El cine de la República Dominicana acaba de perder a su gran pionero, el hombre que transformó la historia cultural de este país con su visión, su valentía y su capacidad de soñar a contracorriente.

Hoy, Agliberto Meléndez deja un vacío imposible de llenar, pero también un legado que seguirá inspirando a todos los que creemos que contar historias propias es un derecho y una necesidad.

Nacido en Altamira, Puerto Plata, en 1942, Agliberto Meléndez encontró temprano el llamado del cine. Durante dos años estudió en la Universidad de Nueva York, donde adquirió las herramientas técnicas que luego traería de vuelta a su país. A su regreso, se encontró con un panorama desolador: el cine dominicano prácticamente no existía. En más de tres cuartos de siglo solo se habían producido tres películas de manera aislada y con recursos muy limitados.

Lejos de resignarse, Meléndez se propuso cambiar esa realidad. Su primer cortometraje, “El hijo” (1979), fue una versión cinematográfica del célebre relato de Horacio Quiroga. Poco después dirigió “El mundo mágico de Gilberto Hernández Ortega” (1983), un documental sobre la obra del pintor dominicano que, a pesar de sus limitaciones técnicas, fue reconocido por su autenticidad y su valor testimonial.

Pero su pasión por el cine no se limitaba a la creación. En 1979 fundó la Cinemateca Nacional Dominicana, que durante años se convirtió en un punto de encuentro vital para cinéfilos, estudiantes, críticos y soñadores. Allí se proyectaron por primera vez clásicos del cine mundial que marcaron a toda una generación. Mantener esa institución a flote fue un reto titánico: Agliberto la dirigió en solitario durante tiempos de profunda inestabilidad política y económica. Finalmente, en 1986, la Cinemateca tuvo que cerrar sus puertas tras la llegada al poder de Joaquín Balaguer.

Paralelamente, Meléndez desempeñó funciones públicas de gran relevancia: fue director de Radio Televisión Dominicana entre 1982 y 1986, presidió el Comité Organizador del Instituto Nacional de Cultura, promovió varios festivales culturales e incluso fue asesor cultural de la Presidencia de la República. Su compromiso con la cultura dominicana fue integral y permanente.

Sin embargo, su obra más trascendente llegaría en 1988. Agliberto se embarcó en una empresa que parecía imposible: rodar la primera película dominicana moderna. Para lograrlo, hipotecó su casa, pidió préstamos y dedicó hasta el último centavo de su patrimonio. El resultado fue “Un pasaje de ida”, un largometraje histórico que abordó la tragedia del carguero Regina Express, donde 22 dominicanos murieron ahogados intentando emigrar clandestinamente a Nueva York.

La película fue filmada íntegramente en República Dominicana, con actores y técnicos locales. Entre ellos se encontraba mi padre, Pericles Mejía, quien colaboró en ese rodaje histórico que cambió el rumbo de nuestra cinematografía. También participaron otros nombres que luego serían imprescindibles, como Ángel Muñiz y Pedro Guzmán Cordero.

“Un pasaje de ida” fue un suceso cultural sin precedentes: casi cien mil dominicanos la vieron en salas de cine. Además, la película recorrió importantes festivales internacionales —Londres, Nueva York, Washington, Cartagena de Indias, Huelva, La Habana—, cosechando reconocimientos como el Premio del Público en Huelva, una mención especial en Cartagena y el galardón a Mejor Ópera Prima en La Habana.

Mucho antes de que la migración y el desarraigo se convirtieran en temas recurrentes en el cine latinoamericano, Agliberto los puso en el centro del debate con una mirada honesta y profundamente humana.

A lo largo de su carrera, Meléndez escribió otros guiones que lamentablemente no llegaron a filmarse, como “Lucinda”, sobre el mundo rural dominicano; “1492: La Conquista”, que abordaba el encuentro de culturas desde la perspectiva aborigen; y “Testimonio”, sobre la dictadura de Rafael Trujillo, que él mismo sufrió en carne propia.

En los años noventa, participó como productor de “Cuatro hombres y un ataúd” (1996), dirigida por Pericles Mejía, aportando nuevamente su conocimiento y su empuje a otro proyecto histórico.

Su último largometraje fue “Del color de la noche” (2015), una película basada en la vida de José Francisco Peña Gómez, con la que reafirmó su compromiso de dar voz a las grandes figuras de nuestra historia.

Agliberto Meléndez fue, ante todo, un hombre que creyó en el poder del cine dominicano cuando apenas existía. Un hombre que tuvo el coraje de arriesgarlo todo por una convicción: que nuestra gente merecía verse reflejada en una pantalla.

Su fallecimiento marca el final de una época. Pero su huella permanece indeleble en cada creador que hoy se atreve a filmar, en cada espectador que exige historias propias y en cada sala que se ilumina con imágenes dominicanas.

Descansa en paz, Agliberto. Gracias por abrirnos el camino. Gracias por enseñarnos que el cine dominicano también es un pasaje de ida hacia la dignidad, la memoria y el futuro.

Marc Mejía

Crítico de cine

Marc Mejia, crítico de cine y gestor desde Cinemaforum, de creación de nuevos públicos educados en cine. Con más de 20 años de experiencia en la difusión de la industria cinematográfica a nivel local e internacional, Marc ha consolidado su reputación no solo como crítico de cine, sino también como un profundo conocedor y cineasta activo en la escena local. Su pasión por el cine fue influenciada desde su infancia por su padre, Pericles Mejía . Editor de www.cinemadominicano.com, portal creado por su padre en 2004.

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