
Parpadeas y podrías atravesar las naciones más pequeñas de Europa sin darte cuenta.
Mira, por ejemplo, Luxemburgo, que puede ser cruzado en auto en una hora en su zona más ancha. Antes de que puedas notarlo entrarás en alguno de los países vecinos -Francia, Alemania o Bélgica- apenas vigilado por una cámara de seguridad que mira sobre la frontera mientras dejas atrás las banderas de franjas del Gran Ducado.
La capacidad para hacer esto se debe en parte a su pequeño tamaño, pero también al legado de Luxemburgo: un tratado firmado allí hace exactamente 40 años en la pequeña localidad de Schengen, ubicada en la zona más suroriental del país.
El reconocido tratado de Schengen cambió de forma radical la forma de viajar dentro de Europa y aún sigue evolucionando.
El pequeño Luxemburgo
De forma superficial, Luxemburgo podría verse como un almidonado centro de comercio, en el cual los peces gordos de Europa están ocupados en hacer dinero.
También parece ocupar muy poco espacio en el mapa y, como consecuencia de ello, de forma inconsciente suele ser desestimado como destino de viaje en beneficio de sus vecinos de mayor tamaño.
Miembro fundador de lo que ahora es la Unión Europea, el diminuto país alberga una de las tres capitales de la UE -la ciudad de Luxemburgo, junto a Bruselas y Estrasburgo- y sigue siendo un actor clave en la gestión de la Unión Europea.
Es una monarquía constitucional enclavada entre las dos gigantescas repúblicas de Francia y Alemania, y ha pagado el precio de su ubicación en dos guerras mundiales, por lo que tiene mucha historia que ofrecer.
Luxemburgo tiene además el salario promedio anual más alto de todos los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que reúne a los más industrializados del mundo.

También tiene una floreciente industria vinícola, una impresionante oferta de restaurantes, incontables museos y monumentos (desde una fortaleza catalogada por la Unesco como patrimonio de la Humanidad, pasando por el centro de la ciudad antigua hasta la tumba del general George S. Patton Jr.), y un inherente amor por la comida del mar, el queso y todo tipo de pastelería.
En 1985, Luxemburgo fue también una pieza fundamental para la creación de una legislación histórica: la firma del tratado de Schengen, un acuerdo que garantizaba la posibilidad de viajar sin fronteras dentro de los países europeos miembros.
Revolucionó la forma de viajar en Europa
Cuando un viajero no europeo llega a un país de Europa, puede solicitar una sola visa para esa nación o optar por la "visa Schengen", que por un periodo específico permite viajar a cualquier país con acuerdos de exención de visado.
En lugar de acceso solo, digamos, España, quien lleguen con ese permiso "ampliado", puede moverse libremente por 29 naciones.
Los latinoamericanos que no necesitan visa Schengen son ciudadanos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
En cambio, los ciudadanos de República Dominicana, Cuba, Bolivia y Ecuador sí requieren una visa Schengen para viajar por Europa.

En ruta a este pueblo histórico, se atraviesa el valle del Mosela, un sencillo y tranquilo lugar del oriente de Luxemburgo. El río Mosela funciona como una frontera natural entre Luxemburgo y Alemania.
El valle es evidentemente clave para la producción de vino del país, con hileras interminables de viñedos que cubren las lomas bajas interrumpidas solo por unos pocos pueblos y aldeas.
Justo cuando parece que estás a punto de salir del país, se llega al pequeño Schengen, metido en medio de las viñas en el banco occidental del río Mosela.
Un poco de contexto
Con menos de 520 residentes, ciertamente no es el gran destino deslumbrante que uno podría esperar por el acuerdo que cambió cómo viajaba la gente en Europa.
Sin embargo, fue allí, en la nublada mañana del 14 de junio de 1985, cuando representantes de Bélgica, Francia, Luxemburgo, Alemania Occidental (como era entonces) y Países Bajos se reunieron para sellar oficialmente el acuerdo para esta revolucionaria nueva zona libre de fronteras.
Cuando la II Guerra Mundial llegaba a su fin en 1944, Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos se unieron para establecer el Benelux.
Este trío reconoció los beneficios que se derivarían del trabajo conjunto, inevitablemente difícil, durante las décadas por venir, y tenía la esperanza de promover el comercio a través de un acuerdo aduanero.

Sobre la base del Benelux, el Tratado de Roma de 1957 creó la Comunidad Económica Europea (CEE), una unión aduanera expandida de seis Estados fundadores (Benelux, más Alemania occidental, Francia e Italia).
A inicios de la década de 1980, la CEE tenía 10 miembros y pese a que solamente se realizaban rápidos chequeos en las fronteras entre esos países, esto todavía detenía el flujo de tráfico, requería personal y era visto cada vez más como una burocracia innecesaria.
Sin embargo, el concepto de fronteras interiores libres dividía a los miembros, la mitad de los cuales quería solamente libertad de movimiento para los ciudadanos de países de la UE y, por tanto, seguían comprometidos con la idea de que en las fronteras interiores se distinguiera entre ciudadanos de la UE y extranjeros.
Como explicó Martina Kneip, gerente del Museo Europeo de Schengen: "La idea de fronteras abiertas en 1985 era algo extraordinario, como una forma de utopía. Nadie realmente creía que sería realidad".
Quedaba en manos de los restantes países fundadores (Benelux, Francia y Alemania Occidental), deseosos de aplicar el libre flujo de movimiento de personas y bienes, el encabezar la creación del área que llevaría el nombre de Schengen.
¿Por qué Schengen?
Como a Luxemburgo le iba a corresponder asumir la presidencia temporal de la CEE, la pequeña nación tenía el derecho de escoger dónde se realizaría la firma del tratado. Y resulta que Schengen es el único lugar en el que Francia y Alemania comparten frontera con un país del Benelux, lo que aseguró su elección.
Como punto de encuentro de tres países, la elección de Schengen estaba cargada de simbolismo.
Para garantizar la neutralidad del trámite, los firmantes fueron embarcados en un crucero de placer, el MS Princesse Marie-Astrid. El barco fue ubicado lo más cerca posible a la triple frontera, que se encuentra en medio del río Mosela.

