La poesía, como la vida, es entendida y definida de muchas maneras por los “locos” al cuadrado y los “cuerdos” al “sucubo”. La vida, con una y mil definiciones a cuesta desde hace siglos, es una práctica aérobica que va desde la contemplación hasta la aventura en su más extensa abstracción y genera la poesía.

La vida, como se viva, proporciona la poesía; la poesía prolonga la vida. Estas disquisiciones se pueden llevar hasta donde la imaginación y conocimientos lo permitan. Se quiere decir con esto que la poesía es un lugar sin límites en las especulaciones, pero en estos párrafos no es la intención, aunque me lo propusiera. Lo que quiero resaltar es que de acuerdo a como se viva se escribe poesía.

La poesía es un estilo de vida tanto espiritual como material. Si no es una expresión de nuestro ser o de la vida más íntima, no anda muy lejos de no servir para nada, es una farsa; y también con ella se escribe poesía. Lógicamente la vida, en el orden de los números naturales, va primero que la poesía y la poesía hace que la vida tenga otro significado o sea otra vida, con mayúsculas.

Con ánimo de erudición en naufragio, de mi parte, P.B. Shelley, en su “Defensa de la poesía”, resalta: “… y hallamos que la poesía coexiste con cualesquiera otras artes de las que contribuyen a la felicidad y la perfección del hombre”, y yo digo de la vida en sus diversas manifestaciones y como se viva; porque si la vida es un arte, se vive mejor y con más calidad con poesía.

Otra cita de P.B. Shelley: “La poesía va siempre acompañada del placer; todos los espíritus sobre los cuales cae se abren para recibir la sabiduría que va mezclada con su deleite”. De ahí, que hay que convertir la vida en un poema para que se haga más placentera vivirla, degustarla con la memoria afectiva cada día.

Cualquiera podría pensar que estoy diciendo algo del otro mundo y no es así. Los filósofos, poetas y bohemios de la palabra poética son expertos en definir y vivir la poesía de manera consagrada y en la poesía dominicana abundan esos entusiasmos en la verbalización. Podría pensarse que un buen poeta o alguien con poemas escritos de mediana calidad puede “teorizar” sobre el poema. A saber, el poeta dominicano no es muy dado a especular en “pureza” por escrito, sino escribirlo y ya. Se podría pensar que escribir el poema es más fácil que teorizarlo.

De las generaciones de poetas de la República Dominicana, la de los 80 es la más teorizadora; la que asumió el poema como carne y espíritu, intuiciones simbólicas, de puertas que se abren y se cierra en el ser afín a la memoria afectiva, histórica y sensualista. Al resaltar la generación de los 80 no se incluye a la mayoría, sino una minoría más que ínfima, que no se nombraran porque los lectores los conocen, destacando que no necesariamente el poeta tiene que “teorizar” sus realizaciones. Pongamos como ejemplos a Pablo Neruda, Vicente Huidobro y César Vallejo, y en pensar la poesía, veremos que son diametralmente opuestos a Octavio Paz. Si uno se preguntara, ¿quién sale beneficioso? Por supuesto, el lector y el poeta. De ahí que el entusiasmo de Defensa de la poesía P.B. Shelley (1821), se constituya en una aspiración de un hombre con una sensibilidad en comunión, por y para la poesía en humanidad con la coraza y el interior que el hombre, su representante, está en el deber de profundizar con su ser, metamorfoseándose.

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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