Nuestras últimas dos entregas a través de este medio las hemos dedicado a la hipersexualización de la vida y su impacto en la niñez y la juventud. Hemos recibido muchos comentarios acerca de la importancia del tema y alentándonos a seguir profundizando en el mismo.

Esta vez quiero dar un giro al tema y por eso el título de esta entrega: Por una niñez sana emocional y culturalmente. ¿Cómo alcanzar tal propósito? ¿Cómo poder enfrentar una cultura generalizada en que todo es posible y en que los límites morales son cada vez más relativos?

Una época como la que vivimos en que los modos de vida y sus límites morales están predeterminados por el mercado y su ley de demanda y oferta, quizás hablar y argumentar sobre el tema en cuestión es una ilusión, una suerte de deseo imposible de materializarse.

La relativización de estos límites morales y éticos para la vida en sociedad, nos han ido colocando ante un drama en que el valor de la vida, su sentido y significado, se ve afectado de manera notable, conduciéndonos hacia una especia de barbarie colectiva y hasta la pérdida del valor a la vida y al ser humano mismo.

En aras de una libertad sin límites nos hemos ido colocando ante un abismo del cual no somos capaces aún imaginar su profundidad y mucho menos, hacia dónde esto nos conduce, hacia cuales profundidades abismales iremos a parar. Si la niñez, etapa de la vida que nos convoca al cuidado extremo, pierde valor, qué será de las posteriores.

Quienes estudiamos el comportamiento humano reconocemos la importancia que tiene una vida sana en los primeros años. No por una suerte de determinación total, sino porque en ella aprendemos a valorarnos y valorar a los demás, aprendemos a relacionarnos y desarrollar confianza en nosotros mismos.

La niñez nos convoca al cuidado, a los afectos profundos, a la ternura, a los sentimientos puros. Nos transporta a etapas pasadas, a experiencias vividas hace ya mucho tiempo. Nos recuerda la fragilidad de la vida. Nos retrotrae al amor materno y paterno.

Para su cuidado, no basta con enarbolar derechos, que los tienen, y dedicarnos a organizar foros y congresos nacionales e internacionales sobre el tema, como tampoco basta con que tengamos una ley de protección del menor, que no deja de ser importante, pero que ya habla del drama en que viven millones de niños y niñas.

La sociedad en general, como todas sus instituciones, principalmente la familia y la escuela, tienen que apostar hacia la construcción de una cultura generadora de actitudes y comportamientos de valorización y cuidado de la niñez, como condición necesaria para una vida social digna y centrada en el bienestar colectivo.

Es urgente colocar el tema de la niñez y todo lo relacionado con ella, en la conciencia ciudadana, como también en el marco de las políticas públicas y de los mecanismos necesarios para su cumplimiento. El estado debe jugar un rol de primer orden, impulsando iniciativas para asegurar protección y desarrollo pleno.

Las instituciones tanto públicas como privadas deben aunar esfuerzo en procura de cuidarla y protegerla, de incentivar actitudes y comportamientos sociales y culturales por una niñez sana; desarrollando campañas que enarbolen su importancia, como la responsabilidad de todos hacia su protección y cuidado.

Una campaña masiva a través de los medios de comunicación social como de las redes, debe generar en la sociedad el compromiso con la protección de la niñez y la responsabilidad de asegurar su bienestar y salud integral. Las acciones de personas u organizaciones que atenten en su contra deben recibir sanciones ejemplares.

El estado tiene la obligación de promover esas iniciativas, creando los mecanismos legales e institucionales necesarios, aportando todos los recursos que sean necesarios que garanticen la ejecución, supervisión, evaluación y mejora continua de los programas.

En los primeros grados de la escuela y a partir de una pedagogía centrada en la ternura y en la comunicación, formar e incorporar a docentes con actitudes favorables hacia la niñez, y con todas las competencias necesarias para hacer que en esa etapa de la vida florezcan todas las inteligencias múltiples.

Tanto en los centros educativos, públicos y privados, como en las universidades, incentivar el desarrollo de propuestas novedosas acerca de la protección y aseguramiento del bienestar socio-emocional de la infancia, ofreciéndoles incentivos y reconocimiento público en actividades y foros organizadas para dicho propósito.

Así mismo, promover programas de investigación sobre los factores de riesgos y protección de la infancia en las instituciones de educación superior, financiándolas y asegurando la publicación de dichos estudios como su presentación en foros nacionales e internacionales, para el desarrollo de las políticas públicas.

Nuestros niños y niñas se merecen mucho más de lo que hasta ahora les ofrecemos, pues serán ellos quienes mañana podrán hacer posible el país que soñamos y queremos todos. Hacer de esta pequeña isla, situada en el mismo trayecto del sol, un rincón de bienestar y felicidad del mundo.

Francisco Tonucci desarrolló y promovió hace ya varios años el proyecto “La Ciudad de las niñas y los niños”, en el que proponía “escuchar a los niños, pedirles su perspectiva como oír sus denuncias y propuestas, permitiendo que la política pública se impregne de la singularidad y potencia del pensamiento de los niños”.

Se trata de poner a los niños en el centro de las decisiones de las políticas de la ciudad, y con ello crear una ciudad para todos y todas. Como la ciudad de Fano del cual es oriundo Tonucci, otras ciudades italianas como Palermo, Pésaro, Arezzo, San Giorgio y otras ciudades se han unido a ese proyecto, generando otras maneras de vivir la vida.

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