“En las repúblicas burguesas más democráticas, el dinero es el verdadero poder”.  (Vladimir Lenin, El Estado y la revolución)

Según la historiografía oficial, tras el fin del régimen autoritario de Joaquín Balaguer (1906-2002), la República Dominicana habría entrado en un “Estado de Derecho”. Con el auge del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), bajo el liderazgo de Leonel Fernández (n. 1953), comenzó lo que los historiadores del sistema llaman “democracia”. Nos dicen que los tiempos de dictadura “quedaron atrás”, que ahora hay “libertades”, que “los jóvenes no saben lo que fueron tiempos difíciles”.

No obstante, es importante preguntarse en qué consiste esta “democracia” que los ideólogos profesionales del sistema tanto cacarean como un triunfo de los partidos tradicionales, PLD, Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y, ahora, Partido Revolucionario Moderno (PRM) y Fuerza del Pueblo (FP). En el Manifiesto del Partido Comunista (1848), Karl Marx y Friedrich Engels afirman: “El Gobierno moderno no es sino un comité administrativo de los negocios de la clase burguesa.” República Dominicana, con su “Estado de Derecho” y su “democracia liberal”, no es una excepción a este hecho.

A pesar de las luchas intestinas entre los grupos de poder capitalistas en nuestro país, nada de esto significa que alguno de ellos represente realmente los intereses genuinos de las clases trabajadoras y demás segmentos marginados y oprimidos de la población. En su libro Corrupción y cartelización de la política en la República Dominicana: Práctica electoral y administrativa, 1996-2016 (2017), la socióloga y politóloga Jacqueline Jiménez Polanco analiza cómo el PLD, el PRSC y el PRD (y ahora también, el PRM) —sobre la base de la corrupción administrativa— se han constituido en partidos carteles cuyo único propósito es el control absoluto del poder del Estado con la finalidad de enriquecerse ilícitamente.

La democracia dominicana ha servido como fachada para la continuidad del poder económico de las élites bajo nuevas siglas partidarias

Esto significa que los diversos intereses capitalistas representados por estos distintos partidos confluyen en su misión de robar de las arcas del Estado, transformándose en una “lumpenburguesía” que se enriquece a partir de la corrupción, sin reinvertir esa riqueza en sectores productivos que reporten ganancias y generen empleo, como describe Marx que generalmente funciona el proceso de acumulación de capital.

Este proceso de acumulación lumpenburguesa alcanzó su máximo nivel bajo los gobiernos de Leonel Fernández, Hipólito Mejía (n. 1941) y Danilo Medina (n. 1951). Estos lumpenburgueses vendrían a ser los “nuevos ricos” de la República Dominicana, que viven a partir del robo y la expoliación de los recursos extraídos de los impuestos con los cuales exprimen a la pequeña burguesía y el proletariado. Durante los gobiernos anteriormente mencionados, la vieja burguesía —aquella que, según el sociólogo e historiador Juan Isidro Jimenes Grullón (1903-1983), siguiendo al teórico Andre Gunder Frank (1929-2005), se ha hallado desde sus orígenes totalmente subordinada a los intereses económicos del imperialismo, sin ningún deseo o interés en modernizar al país o sacarlo de su subdesarrollo— se vio parcialmente desplazada del poder del Estado, es decir, del Comité administrativo donde las clases dominantes, independientemente de sus pugnas interburguesas, toman todas las decisiones que mantienen al modo de producción capitalista funcionando a base de la explotación de las clases trabajadoras y la acumulación de capital a partir de la extracción de la plusvalía.

Pero, con la llegada del Partido Revolucionario Moderno en el 2020, y su posterior reelección en el 2024, esta vieja burguesía retornó con fuerza a tomar las riendas de la maquinaria estatal, para proseguir con su régimen de acumulación y superexplotación, sin dejar a un lado las prácticas clientelistas de enriquecimiento ilícito que han plagado a la práctica política dominicana casi desde la fundación de la República como tal. Es decir, que lo que los historiadores burgueses denominan “era de la democracia” en nuestro país no ha sido más que la era de la continuidad del capitalismo subdesarrollado sostenido por un régimen político semiautoritario y clientelar, heredero de las peores prácticas trujillistas y balagueristas.

A partir del segundo mandato del actual presidente Luis Abinader (n. 1967), y ante la crisis estructural del capitalismo global y sus nefastas consecuencias para nuestra nación, esta vieja burguesía ahora retornada al poder estatal ha recrudecido con creces su proceso de expoliación y violencia contra el pueblo dominicano. Pero, para mantenerlo dócil y distraído, también ha desatado una oleada de persecución racista contra las personas haitianas y sus descendientes, imitando las peores prácticas del pasado y aplicando con fuerza la vieja estrategia política de “divide y vencerás”.

Pues, mientras los dominicanos y las dominicanas perciban al pueblo haitiano como su máximo enemigo y el causante de todos sus males, su conciencia de clase se mantendrá nula y su digna rabia e indignación será canalizada por los grupos fascistas que fungen como pandillas paramilitares al servicio del Estado. Y esto sí que podría representar una potencial liquidación futura de la pantalla “democrática” con que las clases dominantes han buscado revestir ideológicamente a su régimen de dominación desde que transfirieron el poder de Joaquín Balaguer a Leonel Fernández, para pacificar a la población y perpetuar su verdadero poder económico.

Gabriel Andrés Baquero

Filósofo

Gabriel Andrés Baquero (n. 1992, Santo Domingo, República Dominicana) es filósofo y escritor. Licenciado en Humanidades y Filosofía por el Instituto Superior Pedro Francisco Bonó (2018) y Magíster en Estudios Caribeños por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (2022), se dedica a la investigación y reflexión sobre temas culturales, históricos y políticos.

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