
¿Qué es realmente Norteamérica? ¿Una región geográfica, cultural, política? ¿O más bien una zona económica gracias a la interacción comercial entre México, Canadá y Estados Unidos?
Quizá sea un poco de todo eso, y la pregunta es de especial importancia cuando, por primera vez en más de un siglo, un presidente de Estados Unidos, el país más grande de los tres, que disputa lo que se entiende por el subcontinente.
Donald Trump quiere presionar a sus vecinos: someter sus políticas comerciales a su antojo, dictar sus estrategias de seguridad y controlar los límites del subcontinente, como Panamá y Groenlandia.
El consenso de las últimas décadas, según el cual Norteamérica es una región de cooperación entre países soberanos, está ahora en entredicho.
Y eso tiene efectos, ante todo, sobre México, el país donde todas las tensiones, interacciones y contrastes de Norteamérica se condensan.
El profesor y ensayista Humberto Beck tiene herramientas para abordar el tema: es mexicano, historiador, parte del centro de estudios internacionales del Colegio de México y un estudioso de las ideas que fundamentan los proyectos imperialistas en el mundo.
Para entender qué es Norteamérica, cómo funciona y cuáles son sus amenazas, BBC Mundo lo entrevistó en una cafetería del sur de la Ciudad de México.

¿Qué es Norteamérica?
Primero es una región geográfica, la parte septentrional del continente americano.
Pero tiene dos definiciones, una grande, para mí la más útil, y una chica: la que empieza en el Océano Ártico y baja hasta Panamá e incluye el Caribe; y la que empieza en Canadá y termina en el Istmo de Tehuantepec, en México.
Luego hay una definición histórica, que corresponde por un lado a las civilizaciones prehispánicas y por el otro a los procesos de colonización que en el que caso de Norteamérica fueron tres: españoles, británicos y franceses.
Y en todas estas hay una concepción de Norteamérica distinta que, de alguna manera, se conecta con las otras.
Porque a pesar de que hay una pluralidad en un territorio muy vasto, se trata de grupos humanos, tanto nativos como europeos, que buscaron crear una cultura común o una unificación.
¿Qué proyecto se impuso en la práctica?
Durante los últimos cinco siglos ha habido una yuxtaposición y un empalme entre todas estas visiones.
Mientras los franceses quedaron retraídos en regiones muy concretas, los proyectos español y británico se impusieron hacia el sur y hacia el norte.
Y todos esos procesos tienen un punto de encuentro muy concreto: la frontera México-Estados Unidos, el epicentro de Norteamérica; centro de contrates y encuentros, de conflictos e intercambios.

¿Qué es realmente una frontera cuando hablamos de proyectos expansionistas como estos?
Una cosa es la idea de frontera como una línea finita y otra como un proceso de expansión que puede extenderse ilimitadamente, que es la idea que ha primado en EE.UU., aunque no todo el tiempo.
De ahí sale, en general, mucha de la energía histórica de EE.UU.: de pensar que tienen el destino manifiesto de irse expandiendo.
En 1847, ese proyecto se encontró con otro igual, el imperio español, en México, y eso fue lo que generó la guerra en la que México perdió la mitad de su territorio hacia el norte.
¿Crees que esa energía histórica expansionista resurgió con Trump, o nunca desapareció?
Nunca desapareció, pero sí cambió.
Porque con el triunfo de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial se transformó cualitativamente: pasó del expansionismo territorial, cuyas primeras víctimas fueron los mexicanos y los caribeños, a un proyecto de hegemonía global, que partía de que las fronteras estaban resueltas pero el poder político podía seguir creciendo a través de los organismos multilaterales, el intervencionismo y una economía globalizada anclada en el dólar.
Lo que vemos con Trump es una vuelta al expansionismo territorial del siglo XIX.
No es en vano que sus objetivos territoriales sean precisamente los dos límites de esa definición amplia de Norteamérica: Groenlandia y Panamá, que Trump quiere controlar a través del canal interoceánico.
No es claro si Trump está fortaleciendo o debilitando la idea de Norteamérica, pero sí que la está cambiando, porque revive la idea de un proyecto expansionista

¿Qué pasa con México?
Por un lado, se vuelve a la idea de que México está integrado por una raza mongrel, es decir, una raza mestiza, criolla, como un perro cruzado, callejero, que debe ser dominada pero no integrada.
Y por el otro se vuelve a la idea de una soberanía limitada para México, un Estado supeditado.
Trump, aparentemente, quiere destruir una idea de Norteamérica en la que hay una integración simétrica e igualitaria, que fue la idea de los TLC, que daban vía a libre al intercambio con igualdad de derechos y responsabilidades para beneficio mutuo.
Él vuelve a la idea imperial, en la que EE.UU. asume a sus vecinos como su buffer zone, su zona de amortiguamiento, allí donde tiene seguridad y puede explotar los recursos a su antojo.
Pero ¿cómo va a acabar con una integración comercial que está tan arraigada en las cadenas de producción y valor de ambos países?
Yo creo que él se está dando cuenta que no puede prescindir de algunos elementos de esa integración basada en el TLC, porque su economía está tan integrada que para términos de su seguridad nacional necesita del intercambio.
Entonces ahora lo que quiere es lo mejor de los dos mundos: una mezcla entre la Norteamérica decimonónica y la Norteamérica del siglo XXI.

