Se comprende: queremos estar ahí, subrayar algún “aquí”, lo que sea, aún en lo más mínimo.
Lo contaba David Alfaro Siqueiros sobre la pintura “George Gershwin en un Salón de Conciertos", realizada en 1936, por encargo del gran compositor y pianista norteamericano. Al entregar el encargo, Gershwin se puso a revisarlo, advirtiendo que el pintor no estaba dentro del público. “Y por qué no te pintas”, le reclamó. Días después, Siqueiros se hacía un autorretrato y lo colocaba en el extremo izquierdo de la primera fila.
Sean velas de cumpleaños o mortuorias, queremos ser parte de ese reflejo. Ahora que las saetas del dolor expanden sus ritmos, estamos entre las víctimas del JetSet y la partida de Mario Vargas Llosa. La tribu responde. ¡Yo también sacaré en su momento mi libro autografiado! Dicho martianamente: "Yo sacaré lo que en el pecho tengo".
Lo que es evidente, también se convierte en una pregunta de rutina: ¿podríamos vivir al margen de las corrientes? ¿Reaccionar antes que accionar? ¿Pensar en la actualidad de lo inactual? ¿Esperar los grandes micrófonos y amplificadores antes que esa palabra dicha para una sola persona y sin registros sonoros o visuales?
La materia se ejerce también sobre sus sombras. Nunca el objeto consiste de su “su sí mismo”. El ser se conforma a partir de los reflejos que proyecta. Desde Panofsky hasta Junichiro Tanizaki, pasando por Buber, Ramón Andrés y Rafael Argullol, nos enteramos de la consistencia de la sombra, el umbral, la resonancia.
De todos modos, siempre todos, al fondo, con este “lo que sea”, que será eso: resignación, constancia, monumento, firma al portador, revelación de eso tan inconsistente que nos define.
Compartir esta nota