Pese a todo, la firma en Schengen no logró atraer mucho apoyo o atención en aquel momento.
Al igual que los otros cinco Estados miembro que se oponían, muchos funcionarios de todas partes simplemente no creían que el tratado entraría en vigor o tendría éxito. Tanto era así que ni un solo jefe de Estado de los países firmantes estuvo presente ese día.
Desde el principio, el acuerdo fue subestimado, "considerado como un experimento y no como algo que duraría", según Kneip.
Esto se vio agravado por la inevitable burocracia que hizo que la completa abolición de las fronteras internas entre los cinco países fundadores solo se materializara hasta 1995.
El área Schengen hoy
Hoy, el área Schengen incluye a 29 Estados. De estos, 25 forman parte de la UE, mientras cuatro (Islandia, Suiza, Noruega y Liechtenstein) no lo son.
Schengen tiene sus críticos ahora como los tuvo antes. Las recientes crisis migratorias y diversos atentados terroristas en Europa debilitaron el acuerdo, dando a quienes se oponen a las fronteras abiertas bastante munición para atacar los esfuerzos inclusivos del mismo.
Pese a ello, el área Schengen sigue creciendo, incluso si el proceso de ingreso es complicado. Las consideraciones políticas son las que determinan quién puede unirse, dado que la entrada de nuevos miembros debe ser aprobada por unanimidad.
Bulgaria y Rumania, por ejemplo, fueron vetadas varias veces antes de finalmente pasar a ser parte de Schengen debido a preocupaciones sobre la corrupción interna y la seguridad de sus fronteras exteriores.

Pese a todo, para la mayor parte de las personas las ventajas de Schengen superan con gran diferencia a sus desventajas. "El acuerdo de Schengen es algo que afecta a la vida cotidiana de todas las personas que viven en los Estados miembro, unos 400 millones", apunta Kneip.
Para los ciudadanos de los Estados participantes, eso puede significar muchas cosas: desde recibir la visita de amigos hasta ir a trabajar, pasando por ir hasta Luxemburgo para beneficiarse del relativamente bajo impuesto a los combustibles en comparación con sus vecinos.
En cuanto a los turistas, el acuerdo de Schengen garantiza acceso inmediato a todos los países miembros, lo que hace viajar por carretera, tren o aire mucho más rápido y fácil.
A eso hay que añadir la visa Schengen, que permite a quienes no son ciudadanos de la UE solicitar un único permiso válido por 90 días que les permite entrar en todos los países que forman parte del acuerdo y cuyo atractivo es evidente al ahorrarle a los viajeros tiempo y dinero.
¿Qué pasa con Schengen, el pueblo?
Dado que Schengen no está conectado con ninguna gran vía de comunicación, solo es probable que uno llegue hasta ese pueblo si hace un esfuerzo consciente para ir.
A unos 35 minutos conduciendo desde la ciudad de Luxemburgo, el camino pasa por bosques y sembradíos antes de descender sobre el valle del Mosela.
El panorama cambia de forma notable mientras se desciende por las montañas rurales hasta la población de Remich.
Desde allí, se hace un placentero recorrido a la vera del río Mosela hasta el epicentro de Schengen: el Museo Europeo. Allí la historia de cómo se creó el área Schengen es contada de forma experta a través de presentaciones interactivas y diversos monumentos.

No se pierda el gabinete que muestra los sombreros que usaban los funcionarios de control de frontera de los países miembros en la época cuando se unieron al área. Cada uno de ellos es una pieza de identidad nacional que fue entregada para permitir que Schengen funcionara.
Conmovedoras secciones del muro de Berlín están colocadas perfectamente en frente del museo, con el fin de recordarnos que las murallas -en este caso, nada menos que una mundialmente famosa hecha de concreto reforzado por uno de los Estados miembro- no deben permanecer en su sitio eternamente.
Más allá, a lo largo del muelle en frente del museo, se encuentran tres bloques de acero, cada uno con estrellas que conmemoran a los miembros fundadores. Finalmente, están los impresionantes Pilares de las Naciones que bellamente detallan vistas icónicas de cada uno de los miembros del área Schengen.
Para siempre en la historia
Por supuesto que hay más cosas para disfrutar en este relajado pueblo fronterizo que los rastros de la legislación internacional.
Los visitantes pueden alargar su estadía para disfrutar de un crucero por el río Mosela, hacer senderismo o montar en bicicleta por la montañas circundantes, o dedicarse a degustar el crémant (el reverenciado vino blanco espumoso de la región).
Todo para conocer realmente el sabor de la vida en Schengen, la pequeña aldea rural que tiene un lugar reservado en los anales de la historia europea.
*Este artículo está basado en un reportaje de Kirsten Henton de BBC Travel, que publicamos originalmente en 2018.

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