Freddy Prestol Castillo, autor de la emblemática El Masacre se pasa a pie, nos entrega con Pablo Mamá una novela profundamente arraigada en el sur dominicano, donde el territorio no es simple escenario sino agente simbólico y emocional. La obra traza una épica íntima y local, articulada alrededor de la figura de un personaje —Pablo Mamá— que se erige como mito popular, cuerpo sufriente y símbolo de una nación hecha de memorias, privaciones y dignidad persistente.

Más que una biografía o novela de aprendizaje, Pablo Mamá puede leerse como un retrato coral de un país desmembrado por la desigualdad, pero unido por la tenacidad de su gente. La novela, publicada de manera póstuma, se integra a la tradición de las letras dominicanas que, desde lo rural y lo marginal, buscan descifrar el alma nacional. En este contexto, Prestol Castillo realiza una operación narrativa y simbólica que convierte a San Bartolomé —el pueblo árido donde se desarrolla la historia— en una metáfora viva del país profundo.

La estructura narrativa de Pablo Mamá rompe con la linealidad clásica y opta por una forma episódica y fragmentaria. Los acontecimientos no se desarrollan de manera cronológica, sino como retazos de memoria, como relatos tejidos en el tiempo por una comunidad que recuerda, que narra y que sobrevive hablando de sí misma. Este recurso no es meramente formal, sino profundamente político y cultural: Prestol Castillo asume la lógica de la oralidad rural, donde la historia no se archiva, sino que se revive.

El primer capítulo, casi un prólogo lírico, describe el pueblo de San Bartolomé. Lejos de ser una simple ambientación, este pasaje construye un universo simbólico y “metafisico” donde el tiempo parece suspendido y las heridas son tan antiguas como el polvo. Es un espacio narrativo habitado por el peso de las “sequías y de guerras”, donde la historia ha sido repetida, cicatrizada y transmitida por la voz de los viejos. Esta circularidad emocional impone una lógica distinta: aquí no importa tanto “lo que ocurrió”, sino cómo ese recuerdo se inscribe en el cuerpo y el alma de los personajes.

Uno de los grandes logros estilísticos de Prestol Castillo en esta novela es su capacidad para conjugar lirismo y realismo. El autor utiliza un lenguaje cargado de giros populares, expresiones rurales y una textura oral que le otorgan autenticidad al relato. San Bartolomé no se describe desde fuera, sino desde adentro, desde el calor que “tuesta la piel”, las “cabezas greñudas de los bohíos” o la cocina “frugal” donde hierve la vida sin adornos.

Sin embargo, este lirismo no cae nunca en la idealización. El campo dominicano que retrata Prestol Castillo está marcado por la escasez, la resignación y el silencio. Las mujeres son “seres borrosos”, los hombres no ríen y la tierra parece rechazar a sus propios hijos. La belleza del lenguaje no suaviza la crudeza del contenido, sino que lo realza desde una ética de la verdad. Esta mezcla de lirismo y dureza genera un efecto poderoso: la realidad es vista con compasión, pero también con firmeza.

Desde el título, Pablo Mamá está cargada de símbolos. El nombre del protagonista es, ya de por sí, una clave semántica: une lo masculino y lo femenino, lo individual y lo colectivo, el cuerpo y la patria. “Mamá” remite a la madre como figura protectora y sufriente, pero también a la tierra como matriz que nutre y castiga. Pablo es hijo de esa madre, pero también su reflejo más nítido.

El cuerpo de Pablo Mamá, aunque no descrito en detalle en los primeros pasajes, se anticipa como un cuerpo símbolo: deteriorado por la pobreza, resistente por la necesidad. Es la encarnación del campesinado dominicano, explotado y marginado, pero todavía de pie. Su presencia promete convertirse en un testimonio viviente de una historia que suele ignorarse.

La tierra, por su parte, está representada con una ambivalencia inquietante: es hogar, pero también condena. La aridez de San Bartolomé, su infertilidad simbólica y literal, sugiere un territorio herido, una patria que “sangra” y “escupe” a sus hijos. Sin embargo, es también el único lugar posible de pertenencia. La relación con la tierra es filial, umbilical, contradictoria. El sur no es una región más: es el corazón roto pero palpitante de la nación.

La elección del punto de vista narrativo es clave en la carga ética del relato. Aunque se perciben momentos de omnisciencia, la voz narrativa está empapada de experiencia comunitaria. Es una voz cercana, que habla “desde dentro del pueblo”, como un anciano que cuenta lo que ha vivido, no como un observador distante. La narración parece haber sido filtrada por el habla colectiva de San Bartolomé, lo que refuerza la veracidad emocional de la novela.

Esta cercanía genera una empatía inmediata en el lector. No se accede al relato desde un mirador académico o institucional, sino desde el fogón, el sudor, la espera. La narrativa se convierte así en un acto de testimonio: una evocación más que una descripción, una forma de rescatar una memoria que no está escrita en los libros, sino en las miradas secas de los personajes.

Lejos del miserabilismo o del sentimentalismo, Pablo Mamá se sostiene sobre una ética de la dignidad. Prestol Castillo no escribe para exhibir la pobreza, sino para dignificar a quienes la han resistido. La novela está impregnada de una visión profundamente política, pero no panfletaria. Se denuncia el abandono institucional, sí, pero lo que se celebra es la espiritualidad resiliente del pueblo, su capacidad de sostenerse en medio de la sequía literal y simbólica.

En este sentido, la obra se inscribe claramente en la tradición de la literatura de resistencia latinoamericana. No se limita a señalar las heridas de la nación, sino que intenta inscribir en el lenguaje la fuerza de quienes han sido excluidos de los discursos oficiales. Cada descripción, cada gesto, cada silencio tiene una carga de humanidad que se resiste al olvido. La dignidad, en esta novela, no se predica: se encarna.

Pablo Mamá no es solo una novela sobre el sur dominicano. Es una obra sobre la memoria, la identidad y la capacidad de un pueblo de persistir incluso cuando todo lo empuja al silencio. La novela se convierte en una suerte de mito fundacional alternativo, donde el héroe no es el conquistador ni el prócer, sino el campesino anónimo, la madre resignada, el viejo que recuerda.

Prestol Castillo logra aquí una obra profundamente poética y profundamente política. A través de una estructura fragmentaria, un estilo híbrido entre lo popular y lo simbólico, y una carga emocional que no se impone sino que fluye, Pablo Mamá se alza como una contribución fundamental a la literatura dominicana contemporánea. Es un texto que nos obliga a mirar hacia el sur —no solo como dirección geográfica, sino como metáfora de lo excluido— y a escuchar el eco de quienes han sostenido este país desde la aridez, desde la intemperie, desde la esperanza que no muere.

Gustavo A. Ricart

Cineasta y gestor cultural

Soy cineasta, gestor cultural y crítico en formación. Desarrolló mi carrera entre la creación audiovisual y el pensamiento crítico, combinando la práctica artística con estudios universitarios en Historia y Crítica del Arte. Actualmente cursa una maestría en Gestión Cultural, con el firme propósito de contribuir a la vida pública desde la reflexión estética y el análisis sociocultural. En paralelo, colabora activamente en proyectos que buscan descentralizar el acceso a la cultura y revalorizar nuestro patrimonio.

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