En la vida del señor JH la mala suerte aparecía como un fantasma consuetudinario que malograra a cada momento la desgraciada historia de su vida. Sus padres lo echaron de la casa por su dudoso y haragán comportamiento y en consecuencia no pudo continuar la carrera de contabilidad que apenas había comenzado. Sus amigos lo rechazaron por atorrante, por poco leal hacia ellos, un par de novias que pudo tener tener lo plantaron por falta de romanticismo y pasión, jamás les compuso un verso ni les regaló flores o bombones. Nunca se sacó un número ganador en la lotería, ni siquiera una triste ¨colita¨. De todos los trabajos lo despedían por su ausentismo, falta de atención y productividad. Los pocos ahorros que pudo acumular unos cacos se los robaron en una severa noche sin luna.

En fin, JH, analizando a sus cuarenta años el cúmulo de fracasos decidió poner fin a su vida. Sí, suicidarse era la única opción, mejor que vivir sufriendo golpe tras golpe los pocos o muchos años que le quedaran y posiblemente fueran los muchos porque su toda familia era longeva. Sus abuelos y abuelas pasaron de los 95 años, tía Eulalia llegó a los 102 años regañando a toda la familia igual que cuando tenía cuarenta ¿Cómo aguantar medio siglo más de infortunios? Mejor acabar con todo de una vez y para siempre.

Primero probó largarse de este mundo con una huelga de hambre por ser el método más económico, salía más barato que comprar un revolver de contrabando, unos fuertes barbitúricos, un veneno letal de mata ratas o tres pasitos , o varios metros de soga gruesa. A los ocho días de voluntario ayuno cuando su cuerpo ya estaba en un proceso de agonía casi final un rico olor a sancocho de siete carnes que estaba cocinando la vecina se filtró por una rendija de la ventana mal cerrada de su habitación y no pudo resistir la tentación, llegó hasta doña Tatica que la conocía y tras darse un hartura de varios platos rebosantes volvió a la vida con un ligero filamento de optimismo por aquello tan socorrido de estómago lleno corazón contento.

Pocos días después, tropezó en las escaleras y se rompió el astrágalo del pie izquierdo por lo que tuvo que quedar inmovilizado en la cama. Viendo que la cadena de desgracias continuaba intentó por segunda vez quitarse la vida desde el mismo lecho en que estaba postrado, recurrió a al también económico método de meter los dedos en el enchufe de la lamparita de noche para quedar electrocutado al instante, pero justo en aquel justo momento la energía eléctrica se ausentó, hecho que era bastante frecuente y hasta normal en ese país y cansado de esperar su regreso durante horas y decepcionado y maldiciendo la Compañía Generadora de Electricidad abandonó ese electrizante método de irse del mundo quedando como un chicharrón de Villa Mella.

Pero JH era empecinado, como su malogrado destino. y gastando los pocos pesos que le quedaban compró en una farmacia conocida unas pastillas indicadas como medicina eficaz para acelerar los latidos del corazón y de uso delicado, pues un exceso de ellas podría tener consecuencias fatales. JH, sin pensarlo dos veces tragó ávidamente y con la ayuda de un vaso de agua tibia las veinticuatro tabletas que contenía el frasco. Esta vez la muerte acudiría en breve a su tétrica cita y con ella desaparecería toda su mala suerte. Pero pasaron los primeros minutos y su corazón seguía latiendo al mismo ritmo que antes de la mortal ingestión, y así continuó durante las siguientes horas sin que nada malo afectara su cuerpo. Sucedió que la medicina era una de las muchas adulteradas que se comercializaban desde una ciudad del interior del país sin efectos beneficiosos o perjudiciales pues estaban elaborada con tiza molida de las aulas escolares.

Pero JH de nuevo no se rindió ante su mala suerte y en la ferretería de la esquina compró la soga tan característica de los ahorcados, hizo su nudo corredizo, le untó grasa para que no se atorara, la probó varias veces con total éxito, la ató a una viga del techo, después la enroscó en su cuello como si fuera una mamba africana letal y saltó del taburete al que se había subido y ¡Ho mala suerte! la soga se rompió por el medio porque estaba casi podrida por los muchos años que estuvo almacenada sin venderse. Eso de ahorcarse había pasado de moda ahora se suicidaba con métodos más modernos incluso oyendo la llamada música Jip Jop. Al caer, JH, se rompió de mala manera el fémur derecho por lo que tuvo que ser hospitalizado.

Allí acudieron varios psicólogos y terapeutas para tratar sus depresiones de caballo y tendencias suicidas. Tras varias semanas de intenso tratamiento, JH logró curarse de sus múltiples depresiones, por fin vio la vida en todo su esplendor, por primera vez las aves volaban y cantaban sus graciosos trinos, las flores esparcían al infinito sus lindas formas y delicados olores, las muchachas reflejaban la máxima belleza del universo. Así totalmente restablecido volvió a su habitación, la limpió a fondo, la ordenó y decoró creando un ambiente íntimo y hogareño. A los seis días de esta total felicidad JH sufrió un infarto agudo que acabó de manera fulminante con su vida. Y es que hasta en la buena suerte JH siguió teniendo mala suerte.

Sergio Forcadell

Publicista

Nacido en Barcelona. Catalán hasta los dientes y Publicista desde mucho antes de nacer. Candidato al Premio Nobel de la Literatura Mordaz y Pendeja.

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