Uno de los elementos más interesantes de la historia de Occidente es que las técnicas de control jurídico, político e imperial se exportan, prestan, trasplantan e injertan. Como bien explica James Q. Whitman, en Hitler’s American Model: En The United States and the Making of Nazi Race Law, Hitler se inspiró en el sistema excluyente de los negros imperantes en Estados Unidos, alabado por Hitler en su Mein Kampf, al extremo que las leyes antisemitas de Nuremberg fueron inspiradas en las leyes estadounidenses que limitaban los derechos de los negros y criminalizaban el matrimonio y el sexo interracial, y los 45 juristas alemanes que trabajaron en dichas leyes, tras su promulgación, fueron premiados con un viaje de estudio a Estados Unidos. Hoy vemos un “parecido de familia” entre el nativismo racista del Tercer Reich y el America First de Donald Trump.
Durante la dictadura nazi, el jurista alemán Carl Schmitt sostenía que un principio consuetudinario internacional de autodefensa de grandes potencias ejerciendo su hegemonía sobre “grandes espacios”, al estilo de la Doctrina Monroe de los Estados Unidos y su consigna de “América para los americanos”, traducida en “Alemania para los alemanes” y “Europa para el Reich”, era conveniente para un buen orden internacional. La Segunda Guerra Mundial hizo trizas la invocación anacrónica de Schmitt a la Doctrina Monroe y, en la posguerra, se construyó un sistema internacional basado en el multilateralismo y en la defensa del liberalismo universal.
Ahora la Casa Blanca anuncia el así llamado “Corolario Trump” a dicha doctrina, inserto en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2025 (NSS 2025), con lo que se busca asegurar el control estadounidense del hemisferio occidental frente a nuevas amenazas externas e internas
Pero la Doctrina Monroe no estaba muerta, sino de parranda. Aunque originalmente dicha doctrina procuraba la no colonización de América por los europeos, la no intervención europea en América y el no involucramiento estadounidense en los asuntos europeos, durante los siglos XIX y XX, la misma fue la base ideológica fundamental para justificar la intervención de Estados Unidos en América Latina.
Ahora la Casa Blanca anuncia el así llamado “Corolario Trump” a dicha doctrina, inserto en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2025 (NSS 2025), con lo que se busca asegurar el control estadounidense del hemisferio occidental frente a nuevas amenazas externas e internas, en los ámbitos que el gobierno de Estados Unidos considere más sensibles para la seguridad del hemisferio, siendo la primera de estas amenazas China. A esto se suman las previas declaraciones del presidente Donald Trump en torno a la anexión de Groenlandia y la integración de Canadá como un Estado de los Estados Unidos.
Esta nueva política exterior estadounidense tendrá consecuencias dramáticas en el plano político y económico. Por solo citar dos ilustraciones, habrá una mayor intervención de los Estados Unidos en los procesos electorales y de justicia a políticos latinoamericanos, como ya ha evidenciado Trump en los casos de Argentina, Brasil y Honduras.
Y, como señala Aníbal de Castro, la NSS 2025 “ordena a sus embajadas y agencias financieras promover activamente a empresas norteamericanas en contratos públicos y privados, y presiona contra regulaciones o licitaciones que favorezcan a competidores externos”, lo que implica, en palabras de Michael Ignatieff, que las empresas estadounidenses “reciban contratos adjudicados a dedos en sus Estados clientes regionales”, lo que será facilitado por la suspensión en febrero de este año de las acciones judiciales que se llevan a cabo por el Departamento de Justicia bajo la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (FCPA).
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