En República Dominicana seguimos sufriendo colectivamente, aunque el jueves 10 de abril en la noche se le haya dado fin oficialmente a la fase de rescate físico de los seres humanos fallecidos en el colapso de un edificio que tenía costo de admisión. Ahora nos toca profundizar en otros terrenos.
Al día de hoy, podemos ser rescatistas financieros y ahí hemos visto a particulares hacerse cargo directamente y a instituciones ofrecer orientación sobre cómo agilizar la recuperación de fondos para los huérfanos y otros familiares de los fallecidos.
También podemos ser rescatistas emocionales y ahí, además del apoyo económico arriba mencionado, tener en cuenta la necesidad de reconstrucción que todos tenemos ante las heridas producidas por la reciente tragedia. Sigmund Freud (un siquiatra vienés que a veces se equivocaba, pero que tenía un genuino interés en ser útil) propuso en su libro “Duelo y melancolía” que ante el dolor, los seres humanos podemos hacer un buen o un mal trabajo. Así como han aparecido falsas víctimas y falsos rescatistas también es importante encontrar buenos continuadores de la labor todavía pendiente, que tomemos las medidas necesarias para evitar este tipo de eventos y que hagamos el esfuerzo de sanar el daño producido.
En este proceso, las religiones tienen mucho que aportar. Etimológicamente este es el significado de la palabra religión: “re-ligare”, servir de guía para ayudarnos a con-vivir. La Alcaldía de Santo Domingo ha dado la bienvenida a la colaboración de la Iglesia católica, del Consejo de Unidad Evangélica e inclusive al trabajo de asimilación de la realidad sin énfasis en la idea de un dios judeocristiano. Algunas personas han expresado su desconfianza frente a caminos que no se apoyan específicamente en la figura de Jesucristo. Una pena.
Como hija de católicos muy creyentes y muy practicantes, amiga de evangélicos, luteranos y pentecostales, además de lectora de autores de la Nueva Era, he acumulado algunos conocimientos que quiero compartir en estos momentos de dolor colectivo puesto que pienso que hacer recurso de la religión que más convenga es más importante que tratar de empezar a hacer proselitismos.
El catolicismo es bellísimo, tiene aspiración de universalidad y de coherencia dogmática. Es una maravilla para todos los cristianos con amor por la racionalidad, la estética, la historia y el trabajo social. Sin embargo, por las fuerzas y debilidades de sus instituciones, también despierta suspicacias, resentimientos y malestares de diversa naturaleza que en ocasiones llevan a la apatía o a la oposición frontal. Los cristianismos de otras denominaciones corrigen algunas de esas dolamas y, como cualquier esfuerzo humano, lo que se limpia por un lado, se queda corto por otro. Los exponentes de la Nueva Era tienden a mantener una actitud de aceptación ante tal diversidad de perspectivas que es posible que alberguen verdaderos charlatanes entre sus filas. Eso es cuestión de ellos, ahora mismo lo importante es, creo yo, encontrar el lugar donde uno siente que puede aportar más y recibir más.
Hay más áreas de confluencia de las que uno imagina. En una ocasión visité el local de la Primera Iglesia Evangélica Dominicana y encontré que, aunque la iglesia estaba desprovista de imágenes de santos, como lo indica su dogma, el pastor tenía una frase de Santa Teresa de Ávila en un póster en su oficina. Las técnicas del silencio y de la meditación, que algunos pueden asociar con la Nueva Era, han sido propiciadas y difundidas dentro de la Iglesia católica por miembros del clero y de la feligresía, entre ellos el monje Thomas Merton y el sacerdote Thomas Keating, ambos trapenses. Es tiempo de sanar heridas de diversa naturaleza, no de profundizarlas.
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