Desde República Dominicana no se es muy consciente de las dificultades que enfrenta la clase política francesa en estos momentos. Se siguen produciendo películas, exportando vinos, artículos de lujo y productos industriales como automóviles o portaviones. Sin embargo, en el terreno político hay una gran volatilidad de primeros ministros.  En los últimos doce meses han desfilado por ese despacho un total de cuatro titulares: Gabriel Attal, Michel Barnier, François Bayrou y Sébastien Lecornu (que a la fecha de hoy es el de menor duración en el puesto: 27 días antes de renunciar).

¿Por qué le ha resultado tan difícil a cada uno de estos hombres mantenerse en esas funciones? Porque ninguna opción (ideológica o de personalidad), resulta suficientemente atractiva ni para los votantes ni, sobre todo, para la Asamblea Nacional, que es el cuerpo que valida las decisiones del primer ministro.

El problema empezó durante el primer mandato de Macron, quien representaba una opción “media” entre todas las alternativas. El hombre fue elegido por un desempeño anterior notable. Había sido ministro en un gobierno socialista, que indica preocupación por el bienestar de la sociedad, pero había estado a cargo de Economía, Industria y Tecnología Numérica, un puesto que implica la conciencia sobre la necesidad de producir el dinero que financiará este bienestar; era joven, pero amante de los clásicos (la esposa había sido profesora de literatura); tenía gran interés en la dimensión europea e internacionalista de Francia, pero aceptaba regionalismos y apegos a los terruños natales.  Al menos en sus primeros tiempos, parecía representar el equilibrio, el balance entre los extremos. No era ni muy, muy, ni tan, tan.

El problema ha sido que, a nivel práctico, lo que ha resultado es que ninguna persona o grupo parece sentirse suficientemente representado y los distintos grupos en la asamblea no se llegan a poner de acuerdo para apoyar una línea definida.  Todos, empezando por la prensa, empezaron a expresar descontento e insatisfacción, culminando en la larguísima oposición en forma de manifestantes en chalecos amarillos que pasaron más de un año bloqueando el transporte en autopistas, práctica que solo fue interrumpida por la llegada del coronavirus.

Después de una gestión de la pandemia que fue calificada como sensata, vinieron elecciones presidenciales y ahí, más que realizar una opción “preferencial” el pueblo votó por “el que se rechazaba menos”. Se pasó de “equilibrio” a “menos malo”. En los tres años subsiguientes la insatisfacción interna no ha hecho más que crecer.  Y los mandatos de los primeros ministros se han hecho cada vez más cortos.

Una pena, porque en política exterior el manejo del país ha sido muy bueno. Durante la primera presidencia de Trump, Macron fue el mandatario europeo que mejor relación mantuvo con el jefe de estado norteamericano. El manejo de la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea también fue muy bien valorado, máxime teniendo en cuenta que fue en esos meses que Rusia invadió Ucrania. La actual postura frente a la situación en el Medio Oriente ha sido calificada como sensata y, aunque otros actores se consideren artífices del descenso en el clima de confrontación en Gaza, es indudable que Francia contribuyó lo suyo. Pena que a lo interno no haya la mitad del éxito del que se exhibe “de puertas hacia afuera”.  En pocas horas se anunciará quién será la próxima persona en ocupar el puesto de primer ministro. Le deseamos suerte.

Jeanne Marion Landais

psicóloga y escritora

Jeanne Marion-Landais cuenta con una experiencia profesional importante en el mundo financiero y diplomático. Ha vivido en Estados Unidos, Francia y República Dominicana y su mirada al mundo está permeada por sus vivencias en estos países. A título voluntario colabora desde el 2014 con El Arca, asociación en torno a la discapacidad intelectual. Es madre de dos hijos.

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