El cristianismo surgió como una expresión contestataria en el corazón del Imperio Romano al proclamar la máxima de la igualdad, la solidaridad y la libertad para los pobres y los esclavizados.  Eso era una blasfemia, un atrevimiento que no podía ser tolerado por incitadora y subversiva, catarsis de esperanza y de sueños libertarios.

Después de la llamada Batalla del Puente, cuando una cruz apareció en el firmamento ante los ojos del emperador Constantino señalándole que con este símbolo obtendría la victoria, todo cambió al convertirse al cristianismo, haciendo que concluyera la persecución y los abusos a los creyentes, dejando que las catacumbas romanas pasaran a ser un recuerdo, privilegiando desde el poder a esta religión y a la Iglesia católica, de la cual formaba parte también su madre Santa Helena.

Pero, poco a poco, la mayor parte de las jerarquías de la Iglesia católica olvidaron la tolerancia y se sectorizaron, autoproclamándose como la única religión verdadera y que todas esas manifestaciones y creencias eran paganas, las cuales había que eliminar o “cristianizar”.

Una de las medidas para reorganizarlo todo fue la creación del calendario juliano-gregoriano, auspiciado y legitimado por el papa Gregorio XIII, que eliminó, introdujo y cambió fechas de celebraciones de acontecimientos.

Aunque siguen las denuncias, los chismes, las intrigas, las aventuras, la corrupción y la impunidad a nivel político-social, habrá un paréntesis porque llegó diciembre y con él la Navidad, época única, necesaria, singular, colectiva, equilibrio existencial, de amistades, sueños y amores

Por ejemplo, aunque no existiera documentación que sustentara con exactitud el nacimiento de Jesús, se aprobó y fue incluido en el calendario el 24 de diciembre como el nacimiento del Niño-Dios, fecha que coincidía con el solcillo de invierno, la noche más larga del año, y porque era la luz de un nuevo sol.

La Navidad se convirtió en tiempo extraordinario, cuyas celebraciones incluían al Año Nuevo, símbolo cotidiano del final del año que agonizó y el inicio de uno nuevo, que implicaba el optimismo y la esperanza de que será mejor que el anterior.   Realmente, la Navidad se convirtió en un espacio sagrado; se olvidaban los rencores, se evitaban los pleitos y las contradicciones, reinaba el amor y la sonrisa no tenía vacaciones. En Europa, la Navidad fue sinónimo de encuentro íntimo familiar y de festividades religiosas.  En los templos se alababa al Señor, se cantaban villancicos y se realizaban representaciones del nacimiento de Jesús, la primera de ellas elaborada por San Francisco de Asís.

Los charammicos dominicanizan la Navidad. (Fuente externa).

A nivel familiar había una cena colectiva, se reproducía un árbol con adornos, se colocaban en el exterior de puertas y ventanas aguinaldos para impedir la entrada de energías negativas a las viviendas y la noche culminaba con la asistencia a la Misa del Gallo.

Los habitantes originales de la isla de Santo Domingo no conocían la navidad, la religión católica, a Jesucristo, la virgen María, las santas y los santos del santoral católico. Tenían sus propias creencias religiosas y sus deidades. El término Navidad en la isla surgió en el primer viaje de Cristóbal Colón al edificar el “Fuerte de la Navidad” con los restos de una de las carabelas del Almirante que había colapsado. La colonización, después del segundo viaje de Colón, implicó la institucionalización de la religión católica y la eliminación de las religiones originales de los indígenas, expresándose acorde con la práctica, contenidos y simbolizaciones de la metrópolis.

La intervención norteamericana del 1916-24 agregó innovaciones radicales que transformaron la Navidad tradicional en nuestro país.  Aparece “Santiclos” como símbolo navideño, las tarjetas de Navidad, sistematización del árbol de Navidad, los fuegos artificiales, los dulces de Navidad, las uvas, las peras, las manzanas, los Reyes Magos, etc., en un proceso de comercialización.

Ante las limitaciones económicas, el pueblo comenzó un proceso creativo de la dominicanización de la Navidad y de identidad.  Los contextos geográficos les dieron diversas particularidades a las festividades navideñas; aunque siguieron siendo expresiones religiosas y familiares, se convirtieron, además, en una fiesta cultural y en un desborde de la alegría.

A nivel musical, paralelo a la religiosa, el merengue asumió un contenido profano de Navidad y a mediados de diciembre comenzaban en la región Sur a pedir aguinaldos en las viviendas con un Perico-Ripiao; en San Pedro de Macorís las noches eran despertadas por los Guloyas con sus redoblantes, flauta dulce y triángulo de metal al son de varias botellas de Gudavery, bebida de los príncipes.  En Sánchez, Samaná y Sabana de la Mar, surgieron las parrandas de los pollos, con la elección de un rey y una reina.

A nivel de bebidas, de acuerdo con una encuesta realizada por el investigador Wilson Rodríguez, en la región Sur del país se bebe más ron, contrario a la región Este, que consume más cerveza y “wiski”. La carne de cerdo se convirtió en símbolo popular obligatorio, como el pastel en hojas, el ponche y el anís confite, “que sabe a besos de mujer”, según un comercial.

La mayor parte de las jerarquías de la Iglesia católica olvidaron la tolerancia y se sectorizaron, autoproclamándose como la única religión verdadera y que todas esas manifestaciones y creencias eran paganas, las cuales había que eliminar o “cristianizar”

La situación de seguridad ciudadana ha eliminado las mañanitas con jengibre, chocolate caliente y el ron, siendo responsable el crecimiento urbano-industrial de la creación a nivel de empleados y empleadas de “Los Angelitos”, mientras que a los doce campanazos de año nuevo se degustan doce uvas, con charamicos suplantando una nieve ridícula que nunca ha existido en este país, mientras el primer día de año nuevo, se cuentan varias maletas abandonadas en las calles con ropas que ya sus propietarios no usarán más, al tiempo que son lavados pisos y son pintadas las viviendas.

Realmente la navidad es una locura colectiva sana, que compensa las angustias y el estrés de once meses de sobrevivencia e incertidumbres.  Pero esta liberación tiene el secreto de la moneda; las personas se tornan más generosas porque están presentes los dobles sueldos y se está poco a poco institucionalizando el “sueldo catorce”, real ya en algunas instituciones, sueño anhelado, milagro de Dios.

Aunque siguen las denuncias, los chismes, las intrigas, las aventuras, la corrupción y la impunidad a nivel político-social, habrá un paréntesis porque llegó diciembre y con él la Navidad, época única, necesaria, singular, colectiva, equilibrio existencial, de amistades, sueños y amores.