En estos días de aguaceros persistentes ha sido imposible no volver al pasado. La situación nos ha traído a la memoria los cuentos “Dos pesos de agua” de Juan Bosch e “Isabel viendo llover en Macondo”, de Gabriel García Márquez, ambos geniales en describir todo lo que se piensa y siente cuando las nubes se parquean permanentemente sobre nuestra superficie. Pero quizás no es hacia el pasado que haya que mirar, sino hacia el futuro.
Desde hace años en República Dominicana se está insistiendo en la necesidad de ver más allá del pasado y del presente, de tener actitudes preventivas ante los desastres naturales, algo que va en contra el talento de vivir en el momento, de encarar con buena cara las calamidades, de responder rápida y automáticamente a situaciones inmediatas. No se puede negar la sabiduría de un hombre a quien las lluvias le dañaron un sillón y él decidió usarlo como especie de salvavidas para pasear en el inesperado caudal. Ya que lo había perdido y que, en las circunstancias precisas, no se podía hacer gran cosa, era una buena idea usar la capacidad de diversión.
En otros momentos también vemos capacidad de identificación y solidaridad ante los desastres. Una de las imágenes más impactantes del terremoto del 2010 en Haití fue una mujer dominicana amantando a recién nacidos rescatados y trasladados a un hospital dominicano.
Pero se hace necesario mirar más lejos. Gracias a las compañías aseguradoras y otras instituciones financieras se ha empezado a valorar la realización de “mediciones de riesgo”. La visión de “no podemos decidir si los huracanes vienen o no” está cambiando a “desde antes podemos tomar medidas para minimizar los daños de los huracanes (que como quiera van a venir)”, “podemos evacuar las zonas en peligro para reducir el número de muertos”.
Hace casi treinta años el huracán Georges dejó una secuela oficial de 238 muertos, se dice que probablemente más. Así mismo lo calificó la agencia EFE: “El resultado de los vientos, el agua y la imprevisión fue devastador y tan confuso como las informaciones oficiales”.
Desde entonces, hemos continuado enfrentando ciclones. Pero los habitantes han aprendido a tomar medidas preventivas. Si bien es cierto que se sufrieron daños con las lluvias recientes, no se registró ninguna muerte por esta causa mientras que en el año 2003, una pluviometría similar arrojó cinco muertos.
En estos días, alguna gente miró con ojeriza las suspensiones de labores presenciales. Ahora, los hechos demostraron la idoneidad de la resolución del Ministerio de Trabajo. Cierto, el huracán no pasó por la isla como sucedió en Jamaica, pero por lo menos hubo decisiones que previnieron algunas pérdidas. Cierto, hacen falta más ideas que nos permitirán ser más eficientes. Por ejemplo, si fuésemos capaces de conectar en nuestros cerebros la relación entre la basura en la cuneta y las inundaciones posteriores, pudiéramos tener un futuro individual y colectivo todavía más leve que la reciente catástrofe. Hay que volver los ojos al futuro.
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