
Un traficante de fentanilo de Los Ángeles se queda a un lado mirando con atención cómo un miembro de un cártel mexicano prepara su cargamento de fentanilo. El opioide sintético se envuelve en papel de aluminio, se sella en plástico y se echa en el depósito de gasolina del discreto automóvil del traficante.
Jay (nombre ficticio) había cruzado más temprano desde EE.UU. para llegar a esta casa controlada por el cartel en el lado mexicano de la frontera. La casa se parece a cualquier otra en este barrio.
Nos dicen que entremos rápidamente y una puerta de hierro se cierra firmemente detrás nuestro. Aquí no cocinan la droga, pero aún así tienen cuidado de no llamar la atención. Todos los hombres hablan en voz baja y trabajan rápidamente.
Su negocio letal se convirtió en el centro de una disputa comercial que causó una sacudida en la economía global después de que la Casa Blanca utilizara el contrabando de fentanilo a través de las fronteras de EE.UU. como justificación para aumentar los aranceles a México, Canadá y China.
El presidente Donald Trump, también prometió "hacer la guerra" a los carteles de la droga.
La BBC obtuvo acceso exclusivo a la operación de un cartel a lo largo de la frontera y viajó a Estados Unidos para reunirse con sus clientes finales para ver si la controversia internacional estaba sirviendo para detener el flujo ilegal de narcóticos.
Los hombres que conocemos en la casa son soldados rasos de un cartel muy conocido. Dos de ellos, que están cargando el auto, admiten tener momentos fugaces de remordimiento. Pero cuando le pregunto al hombre que está metiendo las drogas en el tanque de combustible si se siente culpable por las muertes que causan las pastillas, se ríe disimuladamente:
"Nosotros también tenemos familia. Por supuesto que nos sentimos culpables. Pero si yo paro, va a continuar. No es mi problema", me dice encogiéndose de hombros.

Los hombres mantienen sus rostros cubiertos mientras retiran el asiento trasero del auto para acceder al tanque, con cuidado de no derramar gasolina. El olor dentro del auto podría alertar a los agentes de la aduana al otro lado de la frontera de que el tanque de combustible ha sido manipulado.
Las pastillas de color verde claro, 5.000 en total y marcadas con una M, están empacadas de forma compacta. Son apenas una fracción de lo que Jay dice que vende cada semana en Los Ángeles y en todo el noroeste de Estados Unidos.
"Intento vender 100.000 pastillas a la semana, todas las semanas", me dice el traficante con voz suave. "No las mando en un solo vehículo. Intento repartirlas en varios. De esa manera minimizo el riesgo de perder todas mis pastillas".
Fentanilo y aranceles
En respuesta a lo que calificó como un flujo inaceptable de drogas ilegales e inmigrantes ilegales hacia Estados Unidos, el presidente Donald Trump impuso un arancel del 25% a todos los productos procedentes de México. Algunos de esos aranceles fueron aplazados hasta el 2 de abril.
Derrotar el tráfico de fentanilo es uno de los principales objetivos del presidente Trump, pero Jay no cree que tenga muchas posibilidades.
"La última vez que estuvo en el cargo, intentó hacer lo mismo y no lo consiguió. Siempre habrá demanda. ¿Y dónde hay más demanda? En Estados Unidos, por suerte para nosotros, que estamos aquí, en la frontera", dice Jay con una sonrisa.
La droga entra en Estados Unidos en cantidades tan grandes -la mayor parte procedente de México- que, según Jay, el precio al que la vende en Los Ángeles ha bajado de unos US$5 o US$6 por pastilla hace un año a US$1,50 ahora.
La policía mexicana afirma que los carteles se pasaron en gran medida al fentanilo, que es 50 veces más potente que la heroína, porque, a diferencia de otros opiáceos (que se obtienen de la amapola), es completamente sintético y mucho más fácil de fabricar y transportar.
Lo potente y adictivo del fentanilo ha dejado una profunda cicatriz en la sociedad estadounidense: las sobredosis de drogas matan a más personas en EE.UU. que las armas o los accidentes de tráfico.
Las muertes han empezado a disminuir, quizás en parte debido a que ahora es más fácil conseguir naloxona, un fármaco que revierte los efectos de las sobredosis de opioides. Pero las últimas cifras siguen siendo alarmantes: 87.000 muertes por sobredosis (en su mayoría por opioides) entre octubre de 2023 y septiembre de 2024, frente a las 114.000 del año anterior.

En un intento por evitar los aranceles punitivos de la Casa Blanca, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum se comprometió a enviar 10.000 efectivos de la Guardia Nacional a la frontera.
Su gobierno ha realizado más de 900 detenciones desde octubre en Sinaloa, un importante centro de tráfico de drogas. En diciembre, México anunció la mayor incautación de fentanilo de su historia en ese estado: más de una tonelada de pastillas. De hecho, el país ha incautado más fentanilo en los últimos cinco meses que en todo el año anterior.
México también ha dificultado la importación de un ingrediente clave del fentanilo que procede de China, lo que ha llevado a los carteles a reducir la potencia de cada pastilla y, de paso, hacerlas menos letales.
Y a finales de febrero, 29 altos cargos de carteles de la droga fueron entregados a Estados Unidos, entre ellos miembros de cinco de las seis organizaciones criminales mexicanas que la administración del presidente Trump designó recientemente como organizaciones terroristas.
La presidenta Sheinbaum dijo también que había accedido a que la CIA aumentara las operaciones de vigilancia con drones sobre territorio mexicano para buscar laboratorios de fentanilo, después de que los medios de comunicación revelaran las misiones encubiertas.