¿La soberanía mexicana no estaba ya, o no estuvo siempre, acotada por Washington?
Esto no se dice mucho, pero es cierto: México, desde la guerra del 1847, es un país de soberanía limitada.
Incluso se puede decir en términos más dramáticos: lo que hizo la Rusia de Putin con Ucrania es lo que hizo EE.UU. con México en la guerra de 1847, que es ocupar un espacio en busca de mantener un Estado aparentemente soberano que a fines prácticos tiene su soberanía limitada.
¿Cómo se refleja esa limitación en la práctica?
Hay muchas cosas que México no puede hacer: no puede tener una bomba atómica, no habría podido tener un régimen comunista, no hubiera podido legalizar las drogas.
El sistema político mexicano tiene límites de acción marcados por EE.UU.. La relación con EE.UU. es un factor constitutivo de su sistema político.
Y Trump lo que quiere es jalar esa tuerca un poco más para tener un control aún más fuerte sobre la política migratoria y de seguridad.

¿Los políticos mexicanos mienten, entonces, cuando afirman que la soberanía mexicana se respeta?
El nacionalismo estridente viene de ahí. Justo porque México es un país con soberanía limitada tiene que compensarlo con una estridencia en el discurso nacionalista; es parte de la autoestima mexicana.
¿Explica eso, también, que México haya, por ejemplo, defendido a Cuba por décadas?
Son bolsillos de soberanía que México explota para precisamente sentir que está ejerciendo su soberanía, lo que en el caso de Cuba, cuando EE.UU. quería que todo el hemisferio estuviera de su lado, hizo con resultados.
Pero hay otros elementos: México ampara a la revolución cubana buscando que los grupos revolucionarios en México no fueran apoyados por la isla. Y eso pasó y curiosamente eso era bueno también para EE.UU..
¿Cómo ves la relación con EE.UU. de un movimiento popular, nacionalista, quizá antiimperialista, como es Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum?
Morena es un fenómeno posible porque no es tan de izquierda. Si de verdad fuera un movimiento de izquierda pura, EE.UU. no lo habría permitido.
Y con el PRI (el Partido Revolucionario Institucional) pasó lo mismo: tenía bolsillos de soberanía, como la nacionalización del petróleo o el caso cubano, pero en el fondo México siguió siendo un país capitalista, que era el interés de Washington.

¿Qué efectos ha tenido el TLC?
El TLC genera mucha riqueza en ambos países, pero en ninguno de ellos se hicieron las políticas de ajuste que exigía el tratado: EE.UU. abandonó su industria manufacturera y México por décadas dejó que el salario mínimo se mantuviera bajo para que el TLC, basado en la mano de obra barata, siguiera.
El descontento de enormes sectores sociales producto del TLC en ambos países es lo que genera tanto a Trump como a AMLO. Son dos corrientes que se alimentan del enojo generado por la integración económica.
Con rasgos muy distintos: en AMLO no está el nativismo, el racismo, pero sí hay la necesidad de canalizar el descontento social creado por el modelo económico adscrito al TLC.
Y eso te habla de que sí existe Norteamérica, porque son procesos no solo paralelos, sino integrados. En ambos países se forma un grupo social marginado con una reserva enorme de fuerza política que es capitalizada por un movimiento político que busca refundar la democracia bajo una retórica nacionalista y autoritaria.
¿Crees que compartir esa condición histórica es lo que permite que el trumpismo y el obradorismo se entiendan?
Entre AMLO y Trump había una simpatía inocultable. Ambos se consideraban víctimas de los respectivos establishments y eran temidos porque les daban voz a los sectores marginados por ese establishment. Ambos buscan disrumpir con la lógica tradicional oligárquica.
Pero ambos saben de la inevitabilidad de la integración económica. Una de las banderas de la izquierda en México fue precisamente la crítica al TLC y AMLO tuvo como eje de su política exterior salvar el TLC a toda costa.

¿Cómo ve México al sur del continente?
Así cómo México compensa su soberanía limitada con un nacionalismo estridente, México compensa su relación con EE.UU. con una retórica latinoamericanista ruidosa.
AMLO fue un buen ejemplo. Le dio asilo a Evo Morales, defendió a Cuba y a Nicaragua en foros internacionales, en fin, compensó el norteamericanismo con latinoamericanismo.
¿Es México un país norteamericano o latinoamericano?
Es un híbrido: es latinoamericano por la cultura, la religión, el idioma, la composición socioeconómica, que está estructurada por la desigualdad y la herencia colonial.
Pero al tiempo es norteamericano por la geografía y la integración económica, fuente del sustento más importante.
Entonces, México tiene el alma atada a América Latina, pero el cuerpo encadenado a Norteamérica.
Se dice que el mexicano es un pueblo escindido por el trauma de la conquista: que no es ni indígena ni español, sino un poco de ambas. Y yo creo que en realidad la escisión surge de que no es ni Norteamérica ni Latinoamérica, sino un poco de ambas cosas.
Y ese es su destino.
¿Qué crees que pase con Norteamérica, ahora que está siendo sacudida?
Seguramente la idea de Norteamérica va a cambiar, con una versión más subordinada a EE.UU. y su política migratoria, de seguridad y sus prioridades económicas ante el auge de China.
Pero la integración no va a cambiar. Todas las grandes ciudades norteamericanas, por ejemplo, tienen un componente latino fuerte: Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Monterrey, Guadalajara, son todas híbridas entre sur y norte, entre latino y estadounidense. Y eso, como es tan profundo, es muy difícil que cambie.

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