlericales separaron la religión del Estado. La Edad Media fue el reino de la religión y del atraso. En la revolución francesa, por ejemplo, decenas de miles de sacerdotes fueron perseguidos y asesinados. Los curas fueron confinados en sus iglesias y alejados del Estado. La burguesía jamás permitió a la iglesia inmiscuirse en los asuntos del Estado. El poder era para la burguesía, no para la iglesia.
En el Medio Oriente esa tarea está pendiente. En muchos Estados la religión sigue siendo decisiva y en las sociedades siguen teniendo influencia política sobre las gentes. Política y religión constituyen la mezcla decisiva del día a día.
En la década de los sesenta y setenta en el Medio Oriente los movimientos laicos, democráticos, avanzaron. Muchos incluso tomaron el poder. ¿Pero qué ocurrió? Esos movimientos no fueron apoyados por Occidente y la gran mayoría sucumbieron en virtud de que nunca pudieron obtener ninguna victoria frente a Israel.
La impotencia que sentían los árabes ante esos fracasos empujó a muchos a los brazos fuertes de la religión. Sobre todo después del triunfo de la revolución islámica de Irán en 1979.
1979 es un año clave para entender el Medio Oriente de hoy. Ese año el Shah de Irán, Mohammad Reza Pahlevi, fue sacado del poder, pero no por un movimiento político democrático, sino por un movimiento religioso, capitaneado por un clérigo, con largas barbas y túnica negra, al mejor estilo de las viejas tribus beduinas musulmanas. Las ideas de ese clérigo se basaban en el Corán. Esas ideas prendieron y movilizaron a millones de iraníes contra la dictadura de Reza Pahlevi y llevaron al poder al Ayatollah el khomeini.
Esa revolución iba a significar no solo una derrota para la política exterior norteamericana en el Golfo Pérsico y el Medio Oriente, sino también una expansión de las ideas islámicas aplicadas al Estado. Fue contagiosa. En todo el Medio Oriente se formaron organizaciones netamente religiosas, y las que estaban formadas como los Hermanos musulmanes en Egipto avanzaron mucho.
Pero también está claro que hubo una política deliberada de Irán por expandir sus ideas y sus políticas. Hamás es en cierta forma una consecuencia de esa revolución, como lo es también Hezbolá.
Hoy Hezbolá domina el Líbano. Domina todo. Y todo significa todo. Es quien pone y quita los presidentes. Aunque el presidente tiene que ser Maronita y lo escoge el parlamento, hasta que no aparezca uno afin a ellos no le dan la bendición. Hezbolá es un Estado dentro del Estado, y por supuesto mucho más poderoso que el Estado libanés. Y eso no debe de ser.
III
No estoy de acuerdo en que en el Líbano exista dentro del Estado un partido o un grupo armado que tenga más poder que el gobierno libanés. Yo quiero un Estado libanés fuerte, con un ejército fuerte, con dominio absoluto del territorio. Ahora eso no existe.
Pero el Líbano no siempre fue así. Por mucho tiempo el país de los cedros fue considerado la Suiza del Medio Oriente. Una economía pujante, mucha estabilidad, muy occidentalizado, un sistema financiero muy eficiente y sano, nada de guerra, y mucho progreso. Así era mi Líbano. De ese Líbano queda muy poco. Todo empezó a cambiar en 1975 cuando estalló la guerra civil, una guerra que me tocó vivir y sufrir en carne propia en Trípolí, la segunda ciudad del Líbano, la histórica ciudad siempre bella y altiva. A partir de esa guerra el Líbano jamás volvió a tener un gobierno fuerte, con un ejército fuerte capaz de darse a respetar.
Por vía de Hezbollah Irán pasó a controlar el Líbano. Hoy el único poder real en el Líbano es Hezbollah, y por tanto, Irán. Hezbolá está por encima del gobierno, del Estado y de todo el mundo.
Como libanés aspiro a que termine la guerra pronto y nos aboquemos a reconstruir el Líbano, en lo económico y en lo político. Aspiro a que Israel salga del Líbano ya, que cesen de inmediato las matanzas con tinte de genocidio, que Hezbolá salga debilitado de la guerra y que deje de ser decisivo, que su milicia sea desarmada y desactivada, que se hagan las inversiones necesarias para tener un ejército fuerte capaz de imponerse frente al caciquismo que impera y frente a Hezbolá. Aspiro a que sean sacados los largos brazos de Irán del Líbano, y que vivamos en paz, con todos nuestros vecinos, incluyendo Israel. El camino es largo y tortuoso, pero ese es el camino a transitar. El camino no es la guerra. Reitero: el camino no es la guerra. El camino es la paz. ¿Es mucho lo que deseo y pido?