La oferta y la demanda
Jay reconoce los peligros de su oficio para él y sus clientes, pero no le preocupa.
"Siempre intentan culparnos a nosotros, diciendo que somos nosotros los que envenenamos a los ciudadanos estadounidenses. Pero ellos son los mayores consumidores".
Se aísla fríamente de la responsabilidad y la culpa de las muertes que causan sus drogas. Afirma no conocer a nadie que haya muerto por consumir su producto. "Solo me relaciono con otros distribuidores", me dice.
Los carteles utilizan principalmente a ciudadanos estadounidenses para transportar sus drogas a través de la frontera, ya que es menos probable que sean detenidos por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU.
El conductor, que se hace llamar Charlie, tiene pasaporte estadounidense. Él también es bastante indiferente al sufrimiento que ha causado la epidemia de fentanilo.
"Necesito el dinero", dice. Cuando le pregunto cuántas veces ha pasado la droga, responde: "Demasiadas" (más tarde me entero de que las 5.000 pastillas del depósito de combustible cruzaron la frontera sin incidentes).
La presidenta Sheinbaum ha hecho hincapié recientemente en la demanda de fentanilo, al afirmar que la crisis en EE.UU. comenzó con la aprobación legal pero "irresponsable" de analgésicos como el OxyContin a finales de la década de 1990.
"El gobierno de EE.UU. debe asumir la responsabilidad de la crisis de consumo de opioides que ha causado tantas muertes", dijo en una de sus conferencias de prensa diarias.
Salvar vidas de sobredosis
En el barrio Kensington de Filadelfia, conocido como el mayor mercado de drogas al aire libre de la costa este de Estados Unidos, Rosalind Pichardo, de Operation Save Our City, está inmersa en su segunda Biblia. Registra en las últimas páginas del libro el número de veces que ha revertido una sobredosis de opioides utilizando el fármaco de acción rápida Naloxona.
En los últimos seis años, la cifra asciende a 2.931. Hojea las páginas y ese número escrito en rojo cobra vida con los recuerdos de las personas que salvó y las que fallecieron.
Empieza a enumerar: "Hombre de unos 60 años… hombre de unos 30… mujer de unos 30, muy delgada, sin pelo"…
Junto a cada nombre de esta lista de víctimas del fentanilo, pone el número de dosis de naloxona (vendida bajo el nombre Narcan) que utilizó para intentar reanimar a las personas.

Pichardo, quien dirige un centro de acogida llamado Sunshine House, opera lo que ella llama una "zona sin juicios". Se irrita con términos como "adicto", "yonqui" o "zombi", que se utilizan para describir a la gente de su barrio. En su lugar, llama a todo el mundo "rayo de sol".
De algunos no se acuerda; de otros nunca se olvidará.
"Mira a este: siete años de edad, dos Narcan", señala. Pichardo recuerda que tuvo que acudir a la casa de un vecino donde una mujer sostenía en brazos a una niña que se había puesto azul. Pichardo entró y la niña fue puesta en el suelo. Justo en ese momento, el padre de la niña subió corriendo las escaleras con una bolsa. "Pienso que, si fuera mi hija, correría a ayudarla", recuerda.
Al principio, pensó que podía ser epilepsia, pero vio balanzas de drogas y bolsas de plástico en una mesa cercana. El padre de la niña era un traficante de drogas; la niña de 7 años se había envenenado con su mercancía y había sufrido una sobredosis. "Yo estaba enfurecida", dice.
Esas dos dosis de Narcan fueron suficientes para salvar la vida de la niña.
En otra página está escrito "mujer embarazada de seis meses, dos dosis de Narcan". Ella también sobrevivió.

En Kensington, las drogas son baratas y abundantes, y la gente se inyecta en público. Mientras camina por el barrio, Pichardo encuentra a gente desmayada en la acera, una mujer en estupor con los pantalones abajo, un hombre echado boca abajo junto a un torniquete, otro hombre en silla de ruedas con los ojos cerrados y dinero en las manos.
A este último, como a un número creciente de consumidores de opiáceos, le amputaron una extremidad.
Una nueva droga en la calle, el tranquilizante para animales Xilacina, se está mezclando con el fentanilo. Provoca heridas abiertas que se infectan. El aire huele mal en algunos lugares.
John White tiene 56 años y durante 40 de ellos ha luchado contra la adicción. En Sunshine House, Pichardo le sirve un plato de sopa casera.
"He vivido en esta ciudad toda mi vida", dice White. "La epidemia de fentanilo y opioides es la peor que he visto. El fentanilo te engancha tanto que tienes que conseguir más. Así que lo ponen en todo".
White sufrió una sobredosis de fentanilo después de fumar un porro adulterado con esa droga. Está siendo añadida a todo tipo de drogas ilícitas, como la heroína, la cocaína y la marihuana.

Pichardo tiene pocas esperanzas de que, aunque se corte el tráfico de fentanilo desde México, mejore la vida de la gente en Kensington.
"El problema que tenemos con la guerra contra las drogas es que no funcionó antes [y] no creo que vaya a funcionar ahora", explica.
Cuando se corta el suministro de una droga, otra la sustituye, dice.
"Antes había heroína, ahora ya no. Ahora hay fentanilo. Cuando no haya fentanilo, habrá xilacina. Entonces, es como si encontraran la manera de mantener a la gente adicta para que la gente pueda ganar dinero a costa de la gente, a costa del sufrimiento de la gente".
Justo enfrente de Sunshine House, una joven se encuentra tirada en la acera, con el cuerpo extendido sobre el cemento: no responde. Pichardo llega rápidamente al lugar, con su botiquín médico, y vuelve a administrarle naloxona. La mujer finalmente revive.
Pichardo regresa a Sunshine House, con otra vida salvada y otro número que añadir a las últimas páginas de su desgastada Biblia.

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