La libertad de prensa, la independencia judicial, la democracia y los derechos religiosos se creyeron conquistas irreversibles. Hoy, sin embargo, vuelven a estar en entredicho. La advertencia del escritor británico Ken Follett, quien asegura que “Hay batallas que muchos pensábamos que ya estaban ganadas…nuestros hijos y nietos tendrán que luchar batallas que pensábamos resueltas”, lo que se convierte en un eco que ilustra la deriva autoritaria que avanza en Estados Unidos.
Ese retroceso se ha hecho visible con la decisión del Pentágono de restringir el acceso de los periodistas a sus instalaciones, condicionándolo a que acepten no publicar determinada información. El Departamento de Defensa pretende blindar sus contenidos bajo una norma inédita que viola principios elementales del periodismo libre y que otorga al poder militar un control absoluto sobre la información que circula hacia la opinión pública.
El secretario de Guerra, Pete Hegseth, resumió la medida con una frase lapidaria: “La prensa no dirige el Pentágono, sino la gente”. El mensaje busca legitimar una mordaza informativa que, en los hechos, reduce el trabajo periodístico a una función subordinada del poder militar. El acceso ya no dependerá de la credibilidad del medio, sino de la docilidad de quien acepte firmar el compromiso impuesto por el Gobierno.
Trump y la ofensiva contra la prensa
En paralelo, la administración Trump emprendió nuevas acciones judiciales y mediáticas contra medios y figuras críticas. La demanda contra el New York Times y la presión que llevó a la suspensión del programa del comediante Jimmy Kummel son parte de una estrategia destinada a erosionar el pluralismo y a crear un clima de autocensura en el que cada palabra puede convertirse en un riesgo político o económico para quien la pronuncie.
El escritor británico Ken Follett, autor de Los pilares de la tierra y una de las plumas más leídas del mundo, acaba de lanzar una advertencia que resuena más allá de sus novelas. En entrevista con XL Semanal afirmó que “es agotador tener que pelear batallas que creías ya resueltas. Cosas como la libertad de prensa, de religión, la independencia de los tribunales, la democracia, las daba por hechas, pero estaba equivocado. Nuestros hijos y nietos tendrán que luchar esas batallas de nuevo”. A estas preocupaciones sumó la concentración de los medios de comunicación, que representa una vieja amenaza contra la pluralidad informativa y la libertad de opinión.
Estrategia vieja con ropaje nuevo
El escenario revela un patrón que no es nuevo, aunque adopta formas más sofisticadas. La utilización de los medios como instrumentos de manipulación y desinformación ha sido una constante en la política exterior estadounidense. En América Latina y el Caribe, las operaciones de la CIA durante el siglo XX mostraron hasta qué punto el control de la información podía ser decisivo para desestabilizar gobiernos, generar opinión pública favorable a los golpes de Estado y justificar intervenciones militares.
El caso de la República Dominicana en 1965, cuando el derrocamiento de Juan Bosch fue seguido por una invasión militar bajo el pretexto de frenar el comunismo, ilustra la manera en que la manipulación mediática sirvió de soporte para legitimar la violación de la soberanía nacional. Noticias fabricadas y la complicidad de sectores eclesiásticos y mediáticos construyeron la narrativa que hizo posible la intervención.
Chile ofrece otro ejemplo emblemático. La campaña de desgaste contra Salvador Allende, alimentada con recursos financieros, propaganda y desinformación, preparó el terreno para el golpe de 1973. La CIA financió periódicos, infiltró periodistas y presionó a editores para distorsionar la realidad y socavar el apoyo popular al gobierno democrático, hasta crear un clima favorable a la dictadura que se instauró tras su derrocamiento.
Cuba, Venezuela y el cerco mediático
Cuba ha sido víctima de un cerco informativo y propagandístico desde 1959, en el que se combinaron noticias falsas, financiamiento de opositores y creación de grupos mediáticos al servicio de la agenda norteamericana. Venezuela, por su parte, enfrenta desde hace más de dos décadas una ofensiva que mezcla sanciones, bloqueo económico y una guerra mediática que, según cálculos del propio gobierno, difunde más de tres mil mentiras diarias en torno al país y su dirigencia política.
Estos ejemplos históricos se actualizan con la llamada revolución digital. El periodista peruano Juan Gargurevich advirtió en 1988, en su libro A golpe de titulares, que la CIA había tejido una relación orgánica con el periodismo en la región. Décadas después, la advertencia se reafirma. Hoy, el control informativo se ejerce a través de algoritmos, plataformas tecnológicas y redes sociales, capaces de manipular emociones colectivas sin necesidad de disparar un tiro.
La modernización de la manipulación
El nuevo director de la CIA, William J. Burns, reconoció que la agencia se ha modernizado para operar con inteligencia artificial, aprendizaje automático y computación cuántica. Estas herramientas, lejos de limitarse a la seguridad, amplían las posibilidades de confundir, infiltrar y espiar, abriendo un campo donde la guerra de la información se libra con recursos cada vez más sofisticados y menos visibles para la opinión pública.
La historia demuestra que el ataque a la libertad de prensa suele ser la antesala de un retroceso mayor. Cuando la prensa deja de fiscalizar al poder y se convierte en su correa de transmisión, los tribunales pierden independencia, la democracia se vacía de contenido y los derechos ciudadanos se subordinan a la lógica del control político. El Pentágono, al imponer condiciones de censura a los periodistas, envía un mensaje que trasciende sus muros: el poder militar y gubernamental busca decidir qué puede y qué no puede saber la sociedad.
Batallas que nunca terminan
Frente a esta realidad, lo que Follett planteó con tono de advertencia cobra un sentido más urgente. No basta con dar por sentadas conquistas históricas, porque los derechos que ayer parecían inamovibles hoy se erosionan con decretos, demandas judiciales, presiones económicas y campañas mediáticas. La democracia, entendida como un sistema donde la crítica y la pluralidad informativa son indispensables, se enfrenta a un riesgo que no proviene solo del autoritarismo externo, sino del desgaste interno de sus propias instituciones.
Las lecciones de América Latina, con más de 300 intentos de golpe de Estado a lo largo del siglo XX y una constante presión en el siglo XXI, muestran que el debilitamiento de la prensa libre es el camino más corto hacia el quiebre institucional. La experiencia estadounidense actual, lejos de ser una excepción, confirma que ningún país está a salvo. La batalla por la libertad de prensa es la batalla por la democracia misma, y se libra hoy, no en un futuro lejano.
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