A lo largo de su dilatada trayectoria literaria, Mario Vargas Llosa escribiría, sin premura ni deseo de gloria, diversas obras de indiscutible calidad estética y literaria.
Todas, como se ha de suponer, son muestras testimoniales no solo de sus habilidades técnicas y vasto horizonte cognoscitivo, sino producto de su gran vocación e imaginación creadora.
Se pudiera decir, con sobrada razón, que la vocación literaria de Vargas Llosa viene dada, propiamente hablando, desde el inicio de sus reiteradas y atentas lecturas.
Por eso, justamente, resaltó su importancia en ocasione tanto memorables como inolvidables.
En un valioso discurso titulado ”Elogio de la lectura y la ficción”, habría de confesar, con palabras significativas y seductoras:
“ La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras que escribí fueron continuaciones de las historia que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarse el final”.
Esas palabras, sabias y sinceras, evidencian su honda pasión por la lectura, el conocimiento y la cultura.
En tan interesante discurso continúa diciendo:
“(…)Flaubert me enseño que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma- la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa”.
Además de esos y otros consagrados maestros de la literatura universal (Sartre, Camus, Joyce, Dostoyevski, Malraux y Hemingway, entre otros) cultivaría- con entusiasmo y firmeza inquebrantable- la difícil, pero apasionante vocación literaria.
Dichos maestros les enseñarían técnicas, trucos y métodos sobre el arte de escribir, que, las más de las veces, fortalecerían su oficio de escritor, así como concisa y precisa redacción periodística.
Con asombroso ingenio creativo, Vargas Llosa supo conjugar muy bien el periodismo con la Literatura.
De ahí que su estilo, exento afecciones sintácticas, sea directo, sobrio y explícito, además de embellecido, en la mayoría de los casos, con metáforas deslumbrantes y gran fuerza comunicacional.
Los mensajes, ideas, conceptos y metamensajes de sus obras, reflejan, desde el principio hasta el final, su impecable calidad escritural.
Embriagado con el aroma contagioso de la vocación literaria, Vargas Llosa pensó y repensó, con ardua pasión, lo que escuchó, observó, sintió y escribió.
Su forma de escribir y pensar, en todo caso, se complementaría, no sin armonía, con la vocación literaria, sin la cual, ciertamente, su intensa práctica escritural habría sido sosa y trivial.
En “Carta a un joven novelista”, revelaría, con lenguaje claro y llano, la importancia fundamental de la vocación literaria para realizar, sin temblor ni temor, el ejercicio constante de la práctica escritural:
“Tal vez el atributo de la vocación literaria sea que quien la tiene vive el ejercicio de esa vocación como su mejor recompensa, más, mucho más, que todas las que pudiera alcanzar como consecuencia de sus frutos. Esta es una de las seguridades que tengo, entre muchas incertidumbres sobre la vocación literaria: el escritor íntimamente siente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle (…)”.
Para Vargas Llosa, el arte de escribir fue el quehacer esencial de su existir. Si no lo hubiese sido, su vida, quizás, no habría tenido sentido.
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