La señora vicepresidenta Raquel Peña nos acaba de revelar con qué sueña en los últimos días: “llegar a ser presidenta de la República”. El hecho de compartir con nosotros sus sueños nos lleva a tratar de analizar la simbología de los mismos – sin pretender ser Jung.

Que la señora Peña confiese que nunca soñó con ser vicepresidenta, pero que sí sueña con alcanzar la presidencia de la República, es una novedad parcial; ya alguien había adivinado sus sueños tras bastidores, formando un comité de apoyo a su candidatura cuando esta recién llegaba al cargo, creyendo que podría ser una significativa representante de los grupos del Cibao.

Su sueño llega como un testimonio desafiante a aquellos y aquellas que pretenden llegar a la presidencia de la República (con o sin capacidades), en un escenario de proselitismo ancho y ajeno -como diría Ciro Alegría-, donde la Fuerza del Pueblo con Leonel Fernández y el Partido Revolucionario Moderno con varios de sus funcionarios son los principales protagonistas, que sí vienen soñando desde hace mucho tiempo con la idea compulsiva de alcanzar la presidencia de la República.

Ahora, al conocer este sueño revelador de la vicepresidenta, se le debe haber convertido en una mala noche la noticia, que presagia pesadillas futuras para algunos de ellos. Escuchar de cuerpo presente que la vicepresidenta en funciones tenga tal sueño les puede parecer un mal presagio.

Doña Raquel podría convertirse en una contrincante delicada, ya que su sueño, desde el cargo de vice, la coloca en una posición privilegiada en relación con sus eventuales contrincantes – difícil de enfrentar, aunque su transcurrir en la vida política activa esté matizado por una ligera timidez, y su activismo político, relativamente reciente, lleva a pensar que no es la política típica. Es una profesional, trabajadora, con un historial familiar de mucho arraigo en la región del Cibao, por su padre Rafael Leocadio Peña Guillén, quien fuera un dirigente del PRD de peso y trayectoria, que ella podría recrear.

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que ha sido la más activa de las vicepresidencias de nuestra joven democracia.

Sus cuatro años en la primera gestión del Gobierno del presidente Luis Abinader, y estos meses de reelegidos, le han permitido foguearse en una praxis política activa y compleja, que le lleva a descubrir las mieles del poder, siendo una de las vicepresidencias que más funciones y responsabilidades ha desempeñado. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que ha sido la más activa de las vicepresidencias de nuestra joven democracia.

En caso de querer hacer realidad su sueño, la vicepresidenta anunciaría sus pretensiones oficialmente en los meses por venir, para ponerse al diapasón con sus compañeros aspirantes, aunque faltan algunos días para el 2028. Mientras tanto, ciertos candidatos impacientes van a tener que acomodarse en este escenario de pretensiones y sueños presidenciales, donde resuenan los poemas de Pedro Calderón de la Barca, que decía en su obra “La vida es sueño”, cómo en la vida las fronteras entre sueño y realidad, realidad y ficción convergen: “Sueña que la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

En una cruenta realidad de inesperados eventos sociopolíticos donde, como en los versos de Calderón de la Barca, la realidad se mezcla con la ficción permanentemente.

Amanda Castillo

Antropóloga

Investigadora social, especialista en Estudios Latinoamericanos y Caribeños, con trabajos sobre migración, reforma del Estado y violencia. Doctorado en Antropología - Universidad de la Sorbonne (Paris, FR). Profesora en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).

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