La inteligencia artificial (IA) está en boca de todos: en escuelas, oficinas, universidades y hogares. Algunos la ven como amenaza; otros, como maravilla. Pero más allá del ruido, una verdad es evidente: la IA ya transforma nuestras vidas. La clave está en cómo la entendemos y qué decidimos hacer con ella.
Vivimos una época fascinante y, a la vez, peligrosa. Las herramientas de IA —como ChatGPT, Copilot o Gemini— han llegado para quedarse y, bien utilizadas, pueden potenciar la educación, la investigación y la productividad. Pero si las usamos sin criterio ni regulación, pueden generar desigualdad, manipulación y dependencia.
Por eso insisto en que necesitamos una ley moderna y eficaz que ponga límites claros, garantice el respeto a los derechos y asegure que la IA se utilice para el bien común, no para el beneficio de unos pocos. El mundo avanza hacia marcos éticos, pero la República Dominicana no puede quedarse atrás.
La tecnología amplifica, pero no sustituye el pensamiento
Celebro que desde el Senado y el Ministerio de Educación Superior se esté discutiendo el tema. Sin embargo, no basta con mirar los ejemplos de Europa o Estados Unidos. Debemos construir nuestro propio modelo dominicano, uno que proteja a nuestra gente, fomente la innovación y forme a los jóvenes para los desafíos del futuro. Porque no se trata de copiar modelos ajenos, sino de crear uno que refleje nuestros valores y prioridades como sociedad.
Como educadora, me preocupa especialmente el uso de dispositivos por niños y adolescentes. Los padres y maestros no pueden abdicar de su papel orientador. La IA no puede reemplazar el diálogo, el afecto ni el sentido crítico que se aprende en casa y en la escuela. Si dejamos que las pantallas eduquen, estaremos renunciando al alma de la enseñanza: la formación humana.
Por eso, la regulación no debe verse como censura, sino como protección. Y la educación debe ser el primer campo donde la IA se use para elevar la enseñanza y personalizar el aprendizaje, no para sustituir al maestro ni para fomentar la pereza intelectual.
Necesitamos una ley moderna y eficaz que garantice el uso ético de la inteligencia artificial
He comprobado en mi propia práctica —con ChatGPT5 y otras herramientas— que la IA puede ser una aliada si se usa con criterio y respeto por la autoría humana. La tecnología amplifica, pero no sustituye el pensamiento. Nos da velocidad, pero no juicio; ofrece respuestas, pero no sabiduría. Esa sigue siendo tarea del ser humano.
Necesitamos conversar sobre la IA con apertura, esperanza y firmeza ética. Que esta revolución tecnológica no nos sorprenda dormidos, sino despiertos, unidos y preparados. Porque, al final, la verdadera inteligencia sigue siendo la humana: La que piensa, siente y construye un mejor porvenir para todos.
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