El golpe de efecto que significó la llegada de Javier Milei a la presidencia argentina fue lo suficientemente poderoso como para instalar la idea de un cambio de raíz en el sistema político del país. La intensidad con la que su personaje histriónico y estridente denunciaba conflictos y anunciaba transformaciones contribuyó a proyectar una imagen de poder arrasador.
Pero la política, antes que nada, es gestión del poder. Sólo luego, en control de esa gestión, puede plantearse la disputa ideológica. Y en ese terreno Milei carece de experiencia y de temple. Quienes lo acompañan, además, concentran su energía en las redes sociales y en intereses personales, sin mostrar conocimiento real del funcionamiento de la política detrás de escena. Las recientes elecciones subnacionales en la provincia de Buenos Aires no fueron más que un telón de fondo de una situación que ya venía mostrando señales: Milei no tiene la capacidad de ejercer el poder real en todas sus dimensiones.
Desde los primeros días de gobierno se habla de un “triángulo de hierro” integrado por Milei, su hermana Karina y un consultor en comunicación llamado Santiago Caputo. En los hechos, fue el propio presidente quien avaló la percepción de que no era él solo quien ejercía el Poder Ejecutivo, sino que el mando se dividía entre figuras sin legitimidad electoral. Karina, designada como secretaria general, se convirtió en un fusible sin experiencia ni respaldo político propio, pero imposible de remover. Caputo, pariente del ministro de Economía, rechazó una designación formal para evitar eventualmente ser descartado, pero colocó personas de su confianza en puestos clave: la conducción de los servicios de inteligencia y las áreas de comunicación encargadas de negociar con los medios de comunicación.
Al mismo tiempo, los mejores vínculos con la justicia federal siguen en manos de Mauricio Macri, un socio desplazado de la escena a instancias de los otros integrantes del triángulo, quienes confrontaron abiertamente con él. Además, a pesar de contar con un gabinete reducido, Milei debió recurrir a su ministro del Interior, el único operador con experiencia de su círculo íntimo, para ubicarlo como jefe de Gabinete. En un país como Argentina, carecer de alguien capaz de sentarse con gobernadores surgidos del voto popular y con legisladores nacionales que responden a ellos es gobernar sin timón político.
El Congreso argentino se renueva por partes cada dos años, en elecciones que suelen ser desafiantes para el oficialismo de turno, para garantizar que las leyes cuenten con respaldos amplios y sostenidos en el tiempo. Las mayorías propias son poco comunes, dado que además muchos legisladores responden a expresiones provinciales con intereses locales antes que a los grandes partidos. Al asumir, Milei contaba con apenas 6 de 72 senadores y 39 de 257 diputados. Era indispensable construir una estrategia de alianzas.
El impulso inicial de su triunfo le proporcionó el respaldo de numerosos legisladores que no deseaban ir a contracorriente del entusiasmo popular. Pero con el correr de los meses, su agenda legislativa pasó de una fuerte proactividad a una impotente reactividad, reducida a vetar toda ley aprobada en ambas cámaras. El analista político Andrés Malamud lo resumió de forma contundente: “Desde que asumió [en diciembre de 2025], el gobierno enfrentó 34 votaciones legislativas. Hubo 17 hasta marzo 2025: ganó 15. Hubo 17 desde abril 2025: perdió 16. La composición del congreso no cambió, el daño es todo autoinfligido.”
Sus últimas y más duras derrotas se dieron por el financiamiento de temas sensibles a la sociedad: las universidades públicas, la agencia nacional de discapacidad y el hospital pediátrico Garrahan, reconocido por su cobertura a pacientes oncológicos. La impopularidad de estas medidas redujo el costo político de la oposición para enfrentarlo en el Congreso. A la vez, los gobernadores triunfaron en las nueve elecciones provinciales celebradas en 2025, y en sólo una La Libertad Avanza era parte de la alianza ganadora. La única victoria que obtuvo Milei fue en la ciudad de Buenos Aires y con el mínimo histórico de participación electoral. Sin operadores para revertir la situación, y con gobernadores recobrando fuerza, el Congreso se volvió un enemigo de todos los colores ideológicos.
Con el poder simbólico no le va mejor. La confrontación abierta entre Karina Milei y Santiago Caputo por la estrategia del año electoral y por el protagonismo de sus respectivos apoyos (los sobrinos del expresidente Menem por un lado, la juventud digital por el otro) terminó marginando al consultor de la centralidad. Los problemas financieros comenzaron a filtrarse en canales y periódicos de los grandes grupos mediáticos hasta aparecer grabaciones que vinculaban a la hermana del presidente con coimas. La derrota en la provincia de Buenos Aires habilitó fuertes críticas de periodistas que antes eran permisivos en sus análisis y que ahora se sintieron cómodos dictándole los caminos a seguir. Joaquín Morales Solá, el reconocido periodista del diario La Nación, llegó incluso a deslizar en su columna la necesidad de considerar la línea de sucesión presidencial bajo la ley de acefalía, a más de dos años del final del mandato. Habituado a manejar la agenda mediática a través de las redes, el gobierno hace un tiempo perdió también el control de la conversación pública.
Es cierto que Milei sufrió una derrota contundente en las elecciones provinciales de Buenos Aires. Aunque no es ninguna sorpresa: ya había perdido en ese territorio en sus dos elecciones previas, las generales y la segunda vuelta de 2023. Lo relevante es que ocurrió a un mes de la elección de medio término nacional. La contienda bonaerense no está directamente vinculada, pero influye en la tendencia, y actúa como catalizador de la realidad del gobierno respecto de sus apoyos sociales y sectoriales. La verdadera derrota no está en las urnas, sino en la incapacidad de ejercer poder.
Con un gabinete en crisis, sin operadores en el Poder Judicial, sin mayorías en el Legislativo, sin control personal sobre los servicios de inteligencia y sin ascendencia en los grandes medios, Milei carece de la capacidad de negociar en la magnitud necesaria en ninguno de esos frentes. El resultado es un clima político marcado por la inestabilidad y la ausencia de proyección. Llega el momento de elecciones y todo tambalea.
En la presentación del presupuesto del año pasado, Milei ordenó al Congreso en torno a su figura, y, con la bandera presidencial cruzándole el pecho, se burló de la oposición y cerró con su clásico ‘¡Viva la libertad, carajo!’. Este 15 de septiembre, en cambio, presentó el presupuesto en una cuidada cadena nacional desde la Casa de Gobierno, en soledad, con un tono sombrío y un cierre meramente protocolar. El empuje inicial se disipó y quedó claro. Sin saber gestionar el poder, Milei permanece en la presidencia, pero la influencia la ejercen quienes obtienen beneficios de sostenerlo.
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