Imagínese un vecino cuya fortuna representa el quince por ciento de todas las riquezas del barrio. Presumido, soberbio, suprime las normas que rigen el intercambio de bienes y servicios que allí se realiza, desmantela las instituciones, criminaliza a los inmigrantes, anula el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, sataniza a las identidades de género, reparte amenazas e insultos a diestra y siniestra. En fin, el poder lo vuelve loco.

Este vecino imaginario es bien real. Usted lo conoce, es el odioso rostro con que se encuentra cada mañana cuando abre los diarios o entra en las redes, anunciando una decisión que cambiará por otra al día siguiente.

En medio del desorden que ha creado con sus decisiones, usted se pregunta: ¿es que el hecho de tener una fortuna que representa el quince por ciento de las riquezas del barrio le da poder y derecho de creerse su dueño? Claro que no. Su poder, si bien importante, es limitado.

Este vecino es Estados Unidos, con una economía que representa el 15 % del PIB mundial, y el ingrediente de que esta proporción no para de reducirse con el transcurrir de los años. Su peso en la economía mundial es cada vez menor.

Para su desdicha, el Producto Interno Bruto de otras grandes economías no para de crecer, China ya representa el 19 % de la economía mundial, la Unión Europea el 18 % y 15 de los países del este y sur de Asia representan el 23 %.

Podría siempre argumentarse que el poder de Estados Unidos no solo es económico, sino también militar, tecnológico y científico. Pero este argumento se desploma cuando se le compara con el resto del mundo en estas áreas. Su poderío militar, tecnológico y científico tampoco va más allá de ese 15%.

Con ese limitado poder, su decisión de remplazar el orden mundial por un nuevo (des)orden mundial está condenada al fracaso. Choca con el interés del resto del mundo de mantener y ampliar un comercio mundial que desde hace siglos viene enriqueciendo naciones, y muy particularmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y nadie está dispuesto a renunciar a la posibilidad de enriquecerse.

Todos los demás países también están interesados en respetar las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), y acudir a esa organización para resolver sus conflictos.

Contrario a Estados Unidos, el mundo quiere seguir haciendo comercio rigiéndose por normas claras, que garanticen estabilidad y previsibilidad.

Está claro que sin este país como socio confiable el comercio mundial ya no será igual, tendrá que reorganizarse de otra manera, cambiar los ejes a partir de los cuales este se realiza.

Este proceso está en marcha, la China, Japón, Corea del Sur y otros países de Asia se están constituyendo en un importante eje, también la Unión Europea, Canadá y eventualmente Reino Unido. Los países de África y América Latina tendrán que seguir el mismo camino.

El mundo aprenderá a vivir sin los Estados Unidos como eje central del comercio mundial, y es muy probable que le vaya mejor.

Carlos Segura

Sociólogo

Master en sociología, Université du Québec à Montréal, estudios doctorales, Université de Montréal. Ha publicado decenas de artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, sobre inmigración, identidad y relaciones interétnicas. Es coautor de tres obras sociológicas, La nueva inmigración haitiana, 2001, Una isla para dos, 2002 y Hacia una nueva visión de la frontera y de las relaciones fronterizas, 2002. También es autor de tres obras literarias, Una vida en tiempos revueltos (autobiografía) 2018, Cuentos pueblerinos, 2020 y El retorno generacional (novela), 2023.

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