En su obra Antígonas, George Steiner (2000), ha descubierto que en la base psicológica, mitológica y confluyente de un tipo teatral y caracterial, existe una dialéctica del movimiento que en muchos casos puede generar un complejo de descendencia y permanencia. El mismo es un complejo, moviliza y traduce la sustancia misma del tipo psicológico y teatral.

Las inversiones o versiones actorales, dramatúrgicas y escénicas de un tipo teatral permiten observar que en cada detalle de interioridad o exterioridad del personaje o en un conflicto diseminado en el tramo de la obra, existe un flujo ontológico a través del cual se va conformando un nivel abierto de respuesta que, como dicen G. Deleuze y F. Guattari construye una “meseta”. Esta última, entendida como capa, soporte, inseminación o diseminación tipológica, articula aquellos estados de mundo y soporte de la interacción y la interpretación de estructuras dimensionales del lenguaje del inconsciente.

En el análisis al psiconalista Felix Guattari se precisa que el dramaturgo se convierte en mediador, personaje y espectador dentro de su propio estilo escritural. (Fuente externa).

En efecto, la condición de personajes que se observan o advierten en una Obra, permite percibir o extender el sentido del rol, como acción monológica, extensiva y organismo actancial. La Obra solicita una redefinición de modos de ver y activar el tejido interno y externo de la teatralidad. Esto se debe a que los esquemas actuales de trabajo del dramaturgo, el director y el actor pronuncian una síntesis disposicional y psicológica, donde lo que se reconoce como escenario y origen es el ámbito espectral del surgimiento, y sobre todo de aquello que como cruce, entrecruce o nivel de líneas interiores y exteriores, participa en el universo mismo de la representación teatral, tal como se puede observar en autores como Beckett, Genet, Artaud, Adamov, Rodolfo Usigli, Vicente Leñero, Nicos Kazantzakis, Manuel de Padrolo, y otros.

Existe una dialéctica del movimiento que moviliza y traduce la sustancia del tipo psicológico y teatral

Desde luego, la línea poliestratificada, instruida desde la posibilidad de articular las acciones y metas de un contexto teatral, converge en una línea adoptada y adaptada, donde la representación o puesta en escena, se puede reconocer y materializar en un orden direccional, o, por el contrario, se puede crear en la misma una bifurcación o desencuentro de acciones fundamentales de la Obra.

La representación escénica puede bifurcarse en desencuentros que revelan tensiones fundamentales. (Fuente externa).

Por supuesto, la dialéctica escénica surgente de las acciones mismas de la Obra incide en un marco de realización que supone un tiempo intencional, real e imaginario, en un espacio abierto y verosímil en un contexto imaginario teatral y conceptual. Todo este marco obedece a una lógica propia del espectáculo, cuyos niveles de representación conducen a una recepción y una particularización del espectador en la Obra.

Cada conflicto escénico genera un flujo ontológico que construye una meseta de interpretación

Así las cosas, el dramaturgo será aquí un mediador responsable de la escritura, pero sobre todo y en este caso, él mismo será recorrida como personaje y como tipo subyacente que participa de la experiencia posible del espectáculo teatral. Tendrá que ser, por lo tanto, actor, director y público al mismo tiempo en el espacio de su estilo escritural. Todo lo cual implica una concepción del teatro constituido como suma de ejes posibles o núcleos orientacionales dentro de la representación. La teatralidad sugiere, entonces, una dialéctica de lo viviente, lo imaginario y lo escénico, lo que se supone el movimiento mismo de un esquizoanálisis general y particular del teatro como institución (ver, en tal sentido Félix Guattari; La revolución molecular, Ed. Errata naturae, Madrid, 2007); ver, también, Félix Guattari: Cartografías esquizoanalíticas, Eds. Manantial, Buenos Aires, 1989.

Odalís G. Pérez

Escritor

Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua

Ver más