
En su último libro, "Macho Menos, ideas para deconstruirte", el periodista Nacho Lozano (Ciudad de México, 1985) les hace una pregunta capciosa a sus lectores: ¿Es posible aprender a no ser macho?, y con seguridad absoluta responde: "Sí, y nadie debería morir en el intento. No se trata de sufrir o sacrificarse, sino de ya no hacer sufrir a otras ni sacrificarlas."
Autor de "Marihuana a la Mexicana" y "Queremos Mota", y coautor de "El priista que todos llevamos dentro", en "Macho menos", habla con mujeres: escritoras, políticas, científicas, una astronauta y hasta una miss universo, buscando pistas que lo ayuden a ir restándole machos al mundo, en su propia cruzada feminista.
En el capítulo seis los sorprende con un juego de rol: Imagínate, hombre, ser mujer. Para luego explicarles de manera incisiva:
"Para dejar de ser machos habrá que imaginar lo que es vivir en carne propia el que te digan que calladita te ves más bonita… que hoy cuando tomes el camión te nalguearán… que tu papá te obliga a lavar los trastes, que nadie te deja decidir qué hacer con el dinero en casa…"
"El feminista confeso- dice Lozano en su libro- es bombardeado con críticas, agresiones y miradas que se tuercen entre el cielo y la mesa. "Te comportas como mujer, no chingues".
BBC Mundo habló con él en el marco del HAY Festival Querétaro, que se realiza entre el 4 y el 7 de septiembre en esa ciudad mexicana.

¿Qué es ser macho para ti?
Es un hombre que asume una superioridad de género, toma ventaja de ello y desarrolla su masculinidad imponiéndose. Y la manera de hacerlo puede ser violenta en diversos terrenos, particularmente contra las personas que se identifican con el género femenino.
Asumen que tienen superioridad física, intelectual y económica, que es lo que ha pactado conservar un grupo de machos: 'los ingresos son nuestros'.
A un macho le constituye el dinero; no se ve, no se entiende, no se explica sin patrimonio, tiene que protegerlo y cultivar poder entre otros machos para que nadie les amenace.
Un macho es alguien que promueve la impunidad, que tiene un pacto de silencio entre sus colegas machos para protegerse de los delitos que cometen.

¿Fuiste macho alguna vez?
Al vivir en una sociedad machista uno se vuelve macho.
En algún momento de mi niñez, con otros compañeros asumes machismos. Si me preguntas: ¿has golpeado a una mujer?, ¿has violentado a una mujer?, no. Si me preguntas ¿has jugado en los códigos del machismo? Pues desde que nací había roles de género en mi casa, como en todas las casas.
Los niños tenían permitido ir a la clase de educación física con pantalones, las niñas no. Y no te das cuenta hasta que se problematiza, hasta que viene una compañera y te dice oye, esto es violento conmigo.
El uso del lenguaje, tus conductas, lo que creías que era ser hombre se vuelve violento para ellas.
¿Y en qué momento comienzas a correr el tupido velo y a ver el machismo de otra manera?
En el momento en que crezco con mi familia, donde hay muchas mujeres, y comienzan a educarme, para entender que puedes dejar de lado esas imposiciones y crear una identidad que no sea violenta, que puedes explorar opciones de respeto con tu masculinidad.
Soy periodista desde hace 23 años y cuento seis o siete veces a la semana, uno por día, casos de violencia contra las mujeres, y veo a México entumido: mientras a mí no me pase, no hay nada de qué preocuparse.
Eso se puede convertir en complicidad, así que hay que contar esas historias, acompañar las denuncias y hacer una revisión de nuestra vida íntima.
Y cuando cometemos errores decirlo: oye, me equivoqué, intentar reparar y seguir aprendiendo.
Imagínate, hombre, ser mujer, ¿Has hecho el ejercicio con otros hombres?
Sí, lo he hecho y es un ejercicio miserable, decadente, porque saca lo peor de estos hombres.
Ese capítulo es duro, pero no tanto como vivir en carne propia lo que se invita a imaginar, y te responden diciendo: ¿cómo? ¡eso le pasa a las mujeres! ¡a nosotros cómo nos van a agarrar la nalga!… Con las mujeres hay justificación, porque van con ropa muy pegadita.

Otros colegas han confrontado a los hombres ante las cámaras, a ver, imagínate que estás pasando lo que las mujeres pasan, no una vez a la semana, sino siete veces al día.
Imagínate no solamente asuntos fisiológicos y biológicos, sino sociales y políticos que vuelven el ser mujer una condena. Y los hombres reaccionan con compasión: sí, pobres, ¿verdad?
Pero luego, ¿qué más? ¿Te vas a quedar ahí o vas a asumir que somos responsables de eso?
Parece que estamos bastante tranquilos mientras las mujeres se vuelven el Estado mexicano como madres buscadoras, o mientras se vuelven víctimas de explotación sexual, por una hipocresía frente a las trabajadoras sexuales. Superemos ese escalón, ¿no?
La escritora Brenda Navarro dice que los hombres mexicanos solo lloran borrachos o escuchando a José José. La cantina, que tenía vetada la entrada a las mujeres, era el único lugar donde podían, con una copa, sacar sus penas.
El ejemplo de las cantinas toca varias cosas. Era el lugar donde los hombres podían ser ellos mismos, sufrir lo que es ser hombre, pobrecitos. El llorar, el mostrarte, deprimirte, sincerarte, lo haces solo a través del alcohol.
La exposición, la vulnerabilidad, la carne viva solo va por cuenta de las mujeres, porque los hombres tenemos solo un lugar donde mostramos nuestras heridas y nos las lamemos entre nosotros.
Pero no en todo México estaba prohibido para las mujeres entrar a las cantinas; en algunas se les permitía, claro que como trabajadoras sexuales, camareras o empleadas, no como alguien que tiene el dinero y el poder para pagarse un trago.
Se lo preguntaba a Patricia Mercado, legisladora y ex candidata presidencial: ¿las mujeres facturan? Y me decía no, seguimos pasándola mal, no sabemos lo que es el poder porque los hombres no lo han soltado, porque cuando tenemos una calificación profesional y dinero para ser autónomas podemos ir a la cantina, al hotel, a donde se nos pegue la gana, y eso a ustedes no les gusta.

