La idea que se tenía en la antigüedad respecto a morir joven tenía que ver con el carácter guerrero de la sociedad. Stefan Zweig, en su autobiografía El Mundo de ayer (1943), relata que al estallar la Primera Guerra Mundial (1914) los jóvenes celebraban tal acontecimiento con júbilo. Podría decirse que se avecinaba una nueva experiencia para ellos, algo fuera de la rutina de la vida que arrastraban y así fue. Explicable e inexplicable a la vez. De esos jóvenes entusiastas de seguro que la mayoría murió en el frente. Lo paradójico es que Stefan Zweig recordaba esos acontecimientos en pleno ombligo de la Segunda Guerra Mundial y sin saber adónde ir. Así lo relata en El mundo de ayer, de 1943, escrita en inglés, no en alemán pues ya se consideraba de hecho y de derecho sin patria. Refiero lo anterior para resaltar que morir joven ha sido el ideal de todas las sociedades guerreras.
La paz, entendiéndola como antagonista de la guerrera, siempre ha sido rechazada por el hombre. Resaltamos y nos emocionamos al ver películas que recrean batallas, desde Esparta hasta nuestros días. Hay textos de historias que tienen como título Las grandes guerras que conmovieron al mundo, por lo que entrar en la vorágine de esa naturaleza psíquica del hombre no es fácil. No vamos a moralizar sobre por qué el hombre es así o no, ya que el hombre solo se justifica a sí mismo para su delirio de grandeza, guerreando. Y no estoy muy lejos de afirmar, retrocediendo en el tiempo, que siempre ha sido así. Ese delirio de matar al prójimo, cuales sean los motivos, es enfermizo.
Retrotrayéndonos a los orígenes del hombre bíblico y de cualquier otra cultura. La primera guerra ocurrió con la expulsión de la sombra (el demonio) hacia la luz (Dios), y por qué no fue lo contrario, que lo dejara al Diablo allá en el lugar de nunca jamás y Dios arrancara con todos los poderes para acá abajo; como dice una canción popular: “Sabrá Dios/sabrá Dios…”, mientras tanto continuamos matándonos como el primer día; continuamos educándonos para la guerra, sin posibilidades de que esa manera del hombre enfrentarse a sí mismo pueda augurar cambio alguno. Si antes el joven se sentía orgulloso por ir a combatir, vuelvo y reitero y por la razón que sea, ese mismo joven en los países guerreros casi hay que obligarlo a combatir, y en otros les ofertan guerrear al prójimo, es decir, matar como una profesión.
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