Con el filme Platoon, 1986, Oliver Stone inició sin proponérselo una trilogía de su visión, a partir de su participación como soldado estadounidense, de la guerra de Vietnam (que solo fue un capítulo dentro de la llamada “guerra prolongada 1946-1975” por liberarse del colonialismo y lograr la reunificación de todo Vietnam), y completan la trilogía Nacido el 4 de julio, 1989, y El Cielo y la Tierra, 1993.
Stone combatió, fue herido, obtuvo medalla, etcétera, en esa guerra y es, por tanto, un testigo directo. Su mirada evoluciona a medida que va realizando su trilogía: empieza por una crítica materialista y de clase incipiente hacia un liberalismo obviamente moralizante para, en un acto de autocrítica, afinar la puntería y complementar su cuadro histórico desde la perspectiva de la víctima colonial.
Este filme se puede ver en Netflix.
En Platoon, explica la base material de la guerra imperialista: que los hijos de la burguesía disfrutan de los privilegios de la paz mientras el Estado burgués utiliza como carne de cañón a proletarios y segregados. El protagonista ve y considera injusto que solo combatan los pobres. Un soldado negro y pobre le responde con clarísima conciencia de clase: —¡Tienes que ser blanco para pensar así!
La crítica es implícita, pero no estructural: el pelotón se muestra brutal, sistemáticamente saqueando aldeas en una lógica deshumanizante que hace de los marines fichas descartables. Me explico. Stone encapsula esta compleja contradicción social en un maniqueísmo metafísico.
Dos sargentos, Elías y Barnes, no representan intereses de clase, sino figuras de Jesús y el diablo. Así es como se abdica de una crítica política profunda. Es que reduce la dialéctica histórica a una lucha eterna del bien y del mal.
Por consiguiente, al simplificar así, desvía el foco en las relaciones de poder y convierte el filme en una denuncia humanista escueta, cerrando el tema hacia cualquier interpretación, un tipo de cine hecho y derecho para plateas con limitada visión cognitiva.
A la vista de cómo se motoriza la lógica de las guerras, por un lado se ven como continuación de la política por otros medios y, por otro, tan repugnante y sufrido por los pueblos, es una herramienta de expansión y acumulación.
Si bien el filme muestra con exactitud la deshumanización, la atribuye erróneamente a una “naturaleza humana” atemporal, no a las relaciones sociales que construyen nuestra realidad.
La crítica es implícita, pero no estructural: el pelotón se muestra brutal, sistemáticamente saqueando aldeas en una lógica deshumanizante que hace de los marines fichas descartables.
Lo excepcional del filme es su realismo visceral e inmersivo: una dirección cuasi documental, fotografía caótica, diseño de sonido envolvente.
Si extrapolamos la experiencia de Stone a una hipotética guerra EE. UU.-Venezuela, ofrecería producciones cinematográficas mucho menos o nada maniqueas, tomando en cuenta el desarrollo cognitivo de este cineasta respecto de las guerras imperiales.
En ese sentido, el cineasta Stone presenta un avance del cielo a la tierra con respecto a la prensa pegada a las motivaciones coloniales que imponen agresiones que solamente generan destrucción del tejido social y humano de un pueblo.
Este filme se puede ver en Netflix.
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