Asistimos a un fenómeno a escala internacional que incide en la vida de todos nosotros, se trata de la hipersexualización de la vida cotidiana. La publicidad a través de todos los medios nos arrastra continuamente hacia la exaltación de la sexualidad genitalizada, como forma de colocar en nuestra estructura mental lo que se proponga.

Como fenómeno psicosocial consiste en la exaltación de los atributos sexuales de una persona por encima de otras cualidades. De esa manera, hombres y mujeres se exhiben mostrando dichos atributos y de esa manera nos venden ropa interior, perfumes, bebidas de todo tipo y hasta ruedas de vehículos.

Esto último, incluso, no es nuevo. Los que peinamos canas recordaremos muy bien qué adornaban las paredes de los zapateros, gomeros y otros muchos establecimientos de presencia principalmente masculina, en la cual se exhibían aquellos anuncios y calendarios de hermosas y voluptuosas mujeres, generalmente, (rubias).

Esta tendencia no ha tenido reparos en incluir en su exposición sin tapujos a la niñez posando con ropas y expresiones sexualizadas adultas. Su normalización es tal, que a muchas personas incluso, les parece hasta gracioso. Es más, solo hay que ver en las tiendas y plazas, como en las escuelas y familias, esta exhibición carnal de la niñez.

Con la irrupción de las redes sociales, en que hay mucho menos reglas que en los otros medios, el problema llega a situaciones un tanto más explícitas, sobre todo en la adolescencia y juventud temprana, que hacen de su cuerpo mercancía en exhibición y exposición para la venta visual y otras menos santas.

Se dice que todo este proceso nace con la llamada “revolución sexual” de los años 60 en que el deseo y la necesidad de vivir la sexualidad de una forma libre, rompiendo con todos los códigos morales de la época, irrumpe en la sociedad de entonces y ha permanecido y profundizado en la de hoy.

Aquel famoso concierto o Festival de Música y Arte de Woodstock celebrado en agosto del año 1969 en Bethel, condado de Sullivan del estado de Nueva York, se constituyó entonces en la máxima expresión de este estilo de vida, en que la exposición de los cuerpos y la libre experiencia sexual se vivió a plena luz del día, como en la televisión y el cine.

Desde entonces, no hay reparo alguno en la publicidad, la música como en el cine, en los desfiles de moda, en la expresión estética, como en la televisión. La sexualidad – genitalidad vende y lo hace de manera muy cara. No importa a qué costo se haga respecto a la dignidad de las personas, pero de manera muy especial, de la mujer.

Incluso en algo tan alejado aparentemente de esta cuestión, como lo es el deporte, la ropa deportiva sobre todo en el caso de las mujeres adquiere una notable característica de exposición de la genitalidad femenina y con ello, por supuesto, la sexualidad y la seducción. Así, no solo se disfruta del juego, sino de todo aquel escaparate ceñido de exhibición corporal.

La seducción sexual se promueve, implícita o explícitamente, sobre todo de la mujer hacia el varón. Si bien también los varones se ven sometidos a estos cánones de la vida sexual y la seducción, el problema estructural y hegemónico se produce en la mujer, donde alcanza las cotas mayores.

A propósito, Susan Sontag, famosa novelista, ensayista y filósofa norteamericana, pero además profesora universitaria, directora de cine y guionista ante tal situación llegó a decir en 1975, “no solo se trata de desear ser bella, sino sentir la obligación de serlo”. Por supuesto, con todo lo que ello significa.

Esta normalización de la sexualidad explícita traspasó las paredes de la familia y la escuela, que sin necesariamente proponérselo lo ha permitido y alentado en veladas, fiestas y actos escolares, en que los niños y las niñas, sobre todo estas últimas, hacen gala de contoneos pélvicos y de caderas de forma característica, provocando sonrisas en los adultos.

Las redes sociales han incentivado y traspasado los límites de unos mínimos morales incluso, conduciendo hacia una hipersexualización de niñas y jóvenes que, por supuesto, mientras más likes reciben, más le promueve en ella la normalización de su exposición sexual a través de la imágenes y mensajes que a diario se aprecian en las mismas.

Así, acudimos a un imaginario colectivo en que el hombre, principalmente y no exclusivamente, ve a la mujer a la orden de sus deseos. Sin que fuera este el único factor, pero sí un contexto favorecedor, vemos como la edad de iniciación sexual de las niñas se acorta y con ello, por supuesto, una mayor incidencia del embarazo adolescente.

La pregunta obligada: ¿Qué hacer y cómo enfrentar esta realidad de la que todos somos parte incluso?, no es fácil de responder. Hay una responsabilidad moral y ética que va más allá de contar con un código de ética escolar, pues se trata de educar en la afectividad y los sentimientos, desarrollando actitudes de protección y límites desde la infancia.

Acompañar a las y jóvenes adolescentes a desarrollar su proyecto de vida en que su integralidad como ser humano particular y solidario sea el núcleo central de sus propósitos y metas en la vida. Que sean capaces de ir prefigurando a una persona laboriosa, conocedor de deberes y derechos, que tiene desafíos, pero igualmente respuestas a los mismos.

Una educación centrada en aprender a conocer, aprender a aprender, aprender a vivir juntos y, sobre todo, aprender a ser, como hace tiempo nos planteó Delors en su libro “La Educación encierra un tesoro”. El objeto de la educación no es el currículo, ni su cumplimiento, son los niños, niñas y jóvenes que acuden a la escuela a aprender a ser personas.