Hay magia y realismo en «El libro de las maravillas», magia como quien dice a borbotones, cosas maravillosas a granel junto a muy minuciosas descripciones realistas. Hay realismo y magia y cosas mágicas y realistas, hay un sinfín de historias que subvierten la imaginación. Lo real va casi siempre de la mano con lo maravilloso:
«Cuando el Gran Khan se encuentra en su gran salón listo para comer, sentado frente a su mesa, que está mucho más arriba que las de todos los demás, y las copas de oro están puestas como a diez pasos de donde está el rey, llenas de vino, leche y otras bebidas deliciosas, los hechiceros y encantadores hacen que estas copas vuelen por el aire hasta la mesa del Gran Khan, y lo hacen así para que nadie más las toque.
»Cuando el rey ha terminado de beber, las copas vuelven una vez más a su sitio, y todo esto sucede frente a diez mil testigos, pues el Gran Khan quiere que vean estos prodigios. Y todo esto es verdadero, sin ninguna mentira, como lo he relatado».
A pesar de que Marco Polo sucumbe muy a menudo a la fantasía y la superchería, y a pesar de su mentalidad y prejuicios medioevales, son muy valiosas sus descripciones de las culturas y pueblos de Asia Central, la China y la India y otras regiones. Pocas cosas escapan a su escrutinio, a su insaciable curiosidad. Marco Polo da cuenta, con lujo de detalles, de la organización política y social del vasto imperio mongol, se explaya, asimismo, en la explicación de técnicas agrícolas, estrategias militares, en la forma de vida de muchos pueblos, su alimentación y cultura, la forma en que se organizan y viven, sin olvidar los curiosos y a veces chocantes hábitos sexuales y de higiene y limpieza.
«Viven de carne, leche y caza. Comen ratas de faraón, de las que abundan en las llanuras y por doquier. Comen indistintamente carne de caballo y de perro, es decir, toda clase de carne, y beben de la leche de yegua».
Marco Polo admiraba en muchos aspectos a los mongoles y admiraba incluso a Gengis Kan, el fundador del más grande imperio continuo de la historia, con treinta y tres millones de kilómetros cuadrados. El mundo quedaría asombrado al leer en el llamado libro de las maravillas cosas como las que siguen:
«Y cuando le eligieron rey, todos los tártaros del mundo que se hallaban desparramados en países extranjeros se llegaron a él y le aclamaron como gran señor. Y Gengis Khan mantenía su autoridad franca y llanamente. Los tártaros acudieron numerosísimos, y cuando Gengis Khan vio que había tal multitud, se calzó las espuelas, se armó de arco y coraza y fue a la conquista de otras partes del reino. Y conquistaron ocho jornadas de tierra. Pero como con los vencidos usaba de clemencia y no les hacía daño alguno, se sumaban a sus huestes y proseguían la conquista de otros pueblos».
En mayor medida que a Gengis Kang admiraba a Kublai, el monarca al que sirvió durante diecisiete años:
«Os quiero relatar en nuestro libro todas las grandes proezas y maravillas del Gran Khan que reina en la actualidad, llamado Cublai, que en nuestro idioma quiere decir el señor de los señores. Y lleva ese título justificadamente, pues es sabido de todos que es el hombre más poderoso en tierras, huestes y tesoros que jamás haya existido desde Adán, nuestro primer padre, hasta nuestros días».
Una de las cosas que causó mayor estupefacción e incredulidad fue la descripción de ciudades tan grandes y fastuosas que los europeos no concebían que pudieran existir:
«La ciudad de Cambaluc (actual Pekín), donde se levanta el hermoso palacio de Kublai Khan, se encuentra a la orilla de un gran río en la provincia de Catai, y antiguamente fue famosa y quiere decir en nuestra lengua “La ciudad del señor”. A Cambaluc llegan tantas y tan maravillosas mercancías que superan en volumen a cualquier ciudad del mundo entero: allí llegan piedras preciosas, perlas, seda y preciosas especias en incalculable abundancia desde la India, Mangi, Catai y otras regiones lejanas. Está situada en un lugar óptimo y se puede llegar allí desde todas las regiones con mucha facilidad, pues Cambaluc se encuentra en el centro de muchas provincias.
«De esta forma, según los cálculos que llevan a cabo los comerciantes de la tierra, no pasa un día en todo el año en que no lleguen allí mercaderes extranjeros con más de mil carretas cargadas de seda, pues en la ciudad de Cambaluc se elaboran infinitos trabajos en oro y seda».