Criticas también otras reacciones de los hombres cuando se les habla de cambio…
¡Ah! Me han dicho, ¿por qué en la ley no está tipificado el hombricidio? Me ha pasado en presentaciones, en la radio, en televisión, son comentarios que a veces llegan. Se lo he preguntado a varias mujeres y muchas, muy pacientes, me dicen, bueno, pues hay que explicárselos.
Pero es que ni las víctimas, ni las activistas, ni los periodistas, ni las mujeres tendrían que tener encima la responsabilidad de educar a los cabrones que piensan de esa manera.
Son las trampas que ellos quieren hacer, quitarle la gravedad a un feminicidio, cuando los móviles de un feminicidio no se comparan con los de un homicidio.
Esos hombres creen que las cosas no deben cambiar y generan un tipo de violencia de la cual se deben hacer responsables.
Hoy lo dicen libremente en foros, en redes sociales, en sus hogares, pero si hay alguien que los acusa por odio, van a enfrentar la justicia y ahí le van a tener que explicar al juez que ellos piensan que hay que crear el Instituto de los hombres y el hombricidio, cuando lo que han estado haciendo es violentar.
Y ahora que se habla de las nuevas masculinidades ¿cuáles dirías que son?
No tengo la menor idea. He visto cuentas en redes sociales, libros, he conversado con colegas que promueven esto; tienen buenas intenciones: dejar de ser violentos, transformarnos para tener una sociedad de respeto.
Lo femenino o masculino en mí puede ser otra cosa para ti, las personas somos raras, auténticas.
No creo en que las masculinidades o feminidades deban ser de cierta forma, ejercerse con ciertas reglas o parámetros, maneras, etiquetas y precios. Eso es lo valioso de ser lo que uno quiere ser, lo entrañable del derecho a desarrollar libremente nuestra personalidad.
Annie Ernaux tiene un libro sensacional, "Mira las luces, amor mío", en que reflexiona sobre lo que ocurre en los pasillos de juguetes, donde en buena medida está el origen de los roles de género.

Pensando en un niño de 6 o 7 años, si escoge una cocinita su papá le dice: ¿qué te pasa?, no eres puto, no eres joto, vete al pasillo de los niños. Y si una niña escoge un cohete, le dicen ¿eres lencha, eres machorra?, vete al pasillo de las mujeres.
¿Y qué se encuentra en el pasillo de los niños? Pues, la construcción y la destrucción. Están el espacio, la ingeniería, la arquitectura, los castillos, el dominio de otras especies, las pistolas que comienzan a entrenarte la voluntad para decidir cuándo otra persona vive o no, está el control, la velocidad, los autos, los trenes.
Y en el otro, el de las niñas, están el cuidado, la belleza, la cocina, la atención.
Pero qué hubiera sido del niño si le hubieran comprado la cocina. Seguramente tendríamos más defensores del patrimonio gastronómico de las comunidades.
Y si a un niño que quería una muñeca bebé le hubieran dicho sí, órale, te la compramos, a lo mejor tendríamos paternidades más responsables, porque se entrenaría desde pequeño.
Si a la niña le dieran el cohete, cuántas astrónomas e ingenieras tendríamos; eso lo reflexiono con Katya Echazarreta, que es una astronauta mexicana que estudió en salones de clase donde muchas veces era la única mujer.
¿Cómo se deconstruye un macho? ¿Cómo lo hiciste tú?
Comienzo con el psicoanálisis para revisarme a mí mismo, y ver el uso de las palabras. Las acepciones que usaba tenían tintes machistas.
Reviso la palabra madre y la palabra padre y el uso que tienen en mi cultura. Entiendo que las palabras son eslabones en esa cadena que puede terminar en feminicidio; entonces comienzas a cancelarlo.
Se deconstruye estudiando los feminismos, escuchando a las mujeres. Cristina Rivera Garza ha insistido en hay que escucharlas y verlas todavía más. Eso comienza a cambiarte todo, a provocar creatividad y liberar la imaginación para esculpir una masculinidad que no sea agresiva.
Y de ahí, pues, pal real: lo que vayas encontrando, cómo te vayas equivocando, leyendo, charlando; lo que te haga llorar y te haga sentir profundamente sin culpa y sin hipocresía, para hacer lo que quieras sin atropellar a nadie.

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