A veces se necesita una pausa para procesar internamente los diferentes desafíos de la vida, y en esa pausa escribir se puede tornar pesado. De ahí que lleve varias semanas sin escribir una sola línea. Pero ya he decidido dar play y continuar haciendo uso de mis manos, mente, corazón y laptop para regalarles un texto que viene del rumiar una y otra vez un tema que me toca bien de cerca por estos días que corren.

Hace poco, en una de las tantas misas a las que asistimos mi esposo y yo los sábados a las 6:00 pm, visualicé a un niño de unos 9 años sentado en el reclinatorio de un banco con unos cascos puestos, enchufados a una tablet, observando una película de animados de espalda al sacerdote que celebraba la eucaristía. Sus padres le acompañaban concentrados y participativos en la misa. A mí solo me viene una palabra a la cabeza cuando presencio este tipo de escenarios: “educación”. ¿A dónde se ha ido?

Cada día me preocupan más las nuevas generaciones. En el aula, como docente, lidio a diario con comportamientos que carecen de una buena conducta. Y lo peor del caso es que, por mucho que un maestro se esfuerce en la escuela para trabajar y mejorar el comportamiento de un alumno, si en el hogar no existe el mismo trabajo, es de menor alcance el resultado. Vivimos en un momento de la historia en el que el docente debe, antes de corregir a un estudiante, pensarlo 7 veces y decidir si está dispuesto a enfrentarse al padre o madre de ese niño, niña, adolescente, joven que se pondrá un par de guantes de boxeo para llevar al ring a dicho profesor.

Educar, al final, no es tarea exclusiva de la escuela ni de los docentes; es un compromiso compartido.

Cuando yo era estudiante, en mi casa me enseñaron a respetar a mis maestros y quererlos; ahora el maestro es el enemigo del alumno y, tristemente, cuando se percibe a un maestro así, no hay disposición para el aprendizaje. Las pantallas digitales están haciendo daño al ser humano, porque estamos permitiendo que la tecnología nos dirija la vida, cuando debería ser al revés. He conversado con otros amigos docentes y me manifiestan el mismo sentir, coincidimos en que resulta agobiante y emocionalmente desgastante permanecer en un aula donde tienes que regañar veinte veces al mismo estudiante. Ese que se la pasa con sueño en cada clase porque se pasó la madrugada jugando en su celular y mamá y papá no se dan cuenta de eso.

La pregunta que me hago con frecuencia es: ¿qué futuro estamos construyendo con esta forma de criar y educar? Los niños y jóvenes de hoy no son culpables de sus carencias; simplemente están reproduciendo lo que reciben en casa y en la sociedad. La ausencia de límites, la falta de acompañamiento en el uso de la tecnología y la carencia de diálogo familiar están creando generaciones desconectadas de la realidad y cada vez más incapaces de valorar lo esencial.

No se trata de eliminar la tecnología, porque sin duda puede ser una herramienta maravillosa para aprender, comunicar y crecer. Pero todo depende de cómo y para qué se use. Cuando dejamos que sustituya el encuentro humano, el silencio interior, la reflexión o incluso la espiritualidad, estamos perdiendo mucho más de lo que ganamos.

Educar, al final, no es tarea exclusiva de la escuela ni de los docentes; es un compromiso compartido. Padres, madres, maestros y la sociedad en general tenemos que remar en la misma dirección. Educar es enseñar a escuchar, a respetar, a discernir y también a decir “no” cuando corresponde. De lo contrario, seguiremos viendo niños de espaldas a la vida, a la fe y a sus propias posibilidades.

Tal vez el desafío de nuestra época no sea únicamente enseñar matemáticas, ciencias o letras, sino volver a enseñar a vivir. Y ahí es donde todos estamos llamados a recuperar el sentido profundo de la palabra educación.

Ana Margarita Pérez Salceda

Contable

Mi nombre es Ana Margarita Pérez Salceda, licenciada en Contabilidad y Finanzas. Cubana. Soy corresponsal del noticiero nacional de la red meridiana de emisoras Católicas de Santo Domingo, en el segmento de las culturales. Trabajo en la Unión Dominicana de Emisoras Católicas en el área de creación de contenidos.

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