Resultaría también asombroso para los europeos enterarse de la existencia del papel moneda, que entre los mongoles era cosa corriente:
«Para fabricar la moneda el Gran Khan envía a unos hombres para traer la corteza de unos árboles que nosotros llamamos moreras y que en el lenguaje de ellos se llaman gelsus (…). De la corteza extraen la pulpa y la trituran y apelmazan como hojas de papel, parecidas al papel del algodón. Después las cortan en pedazos de diferentes tamaños, pedazos grandes y pequeños a modo de dineros y marcan en ellos diversas señales, según lo que ha de valer tal moneda».
La magnificencia del Kan, según Marco Polo, incluía medidas de protección a los desamparados:
“Todos los años el Kan despacha a sus fieles mensajeros e inspectores a todas las provincias de su reino, para indagar si algunos de sus súbditos perdieron sus cosecha aquel año, ya sea por causa de las langostas, las orugas, alguna sequía o una peste. Si alguna comarca o región ha sufrido una catástrofe, el Señor entonces les perdona los tributos que debían entregarle ese año y hace que se les lleve todo el grano que necesiten en cantidad suficiente para la comida y para que puedan sembrar de nuevo. Lo que demuestra la gran bondad con la que el Gran Señor trata a sus súbditos».
Otra cosa sorprendente era la protección de que disfrutaban los comerciantes y viajeros en algunos lugares:
«En todas las vías principales que atraviesan la provincia de Catai y las comarcas vecinas, por donde pasan los mercaderes, los mensajeros y otros caminantes, el rey ha ordenado plantar árboles a poca distancia unos de otros. Los ha mandado plantar de una especie de árboles muy fuertes y grandes, para que así su altura se pueda ver desde la distancia. De esta manera todos pueden reconocer los caminos, y no pierden la ruta ni de día ni de noche y tienen también sombra para descansar. Cuando el terreno es pedregoso y desierto, el Gran Señor ordena plantar señales y columnas que también marcan la senda».
Algo igualmente notable es que, personas como Marco Polo, que viajaban como embajadores o enviados del Kan, recibían una especie de pasaporte, un salvoconducto, una tablilla de oro llamada paiza o gerege, que otorgaba privilegios y ventajas y permitía reclamar alojamientos, bienes o servicios. Irrespetar sus exigencias era un delito grave, como se podía leer en la misma tablilla.
No todo es color de rosa, por supuesto. La leyes y la administración de justicia son duras en grado extremo y favorecen por supuesto a los ricos:
«Si roban un caballo les condenan a ser cortados por medio de una espada. Si el ladrón tiene con qué pagar, paga nueve veces el valor del objeto robado, y entonces es dejado en libertad».
Otra cosa, en verdad terrorífica, es lo que pasaba al morir un Kan: lo que sucedía a los infelices que tenían la mala suerte de encontrarse con el cortejo fúnebre y la manera desenfadada y distante con que lo cuenta Marco Polo:
«Sabed en verdad que todos los grandes señores que descienden de la dinastía de Gengis Khan son sepultados a su muerte en la montaña llamada Altai. Cuando mueren los grandes señores de los tártaros, aunque se hallen a cien jornadas de esta montaña, convienen en que les lleven allí. Y es gran maravilla que cuando el cuerpo de estos señores es llevado a esta montaña —aunque esté a cuarenta días de distancia—, todos los hombres que encuentra el cortejo fúnebre a su paso son pasados por las armas y atravesados por una espada por los que conducen el cadáver, que les dicen: «Id a servir a vuestro señor al otro mundo», pues creen firmemente que el que así muere irá al lugar de la bienaventuranza a servir a su señor. Y la misma suerte corren los caballos: cuando muere el gran señor, sus mejores caballos son sacrificados para que vayan a servirle al otro mundo. Y sabed que cuando finó Mongu-Khan, más de 20.000 hombres murieron hallándose al paso del cuerpo que llevaban a la sepultura».
No es fácil determinar si la larga estadía de la familia Polo en oriente fue del todo voluntaria, pero fue sin duda fructífera. Lo cierto es que regresaron justo a tiempo, cuando el Kan envejecía, después de mucho negociar el permiso de salida.
Independientemente de la veracidad de los relatos de Marco Polo, lo cierto es que su libro ensanchó un poco el mundo, abrió las mentes, convenció a los habitantes de la minúscula península europea de que más allá había civilizaciones y había cultura y que no necesariamente eran inferiores, sino diferentes. Uno de los casos en que la literatura abrió mentes y abrió paso por caminos insospechados.
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