“La democracia es un conjunto de reglas que permiten tomar decisiones colectivas, vale decir, decisiones que se refieren a toda una colectividad, con el mayor consenso posible de las personas a las que estas decisiones se aplicarán”. (Norberto Bobbio).

Nos encontramos en un difícil tránsito paradojal, en una especie de ritmo de contraste. Por un lado, vemos una erosión de la democracia a través de un populismo de derecha, encendido en la xenofobia, en las migraciones, y por el otro lado, la búsqueda del equilibrio de la democracia en el encuentro de la dimensión policéntrica, del pluralismo necesario. Allí donde se exige más y mejor democracia, mayor grado de participación y concertación.

Hoy, la democracia exige el encuentro de la diversidad, de la diferencia, al tiempo que reivindica con tesón la tolerancia para alejar, lo más posible, el poder centrífugo que se puede fraguar en todo bloque de poder, cuando las relaciones de poder se potencializan en el ala del fuego centrípeto de la sociedad. Es decir, cuando en el bloque de poder dominante, matizado en el actor estratégico clave de la sociedad de mercado, el poder fáctico, empresarial, ya no se recrea en el horizonte invisible del poder, sino en el Estado visible.

La democracia se hace visible, más allá de la ideología, a través de las políticas públicas de un gobierno y del aire de largo alcance con las políticas de Estado que trascienden gobiernos y a menudo, con un compás cardíaco de largo tiempo. Las políticas públicas conducen de manera inapelable a orientarnos como un instrumento de acción. Nos llevan a situarnos en la caracterización del presente, vale decir, cuál es la situación actual y cuál es la situación deseable, futura.

Si la inteligencia es la lucidez de la razón, las políticas públicas constituyen la génesis de ella, pues significan la expresión del trabajo del ser humano en las relaciones de cooperación. Allí donde el trabajo en equipo, la empatía, la sinergia y la comunicación asertiva se ponen de relieve para construir un esfuerzo colectivo en aras de ser mejores, logrando así más eficiencia, más eficacia y más calidad.

Porque una adecuada política pública, deviene, deriva, como una consecuencia de un diagnóstico que tiene como epicentro una investigación, un análisis, en la búsqueda de soluciones de un problema, de una necesidad o una oportunidad. De ahí que ella en sí misma se puede definir como una “acción del gobierno para resolver una necesidad de la sociedad, de una comunidad. Es un proyecto que un Estado diseña y gestiona a través de un gobierno para satisfacer las necesidades de la sociedad”.

Para Jorge Iván Cuervo Restituyo “las políticas públicas son una caja de herramientas que puede usarse para mejorar la acción del Estado e incrementar los márgenes de bienestar y de cohesión de la sociedad”. Mientras que según Salazar Vargas “es el conjunto de decisiones y acciones del régimen político frente a situaciones socialmente problemáticas y que busca la resolución de las mismas”.

Toda política pública se logra articular merced al encuentro de actores: políticos, sociales y comunidades (territorios). Quiénes serán los gestores, a través de cuáles procesos, cómo diseñaremos la planificación, qué constituye la ratio de la anticipación, del esfuerzo de la imaginación, del aquí hacia el mañana, de lo que tenemos que hay que mutar, que hay que transformar de manera proactiva.

En los hacedores de políticas públicas no puede haber gente con mentalidad psicorrígida, con parálisis paradigmática, tienen que ser personas con mentalidad de abundancia, con apertura mental, pues las políticas públicas tienen que ser dinámicas, renovables, en función del contexto con visión y penetración de adaptables, flexibles y profundamente innovadoras. Una política pública significa martillar el ahora, por obstáculos o necesidades, para adentrarnos en el mañana, con clara perspectiva significativa.

Una política pública no es una política de Estado. Podríamos decir que la política de Estado la trasciende y la contiene. Una política se puede convertir en una política de Estado, sin embargo, el matiz diferenciador es el marco coyuntural y el estructural. Una política pública se puede agotar en un mismo gobierno, empero, la política de Estado, se bosqueja a más largo plazo, sin distinción de quienes administran el gobierno, ni quienes están bajo qué sombrillas ideológicas. Las políticas de Estado, conviene así decirlo, entrañan compromiso de nación, de país, a largo plazo. Constituyen el involucramiento de la nación en el concierto aglutinante de las generaciones y de las diferentes clases sociales.

Una política de Estado se puede definir como “un conjunto de acciones que forman parte de las estrategias centrales de un país. Son políticas que no varían a pesar del color partidista ideológico de cada gobierno. Es una visión de gobierno que se ocupa de incidir sobre el conjunto de la sociedad, en áreas sensibles y esenciales para el desarrollo y crecimiento”. Verbigracia: educación, salud, empleo, genero, medio ambiente, la seguridad ciudadana, las infraestructuras, etc., etc. Constituyen el valor estratégico singular, de especificidad y delimitación de largo plazo, en la sinergia de un proyecto colectivo. Es una guía de largo alcance. Allí donde existe una democracia de mediana intensidad democrática, existen políticas de Estado que son la fragua abrazadora del presente en una perspectiva conjugada de futuro.

