La historia de la humanidad está marcada por la crisis política, económica y las guerras comerciales. En cada conformación socioeconómica, los acontecimientos han estado caracterizados por los conflictos, y éstos no se conciben sin la lucha de intereses de las naciones para posicionarse o reposicionarse políticamente ante los cambios cíclicos y de carácter histórico.
Las crisis pueden pasar de lo local a lo regional y de este último a lo global. La humanidad está viviendo un conflicto total que afecta al conjunto de naciones, sin importar continente ni ideología.
Hemos planteado en otros trabajos recientes, que las sociedades de las potencias se encaminan hacia una crisis interna y a rebeliones ciudadanas incontenibles. Su movimiento es subterráneo, sin embargo, algunos aspectos del malestar político, económico y social afloran como señales volcánicas de conflictos irresolubles ante la crisis sistémica de las naciones del llamado primer mundo.
Frente a este panorama, creados por las grandes potencias, los países en “vía de desarrollo”, que es un término eufemístico, se reagrupan para crear otros nuevos espacios multipolares para compartir intereses comunes, bajo el marco de su influencia, en contraste con la unipolaridad que controlaba la política y la economía a nivel mundial.
El más reciente hecho de la reagrupación de países que buscan espacios de influencia, se produjo hace apenas dos semanas en “La Cumbre de Sevilla”, donde los miembros de la Organización de las Naciones Unidas se reunieron, sin la presencia de los Estados Unidos. El mundo sigue cambiando y se está agotando el viejo modelo de la unipolaridad, en el que en pocas manos sirven el manjar político y comercial de las naciones.
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