Esta semana el mundo fue sacudido por una noticia que parecía salida de un guión de cine: en apenas siete minutos, cuatro hombres ingresaron al famoso museo Louvre de París y se robaron ocho joyas.
Los objetos robados ―que incluyen las joyas que Napoleón, en el apogeo de su poder, le había regalado a su esposa― tienen un valor cercano a los US$100 millones de acuerdo a las autoridades de Francia.
Pero lo que dejó atónitos no solo a los empleados del museo sino a miles de personas alrededor del mundo fue la facilidad con que los ladrones accedieron a la galería Apolo, donde se guardaban estos tesoros, y su escape sin enfrentamientos.
El insólito hecho también reavivó viejas historias de robos ―ejecutados y fallidos― que ha sufrido no solo el Louvre, sino otros famosos museos del mundo.
Una de las más llamativas es sin duda la de quien es considerado el ladrón de arte más prolífico de la historia: Stéphane Breitwieser.
Breitwieser, un francés que trabajaba como mesero, admitió en 2003 que había robado cerca de 230 cuadros de 172 museos distintos.
Pero tal vez lo más sorprendente fue la razón por la que él dijo haber planeado todos estos robos: no fue por dinero, sino simplemente por amor al arte.
Durante sus años como ladrón activo fue acumulando tesoros en un cuarto de la casa de su madre, ubicada en Mulhouse, en el noreste de Francia.
Pero lo que no pudo prever Breitwieser es que, una vez se conoció la noticia de su arresto en las noticias, su madre destruyó el tesoro ilegalmente acumulado, en el que se incluían obras maestras de artistas como Pieter Brueghel el Joven y François Boucher.
Robos en pareja
La larga saga de robos de Breitwieser comenzó en 1995, durante un viaje por Suiza que hizo junto a su novia, Anne-Catherine Kleinklaus.
En el recorrido se detuvieron a visitar un famoso castillo medieval en la ciudad de Gruyères. Este edificio del siglo XIII se había convertido en un símbolo del país tanto por su buen estado de conservación como por su interesante colección de arte.
Dentro, Breitwieser se encontró delante de un pequeño retrato de una mujer del pintor alemán Christian Wilhelm Dietrich. Quedó tan cautivado con el dibujo que decidió llevárselo.
"Me fascinó su belleza, las cualidades de la mujer del cuadro y sus ojos", dijo Breitwieser durante el juicio.
Cortó el lienzo del marco, lo enrolló y ocultó debajo de la chaqueta para llevárselo a la casa de su madre, donde había decidido esconderlo.
Así estableció una estrategia que él mismo reveló no solo durante el juicio, sino en el libro Confesiones de un ladrón: viajar a pueblos en los cuales trabajaría de mesero y, en paralelo, ir visitando museos pequeños, donde la seguridad era mucho menor, para sustraer los cuadros que más le llamaran la atención.
Una vez en el pueblo de su madre, volvería a enmarcar los lienzos robados y los guardaría en un cuarto fuera del alcance del sol para evitar el deterioro de las obras.
Y entonces comenzó su peregrinación: Suiza, después Francia, también Bélgica.
Primero fueron pinturas. Entre ellas un retrato de Sibila de Cléveris, una noble alemana, que había sido pintado por el artista Lucas Cranach el Viejo que estaba valuado en US$6,5 millones.
Pero después fueron otros objetos, como jarrones chinos de la dinastía Ming, esculturas de vidrio e instrumentos musicales.
Todos terminaban en el cuarto de la casa de su madre, Mireille Breitwieser. Durante el juicio que se llevó a cabo en su contra por complicidad, ella declaró que había pensado que su hijo conseguía esas valiosas obras de arte en subastas alrededor de Europa.
El reporte de la investigación puso en evidencia que, a pesar de su valor millonario, Breitwieser nunca vendió una sola pieza del botín.
Tampoco se encontró evidencia de que estuviera buscando comercializar las obras.
Él lo explicó durante el juicio: "No quería venderlas. Me gustaba pensar que era el hombre más rico de Europa".
Captura
En 1997, dos años después de iniciar sus operativos, Breitwieser y su pareja fueron capturados en una galería en Suiza después de intentar robar un cuadro del pintor neerlandés Willem van Aelst.
El hombre fue condenado por el delito de robo, pero fue dejado en libertad condicional con una prohibición de entrar a Suiza hasta el año 2000.
Sin embargo, en noviembre de 2001 Breitwieser decidió visitar el museo del compositor Richard Wagner en la ciudad suiza de Lucerna.
Allí le llamó la atención un instrumento: un cuerno de caza del siglo XVI.
Breitwieser lo sustrajo cuando pensó que estaba solo en la sala de exhibición, pero no notó la persencia de un guardia de seguridad que lo vio salir del museo con el objeto robado.
Entonces, cuando decidió volver al museo con la idea de quedarse con alguna otra cosa, el guardia de seguridad lo reconoció y se puso en contacto con las autoridades.
En cerca de seis años había sustraído más de 230 objetos que tenían un valor cercano a los US$1.500 millones.
Cuando su madre se enteró del arresto de su hijo y que las obras que tenía en su casa en realidad habían sido robadas, comenzó a destruirlas.
Algunas fueron quemadas en el patio de la casa y otras fueron lanzadas al canal Rhône–Rhine, cerca de su vivienda. Cuando la policía fue hasta su casa, tuvieron que recurrir a buzos para extraer los objetos del agua.
Breitwieser fue juzgado tanto en Suiza como en Francia. Su novia y su madre recibieron condenas menores.
Pero la saga del ladrón de arte considerado por muchos como el más prolífico de la historia no paró tras su condena. Desde entonces ha sido procesado varias veces por robos o intentos de robo siempre en museos.
Según el periodista Michael Finkel, quien en 2023 publicó el libro "El ladrón de arte: Una historia real de obsesión y crímenes por amor a la belleza", Breitwieser le confesó que solo era bueno en una cosa en el mundo: robar arte.
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