En República Dominicana las políticas públicas, en su inmensa mayoría, parecerían que son acciones puntuales que no obedecen a una investigación, a un diagnóstico, a un proceso, en búsqueda de soluciones, de participación y concertación, con excepción del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo. Son políticas, más que públicas, personales de los funcionarios de turno. Son políticas descoloridas, desteñidas, que cambian sin explicaciones. No hay monitoreo ni evaluaciones.

La Estrategia Nacional de Desarrollo, que debió constituirse en una política de Estado, no ha llegado a ser ni siquiera una política pública. Nunca ha sido una Estrategia, pues a lo más que asistió fue a tener un conjunto de objetivos generales, objetivos específicos, indicadores y cuatro ejes claves, con tres Pactos: Educación, Eléctrico y Fiscal. Por ninguna parte, nada acerca del vehículo principal de una estrategia: el Cómo. Los tres pactos debieron constituirse en política de Estado, sin embargo, las elites políticas y empresariales no han comprendido el alcance de una política de Estado, de concertación nacional, que tiene como centro la nación. Allí, donde los intereses particulares y partidarios se orillan, se arrinconan, quedan subordinados, para dar paso, en un esfuerzo de sinergia colectiva, a aglutinar las mejores energías de un país.

En nuestro país, lastimosamente, no hay ni ha habido política de Estado, a lo sumo políticas de gobierno. Por ejemplo, ahora mismo, las elites deberían asumir una política de Estado con respecto a la Reforma Fiscal Integral, donde acudan todos los actores políticos, sociales y empresariales para cristalizar el necesario Pacto que debió llevarse a cabo desde el 2015. Ello implica un compromiso cierto de todos los actores. La verdadera carta de ruta, la realidad real hasta ahora, desde 1996 a la fecha, la única política de Estado que tenemos, por el tiempo dilatado y su concreción es “los famosos intercambios de disparos”, donde asesinan jóvenes, pobres. A lo largo de esos 28 años no he visto mutilar, asesinar a ningún rico-millonario, político, empresario, delincuente político, delincuentes de cuello blanco, mientras en la hipérbole grotesca y vil, aparecen cuasi diariamente los intercambios de disparos.

No tenemos política de Estado de nada, ni de Haití, ni de salud, ni de educación, ni del embarazo en las niñas y adolescentes, ni en la discriminación contra las mujeres en el empleo, ni en los feminicidios ni en las muertes de los accidentes de tránsito, ni en la seguridad ciudadana. Lo más que tenemos, que llegamos, en algunos casos, es a políticas públicas frágiles, endebles que en la mayoría adolecen de financiamiento, de los presupuestos necesarios.

Giovanny Sartori en su libro La Democracia, en el tema Democracia y Desarrollo, nos señala la relación entre democracia y mercado. Abunda “Está sobradamente demostrado que una democracia sin un sistema de mercado es poco vital.” Lo que más tenemos en nuestra sociedad, en las instituciones públicas, son la rutinización de las acciones, la subjetividad del hacer de los funcionarios. Joseph E. Stiglitz y Jay K. Rosengard, en su libro Sector Público, nos dicen los tipos de actividades del Estado “Producción, regulación, compra y redistribución”.

La ausencia de política de Estado resalta cuando encontramos que, tanto en los últimos ocho años de gobierno de Leonel como en los ocho de Danilo Medina, hubo cuatro ministros de Educación. Hubo un personaje, cuasi folclórico de la política dominicana, que fue Ministro de Trabajo, Ministro de Industria y Comercio y Ministro de Interior y Policía. Otro fue Ministro de Deportes, Ministro de Medio ambiente y Miembro de la Junta Monetaria. Muchos de ellos sin ser expertos, ni tener competencias técnicas en ninguna de las áreas citadas. Eso quiere decir que ayer como hoy, el Estado dominicano no tiene una burocracia profesional, adolece sensiblemente de una tecnocracia y de manera nodal, medular, carece ostensiblemente de hombres y mujeres de Estado.

Las políticas públicas y las políticas de Estado han de devenir en un necesario acuerdo para empujar el carro de la historia dominicana y para ello, debemos de terminar con la idea del eminente historiador Frank Moya Pons, quien en su libro La Explicación Histórica nos invita a “… encontrar respuesta a las preguntas que nos planteamos cada día…”. En este caso, ¿por qué no tenemos POLITICAS DE ESTADO?