Este año la guerra en Ucrania ha estado marcada en un primer lugar por el cambio en el contexto político internacional con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y su presión declarada para poner fin al conflicto.
Una presión que en algunos momentos se tradujo en decisiones controvertidas que debilitaron la posición de Ucrania. Desde entonces, la diplomacia ha sido intensa, pero hasta ahora estéril. Ucrania ha asegurado que está lista a buscar una salida negociada que ponga fin a esta invasión a gran escala, pero ha dejado claro que no aceptará una paz que implique ceder territorios que no ha perdido por la vía militar. Una condición que exige Moscú, que pide el control de la totalidad de la región conocida como el Donbás.
Al mismo tiempo, Rusia ha bloqueado cualquier alto al fuego mientras se negocia en lo militar y los drones cada vez tienen más importancia y presencia en el terreno.
Si bien, el año no ha estado marcado por una gran ofensiva decisiva, sí lo ha estado por una estrategia prolongada de desgaste, donde Rusia presionó sistemáticamente hasta tomar 4700 kilómetros cuadrados, según el Instituto de Estudios de la Guerra.
Estos avances representan menos del 1% del territorio ucraniano, pero pusieron al límite al ejército del país. En paralelo, Moscú ha intensificado los ataques aéreos contra ciudades, especialmente contra la infraestructura energética, lo que afecta a millones de personas que se quedan sin electricidad, lo que tiene aún mayores consecuencias en plena época de invierno.
Mientras tanto, Ucrania responde con drones de largo alcance contra objetivos también energéticos y logísticos en territorio ruso.
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