Con lujo de detalles se presenta el crimen de los hermanos estadounidenses Lyle y Erik Menéndez contra sus padres en esta serie de TV que se erige como testigo de la sociedad en la que nacieron. Las conductas de ellos pueden surgir no solo de problemas personales, sino también de fallas en la estructura social. Esto no previene el daño ni regula comportamientos que aseguren una convivencia sana y justa.
La falta de solidaridad es un signo de deshumanización, violencia institucional y abandono emocional. Todo esto revela una profunda tragedia sobre sus valores fundamentales, y en esto nos retrotrae al análisis de Tocqueville, quien ya en el siglo XIX observaba el “individualismo” como un repliegue en la vida privada y familiar que debilita los lazos comunitarios.
Los Menéndez encarnan este principio llevado al extremo. Vemos que no reflejaban una familia integrada en una comunidad más amplia, sino una fortaleza aislada, regida por la tiranía privada del padre, José. Su búsqueda del “sueño americano” –éxito material, respetabilidad, una casa en Beverly Hills– se convirtió en una suerte de abuso y disfunción sin medidas que lo corrompe todo y se convierte en una cárcel privada y, como ironía del destino, hoy esos hermanos salieron de esa cárcel para entrar en otra, la de un sistema judicial castigador que nunca repara… siguen siendo víctimas del control punitivo que jamás es preventivo, que es individualista más que comunitario.
Y ahí están, terminan siendo objetos del espectáculo… sí, víctimas (como todos) de un sistema de justicia muy bien fiscalizado, pero que no ha sido tejido con empatía. Hay una legión de Lyle y Erik cuyas soluciones son tan perversas como el entorno opresor dentro y fuera de casa, y sabían que al final del túnel heredarían la riqueza que la sociedad promete como máximo valor.
Sin buscarlo, quizás, la narrativa de la serie muestra a una sociedad horrorizada pero fascinada con el juicio, como igual de fascinados estamos con el trabajo actoral de Javier Bardem y la puesta en escena con picos de excelencia: por ejemplo, en el episodio 5, filmado en un plano secuencia de 34 minutos ininterrumpidos con un zoom casi imperceptible hacia el actor, técnicamente una sola toma sin cortes, que comienza en un plano con Erik y su abogada. Ahí Erik revela los abusos sufridos. ¡
¡Elocuente narrativa! Con una destreza actoral y realismo emocional impecable. Pues bien, es la crónica donde valores como la libertad sin comunidad ni moral degeneran en violencia íntima y pesadilla. En Netflix. 9 episodios de 55 minutos cada uno
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