En la memoria del pueblo dominicano quedaron grabados para siempre los multitudinarios mítines del Partido Revolucionario Dominicano y la imagen inolvidable de José Francisco Peña Gómez, el más grande conductor de masas de la historia dominicana.
Los partidos de masas que nacieron en el siglo XIX, bajo el impulso del proceso de democratización del sufragio, han experimentado transformaciones profundas en el siglo XXI. No se parecen a los del pasado siglo.
En su obra Los partidos políticos (1951), Maurice Duverger, que fue uno de los primeros en sistematizar el estudio de los partidos políticos, hizo una distinción entre partidos de cuadros y partidos de masas. Según él, los partidos de masas surgieron como expresión de las clases trabajadoras organizadas, con una fuerte base ideológica y una estructura centralizada que les permitía movilizar a grandes sectores de la población. El partido de masas del siglo XX era una organización fuertemente jerárquica, que tenía como base una militancia activa, educada y con una extraordinaria vocación integradora.
De su lado, Otto Kirchheimer, en su reconocida obra, The Catch-All Party (1966), planteó que el partido de masas estaba en proceso de transformación hacia lo que denominó “partido atrapalotodo”. En lugar de representar a un grupo social específico, estos partidos comenzaron a moderar sus posiciones ideológicas para atraer a una base electoral más amplia. Para Kirchheimer, esto significó una pérdida de identidad ideológica y una creciente profesionalización de la política.
En el siglo XXI, esta evolución ha continuado. La digitalización, la fragmentación social, el debilitamiento de los vínculos sindicales y la crisis de las ideologías tradicionales han minado las bases del partido de masas clásico. La relación entre partidos y ciudadanía ya no se sustenta en la militancia organizada, sino en interacciones más volátiles, mediadas por redes sociales y liderazgos carismáticos.
Angelo Panebianco, en Modelos de partido (1982), analizó la estructura organizativa de los partidos desde una perspectiva institucionalista. Para él, los partidos son organizaciones burocráticas que tienden a una lógica de conservación de poder.
En ese sentido, este destacado estudioso advirtió que las decisiones organizativas de los partidos están fuertemente condicionadas por su camino dependiente. Es decir, por las elecciones estructurales que adoptaron en sus orígenes. Esta teoría ayuda a entender por qué muchos partidos de masas tradicionales han tenido dificultades para adaptarse al nuevo entorno político: su rigidez organizativa los limita frente a los desafíos de la política líquida contemporánea.
Desde una perspectiva más normativa, Hans Kelsen, el gran constitucionalista del siglo XX, en la obra La esencia y valor de la democracia (1929), defendió la función de los partidos políticos como instrumentos esenciales del pluralismo democrático. Para Kelsen, los partidos permiten la articulación del conflicto social dentro de cauces institucionales.
Finalmente, el partido de masas, como fue concebido por los grandes tratadistas del siglo XX, ha entrado en una fase de mutación profunda. Aunque conserva algunas funciones básicas, como la representación, la formación de gobiernos y la socialización política, ha perdido la capacidad movilizadora que los caracterizó, lo que los obliga a reinventarse y sintonizarse con en un siglo XXI que, en sus primeras dos décadas, dio un salto tecnológico que cambió el curso de la humanidad.
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