La tecnología transforma nuestras creencias en algo superior. Vino para “quitarnos” y para “darnos” a la vez comprensión del mundo, ¿de nosotros mismo? Eso se pone a prueba todos los días. El hecho que inmediatamente “conozcamos” lo que está pasando en cualquier lugar o a los nuestros, nos quita presión, a la vez que nos acelera la angustia. Una llamada a tiempo hace que disminuya nuestra fe en que todo está bien, no ha pasado nada, hasta cuando nos responden con un dedo hacia arriba queriéndonos decir que todo está bien pudiendo ser todo lo contario. Hay que expresarse con palabras, por sobre todas las cosas.  Por ejemplo: pensar cuando queremos localizar a un ser querido por el móvil y no se consigue, cual sea la razón, hay que tener los pies muy grandes para quedarse como si no estuviese pasando nada. Podría llegar a la cabeza el socorrido refrán: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, pero es que sucede todo lo contrario, ahí es que empieza el corazón a sentir, a llevárselo el mismísimo… Una llamada a tiempo es un antídoto para la impaciencia interior. Llámese “antídoto”, a una oración. Un ensalmo, un salmo o pensar que Dios nos tiene abandonado. Hasta ahí, para no desesperar.

Volviendo al ser querido que por razones X no coja la llamada, si es de noche y la impotencia, ay del uno, del dos, del tres en que nos convertimos, empezando a rodar dentro, y cual bola de nieve o aguacero simple, en un momento dado, crece el río. La bola de nieve se vuelve gigante y empieza cumplir su ciclo de destrucción natural al igual que el agua.

¿Pero quién puede con el que tiene la mala o buena costumbre de no coger llamadas, por las razones que su interior le dice? Vuelvo a la fe como tabla de salvación, incluyendo santos, oraciones… el equilibrio interno de la voz interior que en la misma medida que nos asusta nos calma, que es el primer recetario a resaltar para la buena salud interna. Pensar que todo está bien, aun haya razones para pensar lo contrario, entre ellas el país, la principal, las diabluras en las que personalmente cada quien está metido, como caminar unas calles a oscuras. Esta le queda chiquita a la del alma, que se nos va corriendo, cuesta abajo, para dejar solo al cuerpo en su desamparo metafísico.

El único que no ha sentido algo parecido es el que no ha llegado al país, envuelto en una crisis colectiva al hecho cotidiano que nos embroma la existencia. Es bueno sentarse a meditar lo que hemos hecho con nuestra esperanza, con las enfermedades que desatan o agravan el no resolver a tiempo servicios que a nuestro diario vivir les son tan caros, y que cada ciclo solar se dice que se resuelve y no se resuelve nada, pero que en el fondo no nos importa, aunque lo repitamos como cotorra amaestrada en malcriadezas. Nadie le enseña a una cotorra palabras que suenen bien, sino todas las contrarias, que son las que nos provocan risas, divierten nuestro miedo de a diario, nuestra falta de servicios, aunque no lo cumplamos, porque eso nunca viene a cuento que contamos, sino quejas de que no se nos dan con la calidad que demandan los tiempos, pero nunca decimos que no cumplimos para que funcionen bien.  Los años en las deficiencias y los deterioros de lo que “sirve”, son una buena carta de presentación para saber cómo andamos y lo que nos espera.

Cuando esa llamada que hacemos no tiene respuesta, como marcar desde un móvil a un lugar que esté lejos o cerca, como nuestra fe, la reiteración de la llamada es un buen termómetro para medir el grado de calentura interna y empezar a ponderar lo peor. Siempre estamos expuesto al segundo siguiente para enfrentar el vivir que es destrucción y creación a la vez. El responder a tiempo para calmar a alguien amado, tiene que ver con cómo procedemos y la consideración que le debemos al que nos ama. A veces, ni a nosotros mismos nos respondemos una llamada y venimos a tomarla cuando ya no vale la pena, cuando se empezó a consumar el daño de adentro. Incluyo las llamadas que nosotros mismos nos hacemos. Aprendamos, siempre, a responder a tiempo. En todos los órdenes, podría ser el comienzo de la diferencia.

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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