Pienso en esa fórmula de amistad, bondad, creatividad, pensamiento, soberanía, consistencia: es la imagen de Rafael Emilio Yunén.
Son muchos los ingredientes de ese inevitable mix al que aspiras. La gente así es escasísima. Puedes encontrar un genio que sea un lacayo, un bondadoso para nada y que al mismo tiempo es buenísima persona. La viña, oh la viña del Señor donde hay de todo.
Rafael Emilio, o a REY, como lo llamamos sus más cercanos, es de esos a quienes dejas añales sin ver pero que cuando vuelven hay la misma alegría, curiosidad. No sabrás en qué empresa REY andará, pero sabrás que hay ideas claras, innovativas, flores que se cultivan sin que un flash las refrende en el universo, estarán ahí, en ese aire de actor de los años 40 que a veces tiene. Yunén cultiva tanto la intimidad que ni siquiera tiene un Whatsapp y para conseguirlo por un celular hay que encomendarse a la Virgen de la Caridad.
Al intelectual cibaeño lo conocí por su obra “La Isla como es: hipótesis para su comprobación”, publicada en 1985. Finalizaba yo en esos años mis estudios de Sociología, y la aparición de esa obra fue todo un acontecimiento en el espacio bibliográfico nacional. Desde el lado vecino de la Geografía nos veían una serie de valiosísimas reflexiones en torno a cómo se armaba el espacio social de la Isla de Santo Domingo. Desde los tiempos de Price Mars, de Emilio Cordero Michel y de Franklin Franco, no veíamos un trabajo con semejante enfoque.
Hasta el 2000 Rey fue un exitoso docente en la Universidad Católica Madre y Maestra en Santiago de los Caballeros. Dentro de sus muchas facetas como docente, investigador y funcionario, hay que subrayar sus aportes en la histórica revista Eme y Eme. En ese año nos conocimos, forjando desde entonces una muy importante amistad, al menos para mí. Encontré no sólo al sabio, sino al sabio en plano compartir conocimientos, visiones, sin la menor necesidad de que el vecino sentado al lado del bar se entere hasta de nuestra presencia, lo cual es un exceso pedir en nuestro medio.
Descubrí que Rafael Emilio puede llegar a cualquier ambiente y diluirse como dos bloques de hielo en una Cola caliente. Gusta de pasear, conversar con tono y dinámica como si presentara sus secretos, apelando a la eficacia de las palabras, oyéndote, permitiéndote que te expreses, y sin esa obsesión tan nuestra de siempre tener la razón. Aunque no sé si él dominará aquellas máximas de Max Weber en torno a los valores de hecho y los de pensamiento, lo suyo es igualmente saber diseccionar el objeto en cuestión, moverlo, experimentarlo, para encontrar las mejores opciones. Así levantó el Centro León, y así también ha asesorado múltiples proyectos empresariales, culturales, artísticos, que de todo hay en la villa del Señor.
Yunén ha nadado en muchas aguas: en la Academia y en la Prensa, en el sector empresarias, en unos medios digitales en los que él podría ser como un manatí, una especie en extensión.
Siguiendo la estela moral e intelectual de un Américo Lugo, ha sabido no mancharse. Ese es un gran logro: no tenerle que caerle atrás al candidatico de turno, al funcionarito tal, al millonario aquel, para lograr “algo”. Si lo vemos desde el lado económico, Rafael Emilio nunca te hablará de mayores apetencias que nos sean las de esperar las seis o siete y en un after work, tomarse algún vaso de Whiskey mientras conversa en ese cibaeño suyo tan auténtico, el mismo con el que hablaba Vitico Víctor y todavía te saca Johnny Bonnely y a veces, cuando le da la gana, Orlando Minicucci.
Pero el cibaeño de Rafael Emilio es tranquilo. Él no anda en el hipolitismo, en ese “compay” tan rechinante y a veces caricaturesco, para decirte “estoy aquí”. El estilo es el hombre, decía alguien a quien no recuerdo. (Le tendré que preguntar a Fausto). Hablo del “cibaeño” porque es como el postre de esos amigos, la marca de calidad y autenticidad, el estar consciente y ser consecuentes con su pensamiento.
Pero ya, dejemos que estas líneas sobre Rafael Emilio Yunén vayan concluyendo, en medio de la evocación de tantas fantasmas, uno de ellos, el tan querido, Iván Araque, todo un expediente extraviado en el “Wild World” de Cat Stevens.
Sigamos disfrutando la presencia, la calidez de Rafael Emilio Yunén, ya sea en sus predios patriarcales de Santiago o mejor, ojalá, en cualquier bar berlinés, tal vez donde podría reflejar todos esos soles internos que por allá se le complican.
¡Salud, REY!
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