En los países como el nuestro el verdadero desafío no es solo elegir a quienes nos gobiernan, sino cultivar una cultura política y ciudadana que ponga al país por encima de cualquier interés partidista.
Un país solo avanza cuando la voluntad colectiva se enfoca en el progreso y no en aprovechar los errores del gobierno de turno para que otro partido ascienda al poder. En demasiadas ocasiones, nuestras fuerzas políticas parecen olvidar que el bien común debe estar por encima de la conveniencia electoral.
Cuando se gobierna pensando en “cómo debilitar al contrario” en lugar de “cómo fortalecer a la nación”, lo que se debilita no es un partido, sino el propio país. Y, lamentablemente, muchas veces la oposición prefiere que las cosas salgan mal para así presentarse como la alternativa, sin reparar en que esa “mala gestión” implica pérdida de oportunidades, estancamiento económico y retroceso social.
Pero el problema no se limita a quienes ocupan un cargo o aspiran a él. La educación de la población es clave. Un pueblo con bajo nivel educativo es más vulnerable a la manipulación, a vender su voto por una funda de alimentos, unos pesos o promesas vacías.
La falta de educación alimenta la pobreza, y la pobreza, a su vez, facilita que se perpetúe este ciclo de dependencia política. Esto no es una acusación contra un gobierno específico, sino un patrón histórico que debemos romper.
La solución no es compleja en teoría, aunque sí exige voluntad en la práctica,
educar de forma real y profunda, no solo para formar mano de obra, sino para crear ciudadanos críticos, conscientes de su poder y responsabilidad, ejercer la política con visión de Estado, donde los proyectos que funcionan tengan continuidad, sin importar quién los inició, fomentar la transparencia y rendición de cuentas como una norma no negociable, promover una oposición constructiva, que fiscalice y proponga, en lugar de apostar al fracaso del país para lograr un triunfo electoral.
El verdadero patriotismo no se mide por discursos ni por banderas en campaña, sino por la capacidad de trabajar juntos, gobierno y oposición, para que lo bueno continúe y lo malo se corrija.
Es tiempo de entender que el éxito de un gobierno, cuando está bien orientado, no es un triunfo del partido que lo dirige, sino una victoria de todos. Nuestro compromiso, como ciudadanos y líderes, debe ser uno solo, que el país transite por el camino del desarrollo, la prosperidad y el bienestar colectivo. Solo así podremos romper el ciclo de pobreza, dependencia y atraso, y dar a las futuras generaciones la nación que merecen.
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